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Noviembre 14, 2000



Abel Prieto: «¿Censura? Creo en una selección elemental de principios éticos y estéticos»

Madrid. Tulio Demicheli. ABC, noviembre 15, 2000.

Abel Prieto presenta en Madrid su primera novela: «El vuelo del gato» (Ediciones B). Dirigió la editorial Letras Cubanas, presidió la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y hoy es ministro de Cultura. Fue una conversación tensa a la vez que cordial, un almuerzo en el que se dio repaso a temas como la censura, la función del escritor, la prostitución...

Abel Prieto ha practicado el cuento como género literario y, ahora, publica su primera novela. ¿Cuáles son las diferencias?

— El cuento es síntesis, tienes que concentrarte, hacer un intento de tomar sólo lo esencial de las circunstancias; la novela te permite la proliferación y requiere un tiempo espiritual de paz...

—Talento verbal, personajes múltiples, color ¿qué carateriza a la literatura cubana?

—Yo diría que hay dos tendencias fundamentales. Una que recibe una influencia enorme de la narrativa norteamericana, que es más escueta, dura, uno de cuyos representantes sería Nino Novás Calvo, un excelente narrador. Y hay una literatura más próxima al barroco, de larga descripción, cuya fuente principal no está en EE.UU., y cuyos representantes serían Lezama o Carpentier...

—¿Y Virgilio Piñeyra?

—No se le puede situar ni en la línea de literatura escueta ni en la de esta otra más barroca... Él fue una tercera vía. En sus cuentos hay ironía, acritud y absurdo.

—¿Cuáles serían sus filiaciones y afinidades literarias?

—En la solapa del libro se habla de Virgilio y de Lezama. Yo siento que tiene mucho más que ver con Lezama, aunque al mismo tiempo tiene un componente muy popular: un intento de fundir la literatura culta y la literatura popular.

—A lo largo de los años 50 y 60 los escritores discutieron mucho sobre la «función» del escritor. Hoy ¿qué podría responder a esa cuestión?

—Habría que retomar muchas cosas de los años 60. A mí me parece que el ámbito cultural de hoy, con toda esta frivolidad, con tanta influencia de la vida cultural norteamericana, no de la cultura, sino de las industrias pseudoculturales que promueven tantos falsos ídolos, tiende a desmantelar la inteligencia y a sustituirla por una especie de letargo frívolo. La función del intelectual es hacer una valoración crítica de los sucesos y mantener una distancia crítica con los procesos; es defender la libertad del individuo frente a las innumerables manipulaciones de un mundo globalizado, sin que eso signifique que a la literatura haya que convertirla en un planfleto. Eso ha hecho mucho daño a la literatura, al convertirla en algo aburrido, en el mensaje de un misionero...

—Usted es un escritor y al mismo tiempo un funcionario. ¿Sostiene aquella directiva de Castro según la cual «Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada»?

—Soy miembro del buró del Partido Comunista. Esa frase la pronució Fidel en 1961 y es «Dento de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada». Yo pienso que la práctica de esa política incluye la crítica como algo orgánico. Por ejemplo, es la función de una película como «Fresa y chocolate», que habla de la tolerancia a todo el que se sale de la norma...

—Antes hubo otra, «Conducta impropia», que desató una campaña contra sus autores, de la que quizá su director no fue ajeno...

—Toda la obra de Titón, desde «Historia del subdesarrollo» hasta «Guantanamera», pasando por «La muerte de un burócrata» o «La última cena», tiene una función crítica. Para mí es un ejemplo de cómo se puede ser un intelectual revolucionario, comprometido. «Conducta impropia» es un panfleto contra la Revolución. Un panfleto hecho desde fuera. Revela errores, pero los revela a partir de una posición ilegítima.

CRÍTICA LEGÍTIMA E ILEGÍTIMA

—¿Cuál sería la diferencia entre crítica legítima y crítica ilegítima?

—Primero la calidad de la obra de arte. Segundo, el sentido profundo de lo que se está diciendo. Yo no podría promocionar panfletos hechos fuera de Cuba, cosas sin valor.

—Entonces ¿apoya a la censura?

—Creo en una selección elemental sobre principios éticos y estéticos. Ninguna censura que se haya ejercido en Cuba ha llegado a los niveles de la que se ejerce en un país capitalista como EE.UU, donde el mercado ejerce una censura brutal.

—Hace unos días moría Heberto Padilla, que protagonizó in proceso de autocrítica en 1971 que recuerda a ciertas formas estalinistas...

—Todo ese proceso es un episodio lamentable. Una trampa de un excelente actor buscando notoriedad a partir de lo que le habían obligado a hacer en ese acto lamentable, absurdo y vergonzoso... Primera cosa, error de la Uneac. Segunda, era un libro que hubiera pasado sin pena ni gloria («Fuera del juego»). A Padilla no lo detienen por el libro ni por su vida política, sino por esa complicidad con la campañita que se estaba haciendo. ¿Qué es lo esencial que habría que destacar? Que hoy se lee a Padilla en Cuba, se le antologa y se le publica. ¿Se da cuenta? Hoy Padilla no está en ninguna lista negra... Padilla era un bufón que buscó notoriedad jugando a ser un Evtuchenko aún no tolerado. Y Gastón sí se alió con lo peor de la reacción, desde el «Diario de las Marina» hasta Batista, siendo un gran poeta. Hoy en Cuba ponemos la pasión política a un lado y hacemos valoraciones literarias más objetivas.

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