Enrique Patterson. Publicado el miércoles, 3 de
enero de 2001 en El Nuevo Herald
A la llegada del nuevo siglo y del milenio la nación cubana no existe
ya confinada en la geografía insular. Si bien siempre se reflexiona sobre
el futuro de la isla en el poscastrismo, menos se hace sobre las perspectivas de
la diáspora. A pesar de la existencia de comunidades cubanas y de cubanos
residentes en todo el mundo (me han hablado de una comunidad de mujeres cubanas
en Jordania), la diáspora se estructura en focos magnéticos
existentes en España, Francia, México y Estados Unidos. Sin
embargo, mientras los intelectuales y creadores del resto de la diáspora
se comportan en los términos tradicionales de una intelectualidad
exiliada, gran parte de la que radica en Norteaméricana, al menos la de
una segunda generación, se asume como una intelectualidad híbrida,
producto genuino del multiculturalismo americano, dando lugar al surgimiento de
nuevos discursos cubanos sobre la identidad.
Los discursos isleños del siglo XIX tenían como presupuesto
una fisura en el seno de la cultura y la sociedad cubanas, dada en la negativa a
conceptualizar y hasta negar la condición de cubanos a los descendientes
de esclavos africanos, así como a excluir de la cubanidad las expresiones
culturales de dichos grupos. En el siglo XX, a partir de Ortiz, la orientación
tiende a cambiar en el plano simbólico, hasta el punto, y acaso la
exageración, de considerar auténticamente cubanas sólo
aquellas expresiones que muestren ostensiblemente la referencia africana, pero
hasta nuestros días permanece la subvaloracion cultural, sin hablar del
ostensible ostracismo en lo económico y politicosocial.
En definitiva, los discursos cubanos sobre la identidad han sido discursos
en los que el criollo concientiza en qué medida aparta, diluye o tiene en
cuenta al negro, en tanto éste se presente como un sujeto sin una
identidad consciente y un discurso propios. Lo común es que 1) es el
sujeto criollo quien se cree en la potestad de eliminar, aceptar en funciónn
de un rol preconcebido o reconocer a los negros y lo negro como parte de la nación;
2) tales discursos no existirían si no existiese un sujeto criollo
incapaz de enarbolar una autoconciencia que no sea en referencia al negro.
Los discursos de identidad de la diáspora se abstraen de esa tensión,
asumiéndola como resuelta cuando en realidad si de alguna identidad
cubana puede hablarse sería de la permanencia de la tensión en
todos sus niveles.
En Cuba era el discurso del atrincheramiento de la mayoría y los
modos de expulsión y/o control de la minoría; mientras que en
Norteamérica aparece como el discurso de una minoría que se
concientiza a sí misma, su inserción en un universo multicultural
del que legítimamente forma parte. De tal modo, los discursos de
identidad de la cubanoamericanidad son discursos de la posmodernidad
norteamericana; los isleños, subterfugios contra la modernidad.
Más allá de la lengua, la única y permanente identidad
americana radica en el sistema de derechos que emana de su constitución
(y no hay ningún americano, con guión o sin él, capaz de
renunciar al mismo); mientras que la cubana se expresa en términos --a
los ojos del mainstream americano-- exóticos: comidas, idioma que se
habla a veces alrededor de la mesa y en las conversaciones con la abuela; algo
que pudiera desaparecer con una tercera generación de cubanoamericanos.
Lo cubano en el discurso cubanoamericano sería emocional o nostálgico,
referido a la intimidad y a la memoria de prácticas o sucesos que se
hacen relevantes desde el punto de vista de la llegada, inserción y estadía
del sujeto del discurso en Norteamérica, o del relato y la imitación
de los mismos por parte de los descendientes; mientras que la identidad cubana aún
radica en la lucha por un sistema de derechos practicables. La primera es metafísica
o poética; la segunda política, económica y jurídica.
Mientras la identidad norteamericana la constituye el ejercicio y la
consecuencia de su constitución con todas sus libertades, deberes y
derechos, los discursos del sujeto criollo cubano al respecto son etnológicos
y culturales. Si los discursos de identidad cubanoamericanos aun de ese mismo
corte pudieran ser legítimos, los de la isla han sido ficticios y
expresan una forma de enmascarar o explicitar exclusiones económicas y
sociales.
Es de esperar, pues, que en el muevo milenio los discursos de identidad de
la isla sean discursos orientados a construir un sistema de derechos de todo
tipo, mientras los cubanoamericanos sigan siendo discursos etnoculturales, si la
doble condición de la cubanoamericanidad permanece, o se silencien si
esta condición desapareciera. Hay indicios de que ello no ocurrirá:
Miami y el sur de la Florida adquieren cada día más las
características de una cultura de fronteras donde las delimitaciones
culturales se hacen borrosas respecto a la claridad de las fronteras nacionales.
Además, la caída del castrismo en lugar de traer como consecuencia
el fin de los procesos migratorios de Cuba hacia Norteamérica,
probablemente los aumente, producto de la intensificación de los
intercambios económicos y culturales y la consecuente entrada masiva de música
y cultura cubana sin restricciones, algo que potenciaría a Miami y el sur
de la Florida como una plaza de producción, difusión y consumo de
cultura cubana.
Mientras en los discursos isleños la identidad se presenta como un
problema hacia dentro, en el espacio cubanoamericano se da como una relación
hacia fuera; siendo la identidad "cubana'' el punto de partida y la
diferencia específica de la inserción del grupo en el seno de la
sociedad americana.
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