VENECIA. E. Rodríguez Marchante enviado especial. ABC, martes 05 de septiembre de 2000
La presencia, la fuerza, la personalidad, pasión y entrega de Javier Bardem le impide a «Before night falls», o «Antes de que caiga la noche», desmoronarse en su pretensión: ser el continente de Reinaldo Arenas, poeta cubano cuya vida y obra pendió de un
hilo de la barba de Fidel Castro, que tomó ese atroz atajo del exilio y que se mató en Nueva York atajando, también, la labor del sida.
La película la firma el pintor Julian Schnabel, demasiado absorto en «la circunstancia Reinaldo Arenas», en su infancia como de cuento de García Márquez, en su homosexualidad, en su paso cambiado con la revolución, para plasmar lo realmente trágico de
Reinaldo Arenas o de cualquiera que haya tenido que cambiar tierra por literatura, paisaje por vida y propios por extraños; Arenas salió de Cuba, tras varios años de cárcel por El Morro, en 1980, cuando aquella pantomima de «los marielitos».
La primera pregunta que se ha de hacer uno al ver este «Before night falls» es: «¿Cuenta de Reinaldo Arenas lo que quisiera saber de él?»..., no racanea Schnabel la panorámica biográfica, desde sus primeros días hasta los últimos,
coincidentes ambos tiempos en tenerlo a él sólo y desvalido dentro de un gran agujero, pero no es más que el habitual salto de mata de anécdota en anécdota, de dato en dato, de relación en relación y también, muy de refilón, de poema en
poema.
La impresión personal nada más terminar la película de Schnabel es que, aunque permanece el desconocimiento del mecanismo interior de Reinaldo Arenas, pues el guión lo mueve a golpe de tópico, o casi, sí se conocen casi al milímetro los resortes
que hacen funcionar a un actor como Javier Bardem, quien logra, a pesar de los pesares (ahora pesaremos algunos), que su personaje penetre y se acomode en esa sala de nuestro interior cuyos sillones están forrados de simpatía. Probablemente, Javier Bardem anima el recuerdo de Reinaldo
Arenas con una bondad y alegría que quizá él no tuviera. Y a esa tarea, la de contenerlo, se dedica en cuerpo y alma, desde los andares hasta el acento cubano (aunque casi toda la película está hablada en inglés ¿?), desde la sutileza de la pluma a la
habilidad en la máquina de escribir..., escondiendo de manera milagrosa y Dios sabrá dónde (y no es la primera vez que lo hace) ese fragor hombruno que lo tenía convertido en el prototipo del macho.
Entre esos pesares apuntados, pesa quizá más que ninguno el presentimiento de frivolidad (ahora sale Sean Penn, ahora Johnny Depp, un instante de Najwa Nimri, una pincelada en recuerdo de Virgilio Piñera, de Lezama Lima...), de no haber rascado sino acariciado al personaje,
de abandonarlo a medio camino (de Estados Unidos cuenta lo del sida, lo del suicidio y poco más), de no entrar en su verdadero contorno ni de cubano ni de exiliado cubano, de mostrárnoslo con la obra hecha (ahora publico «Celestino antes del alba», ahora me publican «El
mundo alucinante»...) en vez de haciéndola.
Después, Javier Bardem confesaba que detrás de esta película no hay unos planes programados para entrar en el mercado americano, como Banderas o Penélope Cruz. «Si cae algo, bienvenido sea», dijo, aunque también apuntó, como arrepintiéndose
de la manga ancha: «Bueno, y habría que ver qué tipo de trabajo, porque no me iría a hacer cualquier cosa».
Y en cuanto a la extravagancia de ver a Bardem y a Reinaldo Arenas hablando en inglés en La Habana, se justificaba el director de forma marciana diciendo que, como su mujer es española y en su casa lo mismo se habla español que inglés, pues que pensó que igual
sucedía en Cuba. Y hala... Sean Penn con su acento de Minessotta apareciendo un minuto como un carretero cubano con diente de oro llamado Cuco Sánchez.
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