Ronald Balza Guanipa.
El Nacional - Viernes 27 de abril de
2001.
Días antes de la última visita de Fidel Castro a Caracas,
visité La Habana. Cuatro días recorrí las calles de La
Habana Vieja, de Habana Centro y de Vedado, a pie y en bicitaxi, hablé
con profesores, abogados, ingenieros, historiadores, vendedores de tabaco,
taxistas, cambistas, francotiradores en Angola, estudiantes, administradores de
paladares, vendedores de mujeres, bibliotecarias, marinos, policías, ex
guerrilleros, prostitutas, ex funcionarios de gobierno, agentes de aeropuerto y
mendigos. Vi televisión, leí el Granma, vi camellos llenos de
pasajeros, libretas de racionamiento, retratos del Ché, de Fidel, de
Cienfuegos, de Martí en calles arruinadas, en paredes de escuelas. Fui a
la Universidad, pasé frente a la Plaza de la Revolución, la
Oficina de Intereses de los Estados Unidos, el Memorial Granma, Coppelia, la
Bodeguita del Medio, Floridita, museos, la iglesia, hoteles, merolitos,
shopping, mercados agrícolas, plazas. Caminé por el malecón
desde Vedado hasta La Cabaña, y escuché el cañonazo de las
9.00 pm entre la luz del faro y la de la luna llena. Cuatro días no
bastan para conocer una ciudad, ni para comprender una sociedad. Sin embargo,
cuatro días hicieron de mi viaje una experiencia compleja, difícil
de asimilar.
Durante mis años de colegio y universidad, asocié a Cuba con
José Martí, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, sones
y boleros, medallas olímpicas, con los hombres que arriesgaron la vida
para derrocar una dictadura y ofrecer educación y salud a quienes nada
tenían, a pesar de la oposición de Estados Unidos. Cuba era para mí
ejemplo de idealismo, síntesis de heroísmo, poesía, música
y solidaridad. Yo fui a Cuba deseando hallar vivo el idealismo revolucionario.
Pude almorzar en casa de una ex funcionaria de cultura del gobierno, que
recuerda sus días trabajando con el Ché. Pude ver sus fotografías
con Fidel en la primera sala de su casa y hablar con su esposo, el ex
guerrillero. Ambos reconocían que la Revolución tenía
enemigos, y que había que vencerlos. Que, entre socialismo y capitalismo,
habían elegido socialismo, y que lucharían por mantenerse en él.
Que los Comités para la Defensa de la Revolución no sólo
eran necesarios, sino que eran muy eficientes para descubrir hombres escondidos
e intimidar a contrarrevolucionarios en calles e iglesias. Luego del almuerzo,
fueron a discutir un discurso de Fidel, dejándome seguro de la sinceridad
de sus convicciones.
Sin embargo, recorrer las calles de La Habana me causó una profunda
tristeza. De pie en el malecón, frente al agitado mar de octubre,
intentando divisar la invisible costa de La Florida, recordé la historia
de los tiburones y la balsera menstruando, y pensé en la desesperación
de los cubanos que se arrojan al mar. ¿Cómo sería La Habana
antes del Período Especial? ¿Sería esta ciudad carcomida,
donde los turistas son asediados por vendedores de tabaco y de mujeres, de
cuartos y de baratijas, donde los mendigos piden ropa y jabón y pueden
ser profesores de educación física? Pregunté por los logros
de la Revolución. No hay niños que duerman en las calles. Los niños
van a las escuelas, y también a los "actos de masas" contra el
bloqueo. Hay bibliotecas universitarias, aunque hay libros prohibidos, como La
rebelión en la granja. Las universidades gradúan profesionales,
sin embargo, a muchos lo que más les conviene es trabajar para turistas.
Hay buenos médicos, pero no hay comida ni sábanas en los
hospitales, ni medicinas. En parte, porque son gratuitas y se desperdician, o
son robadas para venderlas en el mercado negro. Un médico gana $10 al
mes, pero, aún queriendo, no se le permite dejar su profesión.
Todos tienen donde vivir, porque nadie es dueño de su casa. Los viejos
pueden vivir en las Casas de los Abuelos. Una pensión de vejez es de $3
mensuales. Siempre hay huevos, pero "ahora se come menos". Es muy fácil
que un turista encuentre estafadores en las calles, pero puede andar por ellas
sin peligro. La encargada de un Círculo Infantil por la mañana,
puede ser prostituta por la noche. Todo vendedor de mujeres recomienda usar
condones. Desde octubre, he intentado escribir sobre mi visita a Cuba. No he
podido hacerlo hasta leer la carta de Manuel Alfonso sobre los artículos
de Rafael Osío. La distinción que Alfonso hace entre "los
cubanos" y "la lacra de nuestra sociedad", su afirmación
de que "Cuba es hoy indómita e indivisible", su profusión
de citas de Martí, me hizo recordar las consignas regadas por las calles
de La Habana, en murales y vallas, el estilo de los redactores del Granma y de
los noticieros de televisión. Me hizo recordar los discursos de todos los
"revolucionarios", una vez que los días de la Revolución
han pasado. Siempre parecen decir: "Estamos luchando contra todos por
nuestros ideales. Tú eres de los nuestros, debes acompañarnos en
esta lucha gloriosa. Si no lo haces, estás en contra. Eres enemigo. Prepárate".
Mi primera noche en La Habana, vi el Granma, encerrado en una vitrina,
rodeado de artefactos militares. El de la bicitaxi pedaleaba en silencio, tras
llevarme por las calles de La Habana y ofrecerme jineteras de distintos colores
y edades. La carta de Alfonso me recuerda esa primera noche en La Habana, llena
de símbolos y prostitutas. Prostitución, deterioro de las
ciudades, deficiencias en los servicios públicos, no son problemas ajenos
a un venezolano. La pobreza cubana quizás se deba al bloqueo, a la caída
del campo socialista o a las decisiones del Gobierno cubano. Lo que más
me sorprendió no fue la pobreza, por lo tanto, sino la transformación
del idealismo revolucionario en un medio para dividir a los habitantes de la "indivisible"
Cuba en dos: los defensores de la Revolución y las "lacras de la
sociedad", como escribiría Manuel Alfonso. ¿Cómo es
posible aceptar esta división?
* Profesor de Economía UCV-UCAB. rbalza@ucab.edu.ve
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