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Enero 29, 2001



La devoción de Darío por Martí

Luis Gomez Y Amador. Publicado el lunes, 29 de enero de 2001 en El Nuevo Herald

Mucho se ha escrito sobre la influencia de José Martí sobre Rubén Darío. Para el dominicano Bazil, por ejemplo, no habría existido el uno sin el otro; para Onís, Florit, Díaz Plaja el Ismaelillo de Martí marca el comienzo de un nuevo estilo expresivo, el llamado modernismo, que cuaja definitivamente en Azul, de Darío. Y con ello, las letras de Hispanoamérica inician históricamente su influencia sobre las españolas. Son, pues, el poeta cubano y el nicaragüense pares de una gesta: el nuevo verso que vigorizó el aniquilamiento lírico existente, dándole con sus metáforas y su esplendor estético la vida de que carecía la lírica hispana de la época. Para Martí, Darío es hijo; para Darío, Martí es maestro. Son el uno arco y el otro flecha; harina y pan de una nueva hostia poética.

Nunca lo dado, dijo Juan Ramón Jiménez, "tuvo mejor recibidor''. La devoción del poeta de los cisnes por el poeta de la rosa blanca abarcó toda su vida creativa: desde la publicación de Azul, en 1888, y el año de su muerte, en 1916. El gran erudito dominicano Emilio Rodríguez Demorizi (a quien tuve el honor y la satisfacción de visitar y conocer en Santo Domingo, en 1965, entre otras cosas para que me autografiara su maravilloso libro Martí en Santo Domingo), señala en sus laboriosos apuntes Martí y la patria de Darío, que me regaló y del cual tomo gran parte de las citas de este trabajo, que el férvido amor de Darío por Martí "fue uno de los pocos que tuvieron honda raíz en su espíritu''.

Para Martí, Darío es hijo; para Darío, Martí es maestro. Son el uno arco y el otro flecha

En su artículo La literatura de Centroamérica, publicado en Chile en el año 1888, Darío dice: "Otro llegó hace tiempo a Guatemala. Era cubano --hoy ese hombre es famoso, triunfa, esplende, porque escribe, a nuestro modo de juzgar, más brillantemente que ninguno de España o de América; porque su pluma es rica y soberbia; porque cada frase suya, si no es de hierro es de oro, o huele a rosas, o es llamarada porque fotografía y esculpe en la lengua, pinta o cuaja la idea, cristaliza el verbo en la letra, y su pensamiento es un relámpago y su palabra un tímpano o lámpara de plata o un estampido --ese escritor se llama José Martí''.

En ese mismo año, 1888, escribe: "La prosa y la poesía son dos artes muy diferentes. El verso es música. Y la prosa cuando es rítmica y musical es porque en sus períodos lleva versos completos que marcan armonía. Ejemplo, Castelar y Martí''.

Luego le confiesa a Pedro Nolasco Préndez: "¡Si yo pudiera poner en verso la grandeza luminosa de José Martí! o ¡si José Martí pudiera escribir su prosa en verso!''

En 1891 le dedica a Martí su artículo La risa; dos años más tarde visita a Martí en Nueva York, y de sus recuerdos escribió: "Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni aun en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables''.

Cuando supo de la muerte de Martí en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, Demorizi apunta que "ninguna muerte conmovió tan de raíz al poeta de los cisnes''. Después de llamarle "maestro'', "autor'' y "amigo'' le dice: "Perdona que te guardemos rencor los que te amábamos y admirábamos por haber ido a exponer y perder el tesoro de tu talento. La juventud americana te saluda y te llora, pero ¡oh, maestro, qué has hecho!''

Vuelve a evocar al amigo ido, en sus artículos Náusea y Prosa dispersa, en 1896 y 1897. En su libro Los raros, sitúa a Martí entre sus más admirados, junto con Ibsen, Edgar Poe, Laconte de Lisle, Verlaine y otros. Estando Darío en París, en 1900, en sus crónicas Peregrinaciones que publicaba el diario La Nación, de Buenos Aires, recordó: "Como aquélla que una vez celebró en La Nación, con su prosa lírica pletórica, el grande Martí, en una correspondencia que se asemeja a un canto de Homero''. En Prosa política menciona a su "amable vigía'' cinco veces, y lo llama "evangélico'' "gallardo'' "múltiple'' "grande'' e "insuperable''. En un artículo que le dedica al poeta José Joaquín Palma vuelve a calificarlo "el gran Martí'' en una referencia que hace.

En 1912 La Nación le ofrece a Darío un banquete, en Buenos Aires, y en el mismo dijo: "Lleno de juventud, y animado de poesía, mi dorada ilusión era figurar en aquella estupenda sabana de antaño donde Emilio Castelar, Edmundo de Amicis y José Martí hacían flamear, a los aires de la gloria, las más hermosas prosas del mundo''. Un año más tarde, 1913, le dedica a Martí cuatro artículos en La Nación y lo llama "varón puro'', "dulce amigo'', "cerebro cósmico'', "vasta alma'' que lo tuvo todo: "la acción y el ensueño, el ideal y la vida y una épica muerte. Y en su América, una segura inmortalidad''.

¿Habrá habido, nos preguntamos, mayor admiración y devoción de un poeta hacia otro en la historia de las letras hispanas y tal vez del mundo?

Profesor de humanidades jubilado residente en Miami, autor de odisea del almirante Cervera batalla de Santiago de Cuba. 1898).

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