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Septiembre 7, 2000



Escuelas y cuarteles

Emilio Ichikawa. Publicado el viernes, 8 de septiembre de 2000 en El Nuevo Herald

No creo que se pueda hablar, en rigor, de una novelística de la revolución cubana; por lo menos al nivel de la que existe para el caso de la revolución mexicana. No me consta, por ejemplo, un equivalente insular a Los de abajo, de Mariano Azuela. En cambio sí hay indagaciones literarias de diferentes épocas del castrismo, inteligentes y abarcadoras, como no ha podido lograr el pensamiento social.

Me limito a citar una trilogía posible. Con Los paraísos artificiales de Benigno Nieto se puede entrar en la revolución; salir de ella con El color del verano, de Reinaldo Arenas, y padecerla con La travesía secreta, de Carlos Victoria.

Si los testimonios escritos de la vida bajo el castrismo alcanzan a sobresaltarnos, indignarnos y repugnarnos, esta novela de Carlos Victoria nos hace experimentar una suerte de rechazo integral. La rebeldía continua es superior en madurez al disgusto intermitente. Igual que en filosofía no basta con un estado depresivo para considerar a alguien ``escéptico'' o ``nihilista'', tampoco es suficiente en política maldecir a un déspota para convertirse en demócrata.

En La travesía secreta hay un momento en que un personaje dice: ``Despojaron a los ricos de sus bienes, para ellos más tarde disfrutarlos a su antojo. Convirtieron cuarteles en escuelas y luego inundaron a Cuba de cuarteles''. La frase denuncia los malabarismos de la política totalitaria: no hay cambios, sólo permutación de lugar. Hubo un disloque social y se reinventaron los ricos; menos altruistas y más dictatoriales. Igual de soberbios pero más hipócritas. Las celdas se convirtieron en aulas y en consecuencia se trató a los estudiantes como prisioneros. Las aulas se convirtieron en celdas y se maquinaron programas para reeducar a los presos.

Es curiosa esta intuición policial de la política castrista. El pensamiento estructuralista francés corroboró, comparando instituciones, sociedades, culturas y civilizaciones, que existían mecanismos que se repetían regularmente. El filósofo Michel Foucault insistió en las semejanzas represivas de algunas cárceles, escuelas, fábricas y hospitales siquiátricos donde se traicionaba el humanismo genuino.

Ya fuera de la filosofía, en el ámbito de la política práctica, Fidel Castro logró convertir en instrumento simbólico esta comunidad estructural y funcional entre las cárceles y las escuelas. Arquitectónica y espiritualmente la permutación le era muy fácil; compartimentos aislados, sujetos a un poder central encargado de trazar la estrategia general de la dominación. Hizo su promesa y la cumplió. Ese es el gran peligro de pedir peras al olmo: a veces las da. Mientras convertía al Cuartel de Columbia en la Ciudad Escolar Libertad, transformaba a su vez, discretamente, la villa docente de los Hermanos Maristas en el Cuartel General de la Seguridad del Estado.

El escritor Norberto Fuentes da testimonio directo de esta metamorfosis en su libro Dulces guerreros cubanos: ``A la austeridad de una escuela católica al servicio de la pequeña burguesía cubana y a sus cercas de barras negras de acero colado, sólo hubo que añadírsele las torretas de vigilancia con reflectores, para limitar el acceso exterior''.

En la Ciudad Escolar Libertad, por supuesto, siguen funcionando las pistas del aeropuerto, se conservan y se utilizan los campos de entrenamiento y, por si acaso, se reserva a su lado el Hospital Militar Carlos J. Finlay. Mientras, en el famoso cuartel vecino al reparto la Víbora, los soldados se convierten al magisterio con intenciones muy innovadoras en los métodos de ``persuasión'' y en las formas de castigo.

En el pueblo de Bauta, en efecto, también el cuartel fue convertido en escuela; pero a cambio, se han inaugurado una decena de cuarteles más: unidad de la policía, zonas de defensa, bases militares, etc. Para reiterar la historia, la Academia de la Marina de Guerra, en la Playa de Baracoa, ha sido reconvertida en Escuela Latinoamericana de Medicina. ¿Cuántos hospitales y casas de socorro se cambiarán en cuarteles? Con Fidel Castro los tratos no sirven. Hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban; en fin de cuentas, las escuelas son escuelas y los cuarteles, cuarteles son.

© El Nuevo Herald

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La travesía secreta, de Carlos Victoria, en Amazon.com

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El color del verano, de Reynaldo Arenas

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