CUBANET... INTERNACIONAL

Enero 9, 2001



Magos habaneros

Por Alfonso USSÍA. ABC. OPINIÓN | martes 09 de enero de 2001.

La Embajada de España en Cuba organizó el pasado viernes su cabalgata de reyes. Tres diplomáticos se disfrazaron de Melchor, Gaspar y Baltasar, recorrieron algunas calles en sus carrozas y lanzaron caramelos a los niños que asistieron al festejo. ¿Hay algo más idiota que una cabalgata? Sí; enfadarse por una cabalgata. Y eso es lo que ha sucedido en las redacciones de la Prensa cubana. Que se han agarrado un berrinche por algo tan tonto y sencillo como una cabalgata de reyes, a la que han calificado de «espectáculo asqueroso». Tampoco es para ponerse así, porque una cabalgata no es otra cosa —en su origen—, que una manifestación cabalgada, que una reunión de muchas personas que se organiza como festejo popular. Así, que los comunistas habaneros son los más eficaces y constantes organizadores de cabalgatas. Las del pobre Eliancito, por ejemplo, el ajetreado y explotado niño balsero.

Melchor, Gaspar y Baltasar tiraron a los niños caramelos. Los periodistas de Castro se preguntan: ¿Con qué derecho humillan a nuestros niños lanzándoles caramelos al pavimento o al fango, según la puntería de los mamarrachos? ¡Hombre, camaradas, compañeros revolucionarios, no se pongan así! Los Magos tomaban en sus manos un montón de caramelos, y los lanzaban a los niños. Algunos alcanzaban su objetivo, y otros caían en el fango —¿por qué hay fango en las calles principales de La Habana?—, y en el pavimento. Entonces, los niños cubanos, sin humillarse ni nada, se agachaban y rescataban los caramelos del suelo. En los desfiles de carnaval se hace lo mismo con serpentinas, y no se ponen así los compañeros camaradas revolucionarios.

Aciertan los compañeros camaradas revolucionarios cuando llaman a Melchor, Gaspar y Baltasar «Magos de pacotilla». En efecto. Aquí la Revolución no yerra. Los Magos que cabalgaron sobre el fango de las calles de La Habana eran de pacotilla, o sea, de mentira, de inferior rango. Si hubiesen sido los de verdad estaríamos ante un milagro de los gordos. Ahí es nada, Melchor, Gaspar y Baltasar en persona perdiendo el tiempo en las calles enfangadas de La Habana. Contra eso no podría ni el compañero Fidel, que por otra parte, de niño creyó en los Reyes Magos, como tantísimos cubanos de su generación. Y ahí está, tan tranquilo y sano, matando de hambre a su país y encarcelando disidentes a su antojo, lo que demuestra que haber creído en los Reyes Magos no es inocencia reservada para los niños melindres y capitalistas, sino también para los que han estudiado las chorradas del Ché.

Al final, pierden definitivamente los papeles. Y todo por una cabalgata, que hay que ser imbécil para enfadarse con una cabalgata. Reprochan a la Embajada de España el llevar a Cuba «tradiciones que vinieron por primera vez junto a la espada y la cruz que mataron al indio Hatue». A título personal, lamento profundamente la muerte del indio Hatue, y ruego a los revolucionarios cubanos que acepten mi más sincera condolencia por el luctuoso hecho. Estuvo muy mal matar al indio Hatue o Hatuey, cacique de Maisi, capturado por las tropas españolas y condenado a morir en la hoguera... en 1511. Aquellos fueron tiempos cruentos y despiadados, también en la vieja Europa, y se terminaba en la hoguera por un quítame allá esas pajas. Además, que para mí, los que prendieron la hoguera que achicharró a Hatue o Hatuey estaban más emparentados con los actuales periodistas cubanos que yo. No obstante, y después de reconocer una vez más que los españoles podrían haberse comportado mejor con Hatuey, considero que es de justicia no mezclar a Melchor, Gaspar y Baltasar con barbaridad tan lejana en el ánimo y en el tiempo.

Señores camaradas revolucionarios: no sean dogmáticos. Una cabalgata de reyes no es más que eso. Un tostón. Pero no un tostón mayor que las cabalgatas impuestas y coactivas por el Malecón con Eliancito de coartada, o las terribles cabalgatas de cubanos agotados, marchitos, desvanecidos y espectrales arrastrando los pies tras oír un discurso de cinco horas del compañero Comandante. Que eso sí que es una cabronada, camaradas revolucionarios.

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