ARIEL SCHER. Clarín
digital en Sydney. Lunes 25 de setiembre de 2000
No era posible. A él, justo a él, que fue el hombre que llegó
más cerca del cielo, el propio cielo le hizo una mala jugada, un truco
indebido, algo que no podía ser. Javier Sotomayor, siempre cubano y casi
siempre campeón, quiso ir por lo que sabe, saltar más alto que
todos y se quedó en el intento. La primera lluvia olímpica de
Sydney se le vino encima, cada vez más intensa, y le mojó los
saltos que tenía escondidos para ser de nuevo el mejor.
Sotomayor segundo, así como se escucha, demasiado extraño si
no fuera verdad. Saltó 2,32 metros en su mayor vuelo. Resulta nada si se
lo compara con los 2,45 que, desde julio de 1993, son su inamovible récord
mundial. Pero deja de resultar nada si se recuerda el pasado próximo. El
cubano venía de un año entero sin actividad, luego de que la
Federación Internacional de Atletismo lo suspendiera porque en sus
controles antidóping de los Juegos Panamericanos fueron hallados restos
de cocaína. Alguien lo dijo en los pasillos poblados del enorme estadio
Australia: "Este hombre perdió, pero también ganó".
Todo o nada, nada o todo, lo cierto es que Sotomayor 32 años,
campeón olímpico en Barcelona 92 estuvo en el escenario olímpico,
después de haber escuchado mil discursos moralistas a favor y en contra
del castigo que recibió. "Fui suspendido injustamente y eso me afectó
muchísimo. Hubiera querido que el pueblo de Cuba recibiera una medalla de
oro, pero siento satisfacción por esta de plata tras un año tan
malo en la preparación", contó al periodismo un rato después
de competir. Habló calmo, amable, sonriente, convertido en casi otro
respecto del que se embroncó duro cuando saltó y no pasó.
"Soy el peor saltador del mundo bajo la lluvia", dijo, de humor en
humor, mientras los cronistas del planeta se empujaban para tener sus
declaraciones. Impactante Sotomayor: cerca de cada sitio en que conversaba,
pasaba sin soportar ase dios el ruso Sergey Kliugin, que de saltador ignorado
migró en Sydney a triunfador olímpico con una marca de 2,35
metros. Más de uno que miraba podía hasta preguntarse quién,
en serio, era el campeón.
Flaco, largo, ropa roja, Sotomayor gastó una de sus tardes de Sydney
para pegar cinco de sus saltos. Lo hizo ante unas 100.000 personas. Dos veces, a
los 2.25 y a los 2.32, superó la varilla como si no traspirara. Las tres
veces siguientes, todo se volvió peor. Maldita cifra del día, los
2.32 metros fueron el tope irremontable que tres veces no cruzó.
Pero si malas alturas fueron en esta ocasión su frontera, no hubo límites;
en cambio, cuando le tocó conversar. "Esta actuación enfatizó
contra quien pudiera suponerlo abatido representa algo verdaderamente
grandioso: primero, mi participación en los Juegos; luego, esta medalla."
Todo lo dijo envuelto en una bandera de Cuba, su país y su tema también:
"Los deportistas que han desertado son los menos grandes. Cada cual toma su
decisión. Algunos se han vendido o se han dejado comprar".
No vencido ni aun vencido, el cubano prometió más futuro. Y
anunció que quiere participar en el campeonato mundial del año que
vendrá. "Creo que puedo ganar la medalla de oro", afirmó
como una fe o como un pronóstico. Tal vez no llueva ese día y
vuelva a ser más que segundo. Sotomayor está de regreso y no suele
prometer en vano. Será el hombre que supo volar más alto. Pero
tiene los pies sobre la tierra.
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