CUBANET... INTERNACIONAL

Noviembre 10, 2000



Negocio inconcluso

Belkis Cuza Male. Publicado el viernes, 10 de noviembre de 2000 en El Nuevo Herald

Hace unos días, el Sixth Floor Museo de Dallas inauguró una exposición hasta cierto punto extraña: Negocio inconcluso: Kennedy & Cuba. Digo extraña porque, empezando por el título, hasta el tema central de la misma recoge más que un acontecimiento histórico, un resquemor que a lo largo de los años --desde la invasión de la Brigada 2506-- no se ventilaba públicamente más que en la Calle Ocho. Pero ahora, a tantos años luz, la exposición de Dallas parecería cerrar heridas y marcar una nueva etapa en las relaciones entre los sobrevivientes de la brigada y la memoria del asesinado presidente.

El recuerdo de esa inmensa tragedia, de ese magnicidio que cambió la vida y la historia de este país (y de paso la de todos los cubanos, por así decirlo), todavía se percibe en aquel sitio desde donde Lee Oswald le disparó al presidente John F. Kennedy en 1963. Asomada esa noche justo al lado de la ventana homicida, diviso el mismo panorama que hace 37 años contempló el propio Oswald. Ahí están las cajas de aquella casa editorial de Chicago tras las cuales se parapetó para tomar puntería, y ni la fina lluvia que ahora cae ni las luces que alumbran un poco más allá un extraño y feo monumento a Kennedy tienen poder suficiente para borrar de mis ojos lo que estoy viendo, la tragedia de un país; la de un presidente con carisma, juventud e inteligencia; la de una joven esposa a punto de quedar viuda; la atmósfera insondable de una sucesión de hechos que en lo adelante desencadenarían siempre una nueva interrogante: ¿quién mató a Kennedy?

El camino de Fort Worth a Dallas debió ser el mismo que recorrió la caravana del presidente aquel 22 de noviembre. Kennedy y su comitiva habían desayunado en un hotel del centro de Fort Worth, ciudad que está estrechamente ligada a su asesino. Vivo precisamente a seis cuadras de la escuela Arlington High donde se graduó Lee Oswald, y la famosa calle El Campo fue la suya durante los años de infancia. Para colmo, ya casado con la rusa Marina, vivió también en un barriecito de las cercanías. Así que no les extrañe que encuentre por dondequiera las huellas de ese ubicuo personaje, nada estúpido por cierto, pues he visto en el Museo del Sexto Piso sus cartas en ruso a Marina y sus documentos. Hace un par de meses encontré en una venta garaje del barrio un periódico original del día en que lo mataron, con la famosa foto de Jack Ruby dándole un balazo casi a quemarropa, pero no lo compré. ¿Para qué quería yo aquel trozo de papel con la hazaña de otro asesino? Hoy Oswald es un cero en la historia, un punto muerto, un nombre en esa tumba abandonada en que yace, también en un cementerio de Fort Worth. Su ciudad no lo ama, no lo recuerda como hijo noble; quiere de seguro olvidar que una alimaña semejante fue uno de los suyos.

Pero miren si es extraña la vida que aquel francotirador llamado Lee Oswald cambió también con sus disparos el futuro de este viejo almacén de libros, el de la plazoleta que veo desde este sexto piso y --en cierta forma-- el de todos los que esa noche habíamos venido a recordar otro hecho histórico: Kennedy y los cubanos, los de ambos lados. Mientras disfrutan de un exquisito buffet, los invitados recorren la exposición, van de una foto a otra, pasan la mirada sobre la historia petrificada de esos años, años en los que corrió la sangre, durante los que el exilio no ha dejado de luchar por sacudirse de arriba a Fidel Castro y en que Estados Unidos, por razones casi esotéricas, ha visto crecer en su suelo una cultura dentro de otra, sin que sus múltlipes esfuerzos por derrocar al tirano hayan dado resultado.

La presencia de varios dirigentes de la Brigada 2506 en aquella exposición muestra también que los cubanos hemos comenzado a entender de algún modo los conjuros de la historia; que no siempre lo real es lo que se ve, y que los lazos que unen al exilio cubano y al presidente Kennedy se entretejen con otros hilos de la historia de la humanidad que por el momento son indescifrables. La acción del presidente Kennedy de negarse a última ahora a dar apoyo aéreo a la invasión de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, resultó entonces incomprensible para los que sufrieron el revés de sus acciones, pero la falta de elementos de juicio invalida toda elucubración de pasillo. Quizás, sin nosotros saberlo, evitó Kennedy una conflagración mundial. De todos modos, él está hoy muerto, la Brigada 2506 es un trozo de historia y los cubanos del exilio no cesan de luchar. El mejor ejemplo son esas fotos de Elián allí en el Museo del Sexto Piso, la foto acusadora, entre otras, del momento terrible de su captura. Otro ejemplo de que a veces la historia la escribe hasta un niño.

Gordon Winslow, un archivista de Miami que ha coleccionado durante años libros y documentos sobre Cuba, viajó desde la Florida para asistir a la inauguración de la muestra con la que gentilmente ha colaborado. Treinta años de matrimonio con una cubana de Pinar del Río lo han acercado a Cuba, a su pasado. El encuentro con él aquí en Dallas, su fino humor, su aprecio por lo cubano, son el ejemplo perfecto de lo que quiero decir: que dentro de un tejido mayor, los cubanos, Kennedy y los norteamericanos, estamos intrínsecamente unidos en ese mapa de retazos que es la historia. Quizás hagan falta más años para comprender el curso histórico de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. De seguro habrá que esperar a que el tirano sea sólo un mal recuerdo y la isla vuelva a florecer. Para entonces, esperamos que se haya saldado para siempre este ``negocio inconcluso'' entre Kennedy y Cuba.

BelkisBell@Aol.com

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