Jesús Díaz. El
País Lunes 6 noviembre 2000 - Nº 1648
A Lourdes Gil
Anoto una reveladora paradoja. La poesía no se lee. No se vende. Nos
interesa sólo a un exiguo grupo de iniciados. En el mejor de los casos,
ocupa un lugar oculto en los anaqueles de las librerías; en el peor, en
esos execrables lugares llamados "grandes superficies", simplemente no
está. Medidas que se autoproclaman liberalizadoras como la liquidación
del precio único del libro se aprestan a darle el tiro de gracia. Y, sin
embargo, es la poesía la que marca a fuego y para siempre en el
imaginario colectivo el testimonio y el canto de la resistencia humana contra la
opresión, por la libertad. Lo que distingue a Ana Frank entre los
millones y millones de víctimas del nazismo es que ella escribió
un diario, habló por todos. Lo que distingue a Marina Tsvetáieva
entre los miles y miles de rusos a quienes el terror estalinista condujo al
suicidio es que ella escribió un canto. Así, Federico García
Lorca, asesinado; así, Miguel Hernández, muerto en la cárcel;
así también, Heberto Padilla, que murió hace unas semanas
en el exilio.
Las víctimas se igualan en el sufrimiento como los victimarios se
igualan en el crimen. Los grandes poetas, por su parte, tienen en común
el valor imperecedero de descubrir y fijar el sentido de una época a través
de la música de sus palabras, que el tiempo termina secretamente por
convertir en palabras de todos. Y Heberto Padilla fue en primerísimo
lugar un poeta extraordinario, el más importante poeta civil que ha
habido en Cuba en cuarenta años de dictadura castrista; todos los demás
hechos notables de su vida, incluso aquellos que conforman el famoso caso
Padilla, estuvieron determinados por esa condición escencial, a menudo
oculta tras el escándalo político.
Tradicionalmente, la poesía cubana había encontrado sus
modelos en el marco de la lengua española -que, a partir de Martí,
Darío y Casal, incluye también a Hispanoamérica-, y de la
francesa. Padilla conocía bien estos tesoros, pero buscó sus
referencias en lo que calificó como "la austera literatura en lengua
inglesa, tan hostil al lujo de la nuestra". En el prólogo a la edición
conmemorativa de su libro esencial, Fuera del juego (Ediciones Universal, Miami,
1998), Padilla identificó a sus maestros -W.H. Auden, R. Lowel y T.S.
Eliot-, y nos dijo: "Luis Cernuda fue el poeta español que más
a fondo estudió la diferencia entre la poesía inglesa y la española,
al referirse a la tendencia hispánica que él describía como
'falacia de lo patético'. Todavía en Cuba prevalecía la
idea de Valery de que la poesía es 'un idioma dentro de un idioma', con
lo que se remite a la poesía a un lenguaje propio y exquisito. Yo
pensaba, como T.S. Eliot, que la poesía 'nunca debe apartarse por
completo del idioma de los intercambios comunes, de modo que cuando un lector
vea un poema diga así hablaría yo si pudiera hablar en poesía".
Era su alternativa ante la aventura metafísica o mística y el
rechazo de algunos poetas cubanos por la historia, punto de partida que ya está
presente en cierta medida en El justo tiempo humano (La Habana, 1961), y que
alcanza su plenitud en el ya citado Fuera del juego, cuya edición príncipe
se realizó en La Habana en 1968 y que, a mi juicio, constituye el
poemario más significativo y revelador de los muchos que en diversas
latitudes y lenguas provocó el terremoto social conocido como "revolución
cubana". Además de su genio y de su formación anglosajona,
Padilla trajo a este libro un conocimiento excepcional de la tragedia provocada
por la dictadura comunista en Rusia, que tantas resonancias tenía y tiene
en Cuba. La segunda parte de Fuera del juego se titula 'El abedul de hierro', y
hay en ella estremecedores poemas rusos como 'Canción de la Torre Spáskaya',
'Canto de las nodrizas', o 'Los enamorados del bosque Izmailovo'.
En aquel entonces, 1968, cuando muchos, yo entre ellos, estábamos
fascinados por la utopía cubana, ciegos a la realidad dictatorial que ya
se enmascaraba tras ella, Heberto Padilla vio y cantó en Fuera del juego:
"Protégete de los vacilantes, / porque un día sabrán
lo que no quieren. / Protégete de los balbucientes, / de Juan-el-gago,
Pedro-el-mudo, / porque descubrirán un día su voz fuerte. / Protégete
de los tímidos y los apabullados, / porque un día dejarán
de ponerse de pie cuando entres", en un poema que se atrevió a
llamar, nada menos, 'Para escribir en el álbum de un tirano'.
Era demasiado para la soberbia de Fidel Castro. Aquel libro, que incluía
también, por ejemplo, poemas titulados 'El hombre al margen',
'Bajorrelieve para los condenados', 'Cantan los nuevos césares' y 'También
los humillados', ganó el Premio Julián del Casal de la Unión
Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en 1968, y cayó como
una bomba en las tranquilas aguas laudatorias de la cultura cubana de entonces.
El poeta cubano exilado en España Manuel Díaz Martínez,
miembro del jurado que otorgó el premio, ha contado en 'El caso Padilla:
crimen y castigo' (revista Encuentro de la Cultura Cubana, número 4/5),
las enormes presiones que el Estado ejerció para que la distinción
fuera concedida a otro libro. Pero el tribunal, formado por intelectuales tan
prestigiosos como José Lezama Lima, José Z. Tallet, J.M. Cohen, César
Calvo y el propio Díaz Martínez, se mantuvo en sus trece, y Fuera
del juego fue premiado y publicado, aunque con un prólogo siniestro
escrito por José Antonio Portuondo a nombre de la UNEAC.
Este acontecimiento fue un verdadero parteaguas en la historia de la
revolución cubana y dio origen al famoso caso Padilla, al que no puedo
referirme en detalle en este obituario. Baste consignar que sus antecedentes se
encuentran en una polémica sostenida por Padilla con la redacción
del magazine cultural El Caimán Barbudo en la época en que yo lo
dirigía. Padilla tuvo razón y nosotros estuvimos equivocados, pero
publicamos sus textos, pese a todo, y por eso nos echaron. Este despido no fue
nada comparado con lo que le tocó sufrir a él, al visionario, que
tiempo después del premio a Fuera del juego fue encarcelado por el
castrismo, como si la historia diera cumplimiento a su 'Poética' incluida
en aquel libro premonitorio: "Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad. / Y
después, / deja que cualquier cosa ocurra: / que te rompan la página
querida, / que te tumben a pedradas la puerta, / que la gente / se amontone
delante de tu cuerpo / como si fueras / un prodigio o un muerto".
Así se amontonaron delante de Padilla quienes asistieron a su feroz
autocrítica en la sede de la UNEAC después de su excarcelación,
y que él mismo recuerda en el prólogo a la ya citada edición
conmemorativa de Fuera del juego como: "... Una ceremonia de astucia en que
repetía de memoria un texto previamente redactado en prisión por
los mismos oficiales de la Seguridad, y que se suponía que yo dirigiera
al Gobierno revolucionario. Al repetirlo de memoria, trataba de eliminar toda
traza de improvisación y toda figura de delito, mostrándome como
un malagradecido con el jefe de Estado". Los tres actos de este verdadero
auto sacramental -Libro, Cárcel, Autoinculpación- constituyen el núcleo
del caso Padilla, que desnudó a la dictadura cubana y determinó
que una buena parte de la intelectualidad occidental rompiera públicamente
con ella. En efecto, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Octavio Paz, Jean Paul
Sartre, Federico Fellini, Mario Vargas Llosa, Susan Sontag, Simone de Beauvoir y
otros 72 escritores y artistas condenaron abiertamente los métodos
represivos del castrismo.
Algunas culturas, los griegos, los aymaras, equiparaban el exilio a la pena
de muerte; poco después de los acontecimientos descritos, Heberto Padilla
partió al exilio, donde ha muerto. Fuera de Cuba publicó una
novela, En mi jardín pastan los héroes; un libro de recuerdos, La
mala memoria, y varios excelentes libros de poemas, Provocaciones, El hombre
junto al mar, Un puente, una casa de piedra. Pero Fuera del juego y el escándalo
provocado por éste lo siguieron persiguiendo hasta el extremo de que llegó
a calificar dicho libro como "... mi dogal inmediato, mi estigma".
Me pregunto por qué Heberto Padilla no disfrutó entonces, ni
disfruta aún hoy, del lugar cimero que por méritos propios le
corresponde entre los más grandes poetas de la lengua española en
este fin de siglo. Anoto una hipótesis de respuesta: las repercusiones
políticas de su "caso" fueron tan grandes que opacaron su obra;
y la complicidad abierta o encubierta que todavía hoy genera el castrismo
en muchas esferas de poder operó y opera en contra suya. No obstante,
estoy convencido de que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, de que la
poesía de Heberto Padilla es en sí misma la respuesta a su
aterradora pregunta: "Y de nosotros ¿qué quedará, /
atravesados como estamos por una historia en marcha, / sintiendo más
devoradoramente cada día / que el acto de vivir y el de escribir se nos
confunden?".
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