Por Ignacio Sánchez Cámara.
ABC. España. Noviembre 20, 2000
Cuba no apoya a ETA. Es Castro quien lo hace. No es posible discernir cuál
es la voluntad de Cuba mientras siga secuestrada por el grotesco dictador que la
somete. En todo este delirio habanero hay dos cosas que no pueden sorprender
porque forman parte de la naturaleza de las cosas. No puede sorprender que
Castro ayude a ETA, porque comparten principios (es un decir) ideológicos
(también es un decir), vocación totalitaria y acción
terrorista. Nada más natural que los afines se justifiquen y apoyen. Los
apoyos internacionales de la banda terrorista son los naturales. No existe aquí
sitio para la sorpresa. Tampoco puede sorprender que el papanatismo «progresista»
de cierta añeja izquierda española, tan obtusa como minoritaria,
apoye a Castro y ría sus viejas y prolongadas «gracias». Es esa
exigua izquierda pacifista que se complace en la guayabera verdeoliva militar de
un tirano. Milagros del pacifismo hispano. Por sus gustos y afinidades los
conoceréis. Es lo de siempre. Nada nuevo bajo el sol.
Tampoco es incomprensible que España se resista a romper
definitivamente amarras políticas y comerciales con el estrafalario
tirano caribeño, si se considera la fraternal amistad entre los dos
pueblos, que está muy por encima de la aberración política
que vive la nación cubana. El castrismo pasará, y la amistad
hispano-cubana permanecerá. Sólo la solidaridad con un pueblo
hermano que sufre la aciaga noche de la dictadura puede explicar la paciencia de
España con Castro y el hecho de que la mayor ayuda internacional que
recibe La Habana proceda de España. Pero la ilimitación de la
paciencia podría llegar a interpretarse como complacencia con la tiranía.
No es fácil, quizá, discernir entre el justo apoyo al pueblo
cubano y el fortalecimiento político de quien lo oprime y reduce al
silencio y a la miseria. Pero existe un límite que no se puede rebasar
sin que quepa imputarlo a claudicación o a una perversa identificación
sustancial entre el dictador y su pueblo.
En la X Cumbre Iberoamericana, que se ha celebrado en Panamá, Castro
se ha quedado solo en su rechazo a condenar a ETA. Cuando Castro abandone el
poder no habrá un solo país en el orbe occidental que deje de
condenar a ETA. El dictador se ha quedado en una inicua soledad. Pero además
de esta evidente constatación, se impone una doble reflexión. Quizá
ha llegado la hora de exigir a los participantes en las Cumbres Iberoamericanas
el respeto a los valores democráticos y a los derechos humanos. No bastan
la lengua, el pasado común y la geografía. Es necesario compartir
valores y proyectos. Si una dictadura no puede aspirar a ingresar en la Unión
Europea, tampoco debería poder participar en una Cumbre de países
basada en ciertos principios y valores compartidos. La soledad panameña
de Castro revela que sobra en la comunidad iberoamericana de naciones. Entiéndase,
sobra él, no Cuba. La segunda reflexión se refiere a la acción
exterior española. Ignoro los arcanos de la alta diplomacia, pero intuyo
que sobran razones para actuar contra el régimen e incluso para retirar
nuestra representación diplomática en La Habana. Hay un punto en
el que la paciencia se transforma en débil claudicación. A menos
que debamos esperar a que dentro de medio siglo, España ayude a un País
Vasco «independiente» y totalitario que preste su apoyo a un
movimiento de liberación, pongamos por caso, extremeño. |