Pedro González. Publicado el martes, 27 de febrero
de 2001 en El Nuevo Herald
En mi barrio había un señor de edad bastante avanzada, que
cada vez que se sentía aburrido salía a buscar líos con los
vecinos, aunque la mayoría de las veces la bronca no pasaba de unos
cuantos gritos, pues los del barrio, quizás por pena con los demás
miembros de esa familia, preferían en muchos casos aguantar alguna que
otra majadería.
Tal parece que, a falta de recursos para armar guerras reales que le den un
peso internacional, como las que desarrolló en Angola, Etiopía y
otros países, Castro ahora se dedica a armar enredos diplomáticos.
Las guerras reales no le sirvieron de mucho. La sangre cubana que se derramó
en Etiopía fue totalmente en vano. Hoy ya casi nadie se recuerda de
Mehistu Haile Marian, el dictador comunista que cuando se vio en aprietos huyó
con el botín de su empobrecido país. En Angola la historia es
parecida. Lo que queda de la presencia cubana es una comunidad de profesionales,
médicos muchos de ellos, que han prosperado con las posibilidades que
brinda un sistema de libre empresa, pues a pesar de los miles de muertos que
pusieron las madres cubanas, en Angola no hay comunismo.
Pero lo de los últimos tiempos es algo totalmente distinto y no ha
dejado de llamar la atención de quienes siguen los acontecimientos
cubanos. A partir de la llegada del balserito Elián a Estados Unidos,
Castro comenzó una campaña de demostraciones masivas que se
realizan todos los sábados en diferentes puntos del país. Los que
pensaron que con el regreso del niño a Cuba las cosas se calmarían
estaban equivocados. A continuación decidió que las
manifestaciones serían en contra de la llamada Ley de Ajuste Cubano,
posiblemente la legislación estadounidense más popular entre los
cubanos, pues el que más y el que menos tiene un pariente en Miami que se
benefició de dicha ley y que ahora ayuda a sus familiares en la isla con
dólares y paquetes de ropa y medicina.
Hasta ahí no hay de que extrañarse, pues se sabe que Castro
siempre necesita crear algún problema con los americanos para mantener
entretenida a la opinión pública nacional. Sin embargo, lo que se
sale de los patrones a que nos tiene acostumbrados son sus exabruptos contra
otras naciones.
El año lo estrenó llamando payasos a los diplomáticos
españoles que se disfrazaron de Reyes Magos para repartir chucherías
entre los niños cubanos, a pesar de que habían solicitado permiso
a la policía local y de que no era la primera vez que desarrollaban una
actividad similar.
Poco después enfiló los cañones contra la República
Checa, nación a la que exigió disculpas a cambio de la excarcelación
de dos de sus ciudadanos, al tiempo que ordenó a los miembros de la
embajada cubana en Praga que se inmolaran en caso de que la sede diplomática
fuera invadida, una orden totalmente irracional.
Baste decir que el presidente Vaclac Havel se negó a ofrecer
disculpas, pues en ninguna parte del mundo es delito reunirse con miembros de
partidos de la oposición, y que los miembros del cuerpo diplomático
posiblemente estén muertos, pero de la risa, ante semejante estupidez de
Castro, quien por la presión de la Comunidad Europea no tuvo más
remedio que conformarse con que los checos le firmaran un documento que a fin de
cuentas no los culpaba de nada ante los ojos del mundo.
No satisfecho de buscar lío con un país que goza de un gran
prestigio internacional, arremetió contra Argentina, a cuyo gobierno acusó
de ``lamer la bota yanqui'' por supuestamente tener planeado votar a favor de
una resolución de las Naciones Unidas que cada año condena las
violaciones de los derechos humanos en Cuba.
Quienes siguen de cerca la actuación del gobernante cubano no pueden
menos que preguntarse qué es lo que se maneja tras bambalinas.
La salud de Castro no parece ser la mejor, y la aparición de Raúl
en la televisión cubana, asegurando que si Estados Unidos desea mejorar
las relaciones con Cuba es mejor que sea en vida de Castro, hace pensar que el
viejo dictador padece de alguna enfermedad irreversible que se sabe a corto
plazo lo puede sacar de escena. Sólo así se puede entender ese
exagerado histrionismo que ha desarrollado en los últimos meses, quizás
sabiendo que pueden ser sus últimos cartuchazos.
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