Por M. Martín Ferrand. ABC. España, domingo
19 de noviembre de 2000
Por alguna razón de difícil inteligencia, el vitando Fidel
Castro, gran fabricante de ruinas y exilios, goza de simpatía en algunos
sectores de la sociedad española. No sólo entre «progres»
sin causa y comunistas con tumaces, sino incluso entre gentes a las que antes se
conocía como «de orden». Cada cual es muy dueño de
elegir sus amores y téngase para los aludidos el paliativo de la
comprensión. El decanato en tiranía del que, con toda legitimidad,
puede alardear el cubano es materia de convicción para los grandes
conservadores de la izquierda, más abundantes, por cierto, que los de la
derecha. Quienes no debieran dejarse sorprender por el tirano de La Habana, y
menos aún por su irrefrenable facundia, son los funcionarios fijos de
nuestro Ministerio de Exteriores, su jefe eventual Josep Piqué y el «especialista»
en asuntos iberoamericanos Miguel Ángel Cortés, alma y cerebro del
«clan de Valladolid».
Como se sabe, los representantes de El Salvador en la X Cumbre
Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que se celebra en Panamá,
presentaron para su aprobación una declaración de condena al
terrorismo y de solidaridad con el pueblo español que se disponían
a firmar todos los países presentes en el acontecimiento; pero, por
sorpresa, la delegación de Cuba rechazó la unanimidad de la
condena americana a ETA y lo que la banda significa. Cualquiera que sepa quién
es Fidel Castro sabe que, como decía José Martí, el padre
de la independencia cubana, «la bondad es la flor de la fuerza» y que,
en consecuencia, la tremenda debilidad que arrastra el castrismo no puede cursar
ni con bondad, ni con dignidad, ni con respeto a los valores democráticos
más elementales, los que él pisotea cotidianamente.
Que Castro se descare, con excusas absurdas, a favor del terrorismo etarra,
o de cualquier otro de raíz sañuda y antidemocrática, es lo
normal. De ahí que quepa sorprenderse ante la sorpresa de nuestro
servicio exterior. Si se tiene en cuenta que Cuba tiene al Gobierno español
como primera fuente de ayuda internacional y que España sus
empresarios es el primer inversor en la isla y el primer cliente de sus
productos, resulta chocante que nuestros diplomáticos no hayan sabido,
querido o podido muñir la X Cumbre con los correspondientes trabajos
preparatorios. Vuelvo a citar a José Martí, que no todos los
cubanos revolucionarios merecen el mismo respeto que Castro: «Conocer es
resolver». En este caso, como ya nos había demostrado en otros
durante su paso por Cultura, el secretario de Estado Cortés ni conoce, ni
resuelve.
Muchos observadores españoles sienten frecuentemente la tentación,
y caen en ella, de condenar sin piedad al inicuo dictador cubano. No les falta
razón ninguna; pero, sospecho, equivocan su puntería. España
lleva cuatro décadas todo un muestrario de opciones políticas
riéndole las gracias a este hijo de un rico propietario emigrante español,
alumno de los jesuitas, provocador incansable, antinorteamericano profesional y
lúcido superviviente. De la parte de sus desmanes que afecta a España,
como este último intento de protección a ETA, no es él el
principal responsable, sino las autoridades españolas del franquismo y de
cuatro etapas democráticas que se lo vienen consintiendo. «Esperar,
decía Martí, es una manera de vencer». Castro espera, no hace
otra cosa.
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