Fernando Delgado. El País. Domingo 10 septiembre 2000 - Nº 1591
Si Reynaldo Arenas se hubiera visto en pantalla, ahora en Venecia, encarnado en Javier Bardem y mejorado en su físico, aunque muy parecido al pimpollo que él era, hubiera muerto de gusto. Digo muerto por no decirlo como Reynaldo, que hubiera apelado a la eyaculación para
explicar su placer. Sólo he conocido a otro escritor tan descarado y obsesivo con el sexo, con la carne de varón y sus emanaciones. No su paisano Severo Sarduy, que también se las traía; ni el argentino Manuel Puig, más inocente -los tres unidos por un fatal
destino-, sino un italiano, Aldo Busi, más estrepitoso que Arenas y mucho menos sustancial, literariamente, que el cubano.
En las memorias de las que se nutre Schnabel no encontraba resistencia a su seducción, creo recordar que se tiraba hasta las piedras. Y estoy de acuerdo con lo que me dijo de ese libro el genial cubano Gastón Baquero: exagerado. Al fin y al cabo, su esencia literaria le venía
de su temprana e irrefrenable tendencia a la invención, de su seductora manera de imaginar la vida desde la realidad cruel precozmente vivida: el dolor da marcha. Tal vez por eso era fácil descubrir en él al mentiroso niño del Caribe, pronto despierto al estímulo
del sexo, junto al aliado del infierno que se metía en las zarzas de una imaginación barroca que te arrastraba. Vida y literatura como una misma pasión sin fronteras.
Mentía con gracia. En lo que tocaba a sus aventuras eróticas, por supuesto, pero en cuanto a sus padecimientos y torturas por su naturaleza homosexual, valga el 50% de lo que narra en Antes que anochezca para aproximarnos al horror de la exagerada persecución homofóbica
de Castro. Resulta por eso llamativo leer que para Bardem y Schnabel la película no es anticastrista. No digo que fuera el dictador el personaje que animó al director a hacerla, pero ejemplos de tenaces violaciones a la dignidad humana como el que la vida de Arenas representa no pueden
eludir, ni en la versión más libre, el origen del horror que encarna Fidel. Y supongo que eso lo ha entendido muy bien Bardem en el inteligente diálogo que ha establecido con su personaje. Por mucho que le pese, y nos pese, no es lo de menos que este drama se originara en Cuba y
con Castro. Ni es lo menos importante que Bardem sea el protagonista. Si el propio Reynaldo se hubiera representado a sí mismo, su personaje resultaría menos creíble. Por eso las reglas del arte agradecen la elección de Bardem, quien dijo un día que la etiqueta de
macho hispánico que le acompaña, no responde a la flexibilidad de su alma de actor.
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