Orfeo Suárez. El
Mundo. España. Lunes, 8 de enero de 2001 Año Xiii. Número
4.058.
El púgil Félix Savón hace oficial su retirada con
tres títulos olímpicos - es un símbolo del régimen
de Fidel Castro
BARCELONA.- Alcides Sagarra suele despachar las charlas boxísticas
acerca de los secretos de la escuela cubana siempre con la misma frase: «Basta
con ver caminar a una mujer de esta tierra». La socarrona sentencia, propia
de un cubano en estado puro, no es únicamente una forma ocurrente de
concluir una conversación, sino que alberga un factor clave para
comprender Cuba, desde Compay Segundo a Félix Savón: el
movimiento.
Cuando un hombre de dos metros, dotado de una envergadura proporcional a su
estatura, consigue moverse sobre el ring con la misma cadencia que lo haría
una pareja al compás de un son, y en su formación se invierten más
recursos que en cualquier otro joven por estar predestinado a una mesiánica
misión, es muy posible que nos encontremos ante un boxeador descomunal.
A ese guión, trazado por Sagarra, respondió Savón como
antes Teófilo Stevenson, dos de los grandes campeones de la Revolución.
El primero dominó el boxeo amateur durante los años 70 y el
segundo hizo lo propio en los 90 para ratificar su retirada definitiva el pasado
sábado a la televisión de su país. Después de ganar
su tercer oro olímpico en Sydney (en la categoría de 91 kilos), el
púgil de Guantánamo ha renunciado a la posibilidad de acudir al
Mundial en el mes de junio, donde habría podido conseguir su octavo título.
A los 33 años, se encuentra tan sólo a uno de su forzada
retirada, según la reglamentación de la Asociación
Internacional de Boxeo Amateur (AIBA). Pero la realidad es que Savón
tiene las manos destrozadas después de 15 años de combates al más
alto nivel. En todo ese tiempo disputó 375 peleas, con sólo 17
derrotas, muchas de ellas en su propio país, donde encontraba últimamente
más competencia que en los torneos internacionales, algo parecido a lo
que le sucedía al gimnasta Vitaly Scherbo en la extinta URSS. Y es que el
boxeo amateur es Cuba, como prueban las seis medallas conseguidas en los Juegos
de Sydney por los púgiles de la isla.
Desde su vuelta a los Juegos, en Roma'60, un año después de la
entrada de los barbudos en La Habana, Cuba se ha consolidado como el segundo país
en número de medallas olímpicas de boxeo, con 29 metales. El
primero es Estados Unidos. Sagarra bromea a menudo: «Más importante
que los misiles son ahora los puños». Tanto el técnico como
el propio Fidel Castro han dicho que serían muchas más de no ser
por la mafia de los jueces.
Con el oro conseguido en el pabellón de Darling Harbour, Savón
igualó los tres títulos de Stevenson y el húngaro Lazlo
Papp. El boicoteo de Castro a los Juegos de Seúl, en 1988, impidió
a un joven Savón luchar entonces por el oro, aunque sería osado
asegurar que habría ganado, ya que el campeón fue el actual
dominador del boxeo profesional, Lennox Lewis, considerado ya por la mayoría
de especialistas como uno de los mejores púgiles de todos los tiempos.
Es necesario insistir, sin desmérito de Savón o del resto de
cubanos, que su longevidad ha sido favorecida por el paso incesante al
profesionalismo de sus rivales, como ya le ocurrió a Stevenson. Es muy
revelador que tanto los dos cubanos como Papp, que comparten el récord de
tres oros olímpicos, procedieran de países socialistas, donde no
era posible hacerse profesional sin la disidencia.
Una bolsa de 10 millones de dólares llegó a poner sobre la
mesa el controvertido promotor Don King para enfrentar a Savón y Mike
Tyson, poco después de que el cubano consiguiera su segundo oro en
Atlanta. Pero las autoridades castristas no cedieron. Contactos similares se
produjeron en los años 70, para intentar medir a Stevenson y Muhammad
Ali, que había sido campeón olímpico en 1960.
Pero según Eddy Martin, mayor especialista en boxeo de la televisión
oficial, no se pusieron de acuerdo en el número de asaltos.
Sagarra, que cederá su puesto de coach nacional a Sarvelio Fuentes
para sentarse junto a los dinosaurios de la AIBA, asevera: «Savón
habría vencido a Tyson o Lewis, seguro. Y lo mismo puedo decir de
Stevenson y Muhammad Ali, aunque he de reconocer que sólo él ha
sabido moverse como nuestros campeones».
Mientras Stevenson pasea el discurso castrista por el mundo, Savón se
dedicará a entrenar a las jóvenes promesas que salen de la sala
Kid Chocolate, aunque tendrá más tiempo para su otra pasión:
el baile.
El último servicio a la Revolución
El Savón de Sydney no fue el Savón de Barcelona. En Cuba se
observaba con cierta preocupación la preparación de un campeón
emblemático para una cita olímpica muy especial, dados los
intereses de la Revolución, después del descenso de medallas de
Atlanta (25) con respecto a Barcelona (31) y las incesantes deserciones de púgiles
y peloteros, como el Duque Hernández, campeón de las Series
Mundiales con los Yankees de Nueva York.
El deterioro de los nudillos de Savón, machacados por casi 400
combates, era una seria dificultad, por lo que la prioridad fue insistir en la
cuestión física, para que las piernas y la envergadura hicieran el
resto.
Eso debía bastar, siempre que Savón lograra salvar un incómodo
escollo, Michael Bennet, un ex presidiario que abandonó el penal gracias
a su dedicación al boxeo. El estadounidense le había arrebatado el
título en el Mundial del año anterior, en Houston, por la retirada
en masa de la delegación cubana debido a las puntuaciones de los jueces.
El cuadro emparejó a ambos en la segunda ronda y el cubano respondió
entonces como de él esperaba el «líder máximo».
El juez detuvo el combate por inferioridad de Bennet. Numerosas televisiones
esperaban al estadounidense, mientras que Savón se retiraba sin
detenerse. «El campeón nunca habla», le excusaron los
periodistas del Granma.
A partir de ahí, el camino hacia el tercer oro estaba despejado. El título
únicamente peligró en la final, que le enfrentó al ruso
Sultanahmed Ibzagimov, cuando una brecha se abrió en el ojo izquierdo de
Savón. El juez podría haber detenido el combate si se hubiera
atenido a las normas, pero la personalidad del cubano pesó más que
las reglas y los puños del rival.
Mientras Cuba perdía su primera final olímpica de béisbol,
ante Estados Unidos, y Javier Sotomayor no era capaz de redimirse con un nuevo título,
Savón descendía del avión en el aeropuerto José Martí
de La Habana en primera línea. Castro les esperaba a pie de pista, recién
llegado del entierro del primer ministro canadiense Pierre Elliot, por lo que se
excusó ante el campeón al no vestir su habitual uniforme de
Comandante.
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