Mientras muchos de sus coetáneos exhiben franelas del Che por
medio mundo, los jóvenes cubanos se rebelan contra 42 años de
consignas ininterrumpidas y se obsesionan por saber qué hay más
allá del malecón habanero . El contacto creciente con el
extranjero y el natural desgaste del régimen, así como el trauma
del consumo, hacen de esta población una masa escéptica que
estudia con desgano y disfruta de los placeres prohibidos. Entre ellos, el sueño
americano
Rafael Osio Cabrices. La Habana.
El Nacional, Caracas - Miércoles
4 de abril de 2001. Caracas.
El Rodeo Café es uno de los sitios nocturnos más populares
entre la juventud habanera. A eso de las 10:00 pm, los tres policías de
gris que resguardan su entrada ven pasar una consecuente muchedumbre, fiel a las
luces estroboscópicas, a las cervezas de a dólar y a las
posibilidades eróticas de esta discoteca amplia y despejada del inmenso
Parque Lenin.
Los hermanos I. y E., de 20 y 25 años, estacionan su Dodge 51 bajo un
bambú. Vienen todas las semanas, y no les cuesta sus condones chinos. "Aquí
en Cuba es tan fácil conseguirlos que la gente los usa para inflarlos en
las fiestas de los chiquitos", cuenta I., pagando el cover de 3 dólares.
Vienen ansiosos y sedientos, luego de hacer escala en una fiesta privada de
estudiantes del preuniversitario Lenin, un bachillerato de élite para los
alumnos de mejores expedientes que buscan carreras técnicas.
La fiesta había sido una despedida para una chica que se va del país;
las muchachas, casi todas muy a la moda como cualquiera de Caracas, pedían
al DJ el disco quemado con los éxitos de DLG, en lugar del vertiginoso
Prodigy que escuchaban los varones. En Rodeo Café predominan el techno,
algo de raggamuffin, y el actual monarca del pop Cubano, Carlos Manuel y su
Clan. Se trata de un salsero blanco nada purista cuyo hit supremo repite un
viejo estribillo de Harry Belafonte: "Matilda robó mi plata y se fue
a Venezuela".
I. y E. mezclan cerveza Bucanero con Havana Club blanco. La rumba en El
Rodeo se acerca a su clímax y docenas de muchachas compiten en
flexibilidad lumbar. Todos se miran, se tocan, avanzan rápido sobre las
etapas preliminares para que a las 2:00 am, cuando cierre el lugar, nadie se
vaya con las manos vacías. También hay extranjeros cuarentones.
Uno de ellos baila con una mulata de cara picada que lo abraza como si fuera el
amor de su vida. Cuando dan una vuelta, otra muchacha parecida se tongonea ante
él para tratar de arrebatárselo a la otra.
Sus bailes, sus modos de relacionarse tienen algo en común: sexo. Es
lo único que le está plenamente permitido a una juventud que no
puede alquilar películas ni comprar libremente los discos que quieren. En
Cuba, ponerse un piercing o escuchar a Madonna son actos subversivos. Nada que
traiga cárcel ni mucho menos, pero mal visto por los mayores y por los jóvenes
"cuadros" de la Unión de Jóvenes Comunistas.
Pero nadie se acuerda de ellos en El Rodeo; por los wafflers la cantante
grita everybody is feeling good. Poco antes del cierre, bailan una versión
tecnificada de uno de los temas con que los amigos latinoamericanos del régimen
Cubano celebran su existencia, "Sólo le pido a Dios", de León
Gieco, y que los habitués de El Rodeo, ignorantes de esa historia, llaman
"la canción del indio". A las 2:00 am, bajo los bambúes,
todos negocian la cama, la cola y el compromiso de regreso para el viernes
siguiente.
Desde chiquitos
A los 6 meses de edad, los Cubanos entran al círculo infantil. A los
5 años, a la escuela. Si la madre trabaja, les dan almuerzo: arroz con chícharos,
a veces medio huevo, y no alcanza para todos. La educación obligatoria
consta de 9 grados, aparte del preescolar. En ese punto, los jóvenes
deciden. Pueden estudiar 2 años más una especialidad y ser obreros
calificados. O cursar 4 años para ser técnicos medios. Estos últimos
pueden sacar un título equivalente al de 12 grados en una facultad
obrero-campesina. También pueden hacer los grados 10, 11 y 12 en
internados en el campo, sean de donde sean, donde todos pierden la virginidad.
Una vez con el certificado de 12 grados, pueden hacer 5 años de trabajo
social para entrar directo en la universidad, o irse a un preuniversitario, para
estar en él 3 años.
Desde ahí ponen a prueba sus expedientes integrales para optar por
una carrera universitaria. Las más populares son medicina, enfermería
y pedagogía. Todas duran cinco años, más las
especialidades. Hay mucha demanda y pocos cupos. Las buenas notas no bastan:
conviene tener un buen historial en materia de marchas, donaciones, trabajo
comunitario, etcétera. Los miembros de la Unión de Jóvenes
Comunistas tienen mucho chance.
Todo esto se hace sin acceso a Internet, un misterio al que sólo
pueden asomarse muy pocos funcionarios estatales, de estricta confianza y
preferible carnet del partido. Los jóvenes Cubanos ignoran qué
cosa son Sony Entertainment Television y Los Simpsons, aunque están muy
al tanto de Britney Spears y Christina Aguilera.
Todos los varones aptos hacen 2 años de servicio militar, entre los
16 y los 18 años. Quienes van a la universidad hacen sólo uno. En
1999, había 649.000 alumnos de educación primaria, 1.160.900 en
media, 1.527.900 en media superior y 487.900 en superior. Poco más de 1
millón de personas son deportistas activos.
Pioneros
Al ingresar al sistema educativo formal, los niños Cubanos pasan
inmediatamente a llamarse "pioneros", y reciben un riguroso
tratamiento a base de "principios marxistas-martianos" de la educación.
Una vez al año hacen el programa "escuela al campo" y son
vinculados al conocimiento de la producción alimentaria. Visten
pantalones kaki con camisas blancas y un pañuelo rojo en el cuello (los
hijos de los testigos de Jehová se resisten a llevar la pañoleta,
así como a saludar a la bandera y cantar el Himno). Los más
aventajados son los llamados "vanguardias nacionales" y son premiados
con medallas.
Los pioneros suelen distinguirse en el manejo del idioma y la sorprendente
fluidez de sus intervenciones públicas. Están agrupados en la
Organización de Pioneros José Martí, y celebran múltiples
reuniones de carácter ideológico y recreativo. A los 15 años
los jóvenes Cubanos pasan a militar en la Federación de
Estudiantes de la Enseñanza Media. Los mejores pueden intentar un cupo en
una de las escuelas Camilo Cienfuegos, donde son instruidos con una fuerte
preparación militar en las ciencias exactas.
El paso siguiente antes de llegar a los 20 años será intentar
ingresar a las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas. El ingreso
a la "juventud" supondrá entrar en las filas del Partido
Comunista de Cuba, según la Constitución "la fuerza dirigente
de la sociedad y el Estado". Ser miembro de "el partido" implica
sortear un exigente catálogo de requisitos: austeridad, compañerismo
y capacidad para la "autocrítica", la disponibilidad a toda
hora y en todo momento, y la labor en equipo. Pero significa también una
serie de privilegios. El grueso de la juventud Cubana, sin embargo, convive con
la torrencial retórica oficial en medio de una callada indiferencia, que
se transforma en molestia ante un interlocutor de confianza.
Alonso Moleiro
Afuera
Técnico medio en mantenimiento eléctrico, el muchacho que
llamamos I. no trabaja; vive como taxista ilegal con el carro de su padre, un
Dodge 1951 con motor diesel lleno de repuestos soviéticos y artesanales.
Tiene un reproductor Pioneer extraíble con cornetas robadas, cuya radio,
cuando el tiempo está bueno, le deja oír emisoras FM de Florida.
Cuando pone "La bomba" es capaz de ahogar el mugido del tren que surca
los barrios medio rurales del sur de La Habana. "A mí lo que me
gusta es manejar, tener un carro nuevo. Menos mal que no puedo tener un BMW,
porque si no me mato corriéndolo".
Su hermano E. tiene en su cuarto una sábana con la bandera de Estados
Unidos, pero el país al que quiere irse es Canadá. Y quiere
hacerlo pronto. Hizo zapatos, arregló carros, pero luego descubrió
"el negocio de abogado" y hace un curso de técnico en Derecho
en la Organización Nacional de Bufetes Colectivos. Es un crítico a
tiempo completo de Fidel Castro. Le gustan Madonna, Maná, Shakira, Creed,
Chris Isaak. "Lo que no puedes olvidar aquí es que no eres dueño
de tu casa, ni de tu carro, ni de ti mismo, porque en el momento en que te
pongas a comer mierda te lo quitan todo. Quiera Dios que el fin del bloqueo me
agarre fuera de este país".
Ella tiene 17 años, se llama N. y usa muy poca ropa. Deambula por El
Vedado en busca de algo qué hacer, desde una botella en el malecón
con unos amigos hasta un romance con un extranjero. "Aquí es casi
obligado estudiar. Pero uno lo hace sin saber para qué, porque nunca vas
a vivir de tu sueldo".
Muy distinta es B., habladora e inteligente a sus 28 años. Ella sabe
dos idiomas aparte del castellano, trabajó en buenos hoteles como
recepcionista e hizo un curso de aeromoza. Vive con su familia y alquila una
mesa de billar, clandestina, encerrada en un cobertizo de la platabanda de su
casa. "Pude salir del país, pero no lo hice por miedo a los aviones".
L. es un joven de 18 años. Estudiaba segundo año de economía,
pero lo dejó porque a principios de abril -asegura- se marcha a Italia.
Ya tiene pasaje, pasaporte, carta de invitación, permiso para salir,
contrato de trabajo como mesonero en un balneario del sur, todo. "El sueño
de todo joven Cubano es irse. Aquí estamos frustrados, porque no tenemos
nada qué hacer ni cómo progresar. Yo estoy seguro de que en Italia
me va a ir muy bien. A los Cubanos las mujeres nos quieren mucho en todas partes".
W. pasó cinco años en el Ejército y al salir se
convirtió en testigo de Jehová. No cree en el Estado ni en los políticos
ni en el nacionalismo. No cree en "el enemigo" con el cual el régimen
lo crió. "Yo quisiera ver Jamaica, la tierra de mis abuelos, y ver
España. Aquí las cosas no son tan malas como algunos dicen, pero
lo que quiero es saber qué hay afuera, cómo viven los demás".
(c)Copyright 2000. CA Editora El Nacional. Todos Los
Derechos Reservados |