Jorge Luis Romeu. Publicado el viernes, 2 de febrero de
2001 en El Nuevo Herald
Siempre quise ser maestro, como mi madre, que formó varias
generaciones de pedagogos en la Universidad de La Habana. Por eso, cuando se me
ofreció la oportunidad de enseñar en una universidad estatal
norteamericana, dejé mi puesto en el instituto de investigación,
absorbí una rebaja de sueldo del 30 por ciento y me dediqué por
completo a mi verdadera vocación.
Lo que no sabía entonces era que, ser cubano en la academia (la
universidad, en EU) es como jugar a la pelota: te pueden contar los tres
estrais, y p'a fuera.
El primer estrai es eminentemente democrático, porque se lo pasan a
todo el mundo: la envidia. La academia no es un ambiente amistoso. Si publicas
un trabajo más que el otro, o mejor, o en una revista más
prestigiosa; o si obtienes un grant más extenso, o de más dinero,
o te ganas una Fulbright y los otros no, prepárate, hermano. ¡Te cayó
carcoma!
El segundo estrai es más selectivo: el racismo. Ser bueno es malo;
pero ser bueno y no ser del main stream puede ser un pecado mortal. ¿Cómo
puede un racista aceptar que un miembro del grupo que considera inferior, sea
reconocido? El racismo toma dos modalidades: los que te atacan y los que no te
defienden --porque les eres indiferente o porque no quieren arriesgar su carrera
por un "minorista''.
Pero el racismo académico es particularmente sofisticado, como es de
esperar en un ambiente tan relambido. Por ejemplo, la universidad acepta un por
ciento de minorías, para poder optar por grants del gobierno federal.
Pero a veces ese por ciento se mantiene "rotativo'', renovándose
cada cuatro o cinco años. Así, las minorías no llegan a
adquirir la masa crítica, la unidad de acción y la antigüedad
necesarias para alcanzar los puestos administrativos desde donde defender sus
posiciones o a sus miembros...
El tercer estrai es el izquierdismo militante. Ingenuamente, pensé
que la academia sería un foro abierto para discutir ideas en base a su mérito.
Pero me equivoqué. Mi columna mensual en el periódico regional,
sobre Cuba y América Latina, a veces reproducida por mis alumnos en el
periódico estudiantil, no era del agrado de ciertos profesores que
apoyaban a los sandinistas, a Fidel Castro y otros movimientos similares. Y
cuando los estudiantes nos invitaron a un debate público sobre Cuba,
donde quedó clara la situación de falta de libertad dentro del país,
se selló definitivamente mi suerte.
No es pues, de extrañar, que encontrase mil escollos para traer a
Frank Calzón o a Alvarez Bravo a hablar sobre Cuba. O que nunca me
autorizacen a traer la exposición de balsas cubanas, que Jay Fernández
organizó en el Congreso --aunque siempre hubiese recursos para traer a
los sandinistas, al reverendo Walker, que lleva computadoras a Cuba, o a la señora
Medea, que lleva estudiantes universitarios a conocer el sistema...
Finalmente, tenemos la interacción, la nefasta combinación de
dos o más de los estrais arriba mencionados. Se puede ser main stream y
moderado, o ser minoría y "liberal'' o ser cubano y andarse con
mucho cuidado en política --y se sobrevive. ¡Pero ser las tres cosas
a la vez es una combinación explosiva!
El ajuste de cuentas llegó a la hora de ascender a profesor titular.
De nada me sirvió el tener más publicaciones, ni traer más
dinero en grants que todos los demás profesores del departamento juntos.
De nada ser el único Fulbright, ni el único que mantenía un
programa de intercambio internacional...
Para demostrar que, en un ambiente menos hostil, podía yo ser
evaluado con más justicia, sometí los excelentes comentarios y
evaluaciones de mis estudiantes y del jefe de departamento de la universidad
mexicana donde había sido profesor Fulbright, y un diploma de
reconocimiento del rector. El provost me rechazó este argumento basado en
tres razones tan ofensivas como inadmisibles:
Primero, que a veces la Fulbright se daba para "ayudar'' al desarrollo
de un profesor --y no como reconocimiento a su curriculum.
Segundo, que había países más competitivos que otros.
Por último, que en diferentes culturas se mantenían diferentes
standards para la evaluación de un buen docente. Esta carta fue la gota
que rebosó mi taza: tras 14 años en la universidad, decidí
tomar el retiro temprano y regresar al instituto de investigación.
Mi experiencia universitaria constituye una aberración, no la regla,
como podrán corroborar otros académicos cubanos. Pero su
conocimiento puede evitar su repetición. Para mí, dejar la
universidad fue tan duro como salir de Cuba. Y sólo pido a Dios me ayude
a acabar de cerrar esta ventana y a encontrar nuevos retos, en un ambiente más
productivo y acogedor.
Ingeniero principal del IIT Research Institute, dirige además el
proyecto Juárez Lincoln Martí de Educación Internacional.
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