Libros, postales y un diálogo con sordos en la Universidad Internacional de la Florida
Miguel Saludes
MIAMI, Florida, mayo, (www.cubanet.org) -Ni un centavo más, ni una persona más para las guerras de Washington. Traigan las tropas de Irak. El cartel expuesto al frente de una mesa con varios libros y revistas provocaba la atención. Era en uno de los bloques de la Universidad Internacional de la Florida. Ese día la amiga Uva Clavijo de Aragón lanzaba su más reciente publicación en uno de los salones del alto centro de estudios floridano.
Me acerqué al mostrador improvisado. Quizás una actividad, mediante la venta de los volúmenes, para ayudar al esfuerzo pacifista. Grande fue la sorpresa al encontrar a viejos conocidos. Se trata de los integrantes de la editora Pathfinder y una representación reducida de los volúmenes que llevaran a la Feria del Libro de La Habana 2004. Después de verlos en la capital cubana y otros sitios de Miami, el re encuentro se produce en los predios del recinto universitario.
Los mismos títulos. La misma retórica. Igual de esquivos en su trato. El mismo hielo cuando me presento como exiliado e identificado con la lucha cívica por la democratización de Cuba. La mirada de mi interlocutora refleja desconfianza. Me pregunta sobre el bloqueo, en referencia al embargo que mantiene Estados Unidos contra el gobierno de mi país. Se asombra cuando me manifiesto contrario a esa política. No reacciona igual ante la mención del gesto hecho por Obama al suspender un importante número de medidas restrictivas. Su asombro se hace mayor por mi afirmación de identidad revolucionaria. Le explico que esa afinidad se corresponde con los principios que hicieron posible el triunfo de aquel proceso llamado Revolución, pero no con los que dieron lugar al establecimiento de esta larga dictadura que aún trata de perpetuarse. El frío vuelve a su mirada.
Como siempre ocurre la culpa de todo recae en Washington. Hablo del otro bloqueo, ese que pesa sobre el ciudadano cubano simple. No parece comprender, a pesar de su buen español. Todo gira en torno al vértice norteamericano. Me habla de los Cinco. Señala hacia el mueble. En medio de los libros está la parte más importante de esta campaña. Un paquete de tarjetas postales en oferta gratuita. Sobre las cartulinas se destacan los rostros de los agentes cubanos y una frase pidiendo su libración. Solo hay que tomarlas y llenar el dorso con una petición de excarcelación dirigida al presidente Barack Obama. Son norteamericanos y aparentan ignorar el funcionamiento de las leyes en su propio país. Conozco como funcionan en el mío y trato de explicarlo.
Aclaro que soy incapaz de pedir el mal para otro ser humano, pero menos para uno de mis compatriotas, aunque sea el peor. Le hablo de los que en Cuba están presos, soportando largas condenas por el simple delito de ejercer el derecho a pensar con libertad. Otra vez surge el fantasma de la política norteamericana. Aquellos cautivos son agentes al servicio del Norte. Considera que esa condena es justa. Vuelvo a la carga, pues no se puede perder la esperanza del diálogo para ser comprendido. Repito la historia de los juicios sumarios, cargos impuestos sin pruebas, tribunales que funcionan de manera automática de acuerdo a las orientaciones partidistas. La impotencia de la defensa ante esa realidad. Le hablo de mis experiencias personales como opositor y periodista independiente. Me mira como si le hablara en un dialecto desconocido.
El mejor argumento queda guardado para el final. Lo dirijo a la estudiante que colabora en la cruzada repartiendo literatura izquierdista, discursos del Ché, entre otras. ¿Sabe que en Cuba jamás podría utilizar las instalaciones de cualquier universidad para hacer una actividad como esta? De intentarlo conocería el terror represivo desatado por el acto de repudio y una visita a las instalaciones de la policía política. En su caso, la joven terminaría siendo expulsada del centro. Nunca más volvería a ser una persona normal en mi país. Para ello no tendría que repartir discursos de Reagan o libros de autores prohibidos en la Isla. Bastaría con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Es inútil obtener aunque sea un leve asentimiento de su parte. Adrián Leiva, quien me acompaña, tampoco corrió con mejor suerte. Esto a pesar de llenar una de las postales para que fuera remitida al honorable destinatario. Parece que el texto de su misiva no resultó del agrado. Le piden que deje de tirar fotos. La señora con la que comencé a hablar nos sugiere que nos marchemos. Lo hace amablemente a la manera americana. Es que vamos a llegar tarde a la presentación del libro de nuestra amiga, nos dice.
Ese día comprendí lo difícil que resulta la comunicación con sordos. Pero mucho más cuando la sordera viene del corazón y la mente, permaneciendo abiertos a la escucha de aquello que desean oír. Es el mal que aqueja a mis conocidos de Pathfinder.
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