La restitución de Elián González permite el optimismo en las relaciones entre Cuba y la Casa Blanca. A continuación, una mirada al porvenir del balserito y un repaso de las energías inéditas que zanjaron la crisis, de la manera más propicia
para la normalización del diálogo.
Matilde Sanchez. De La Redacción De Clarín . Clarín digital. Domingo 30 de abril de 2000
Es un signo de los tiempos que la política se subordine a los negocios. La circulación de personas y energías -y, se entiende, del capital- es requisito del proceso de globalización. Y ha sido este "clima de época" el que zanjó el caso de Elián
en favor de la Justicia, su padre y el gobierno cubano, lo que en este caso significa contra los desenlaces ideológicos y el conglomerado de poder cubano-norteamericano de Miami, por primera vez el gran perdedor.
Para Elián, ningún futuro puede ser más justo que regresar con su padre. El desenlace positivo de esta crisis es quizás el hito más trascendente en la búsqueda de un nuevo lenguaje en las relaciones de la Casa Blanca y el gobierno del presidente Castro.
En estos 41 años regidos por un solo eje de gravitación, el viejo núcleo de la Florida, este hito encuentra su antecedente en el acuerdo inmigratorios de 1995, que frenó la partida de balseros hacia Miami. Es que unas fuerzas mucho más poderosas confluyeron para
neutralizar la fatídica inercia de la Casa Blanca, ese mecanicismo anticastrista irredento de Miami que despistó incluso al vicepresidente Al Gore, candidato demócrata a la presidencia, quien apoyaba la residencia automática de Elián. Las fuerzas que trabajaron
esta vez resultan bastante claras. El lobby económico estodounidense a favor del levantamiento del embargo pasa los meses calculando cuántos negocios potenciales se pierden en cada round con Fidel y tiene cada vez más adeptos. Este polo económico, que sólo comenzó
encarnándose en el gobernador de Illinois, el republicano George Ryan, pero que hoy lo excede, busca además posicionarse ante la sucesión de Fidel. Es decir, ser los inversores prioritarios y de alternativa frente al indigerible polo económico de Miami, que aún sueña
con tomar la economía cubana por asalto.
Más que de una conspiración, se trata de una conjura. Tan influyente como este grupo ha sido la opinión pública estadounidense, que apoyó porque no deja de maldecir las leyes que le vedan las playas del Caribe. En 1999 miles de turistas, como una versión
paródica de los míseros balseros, triangularon vuelos con México y Canadá para disfrutar de los resorts cubanos. Con el encanto de lo prohibido, Cuba hoy despierta una gran curiosidad en la opinión pública. A esto se suma la inédita cercanía
que, en la forma de redes de información e intercambio cultural, sostienen los académicos y artistas con sus pares cubanos. De la manera difícilmente mensurable en que los tiempos dan su vuelco, la posición de Clinton a favor de una resolución legal expresa un
cambio de viento, el clima y el diálogo transversal entre el pueblo cubano y los estadounidenses, con prescindencia, por primera vez en la historia, de los traductores de Miami. Consultado por Zona en Madrid, un escritor como Jesús Díaz, casi el único exiliado que insistió
desde el primer momento en la restitución de Elián, deploró el menosprecio de sus compatriotas de Miami respecto de la sentencia jurídica. Esto, dice, entregó un triunfo en bandeja a Fidel. Para Díaz, este es un retroceso en el proceso de equilibrio de las
posiciones de la comunidad de Miami. "La decantación del viejo radicalismo, la derecha cegada por el anticastrismo, se vio en acontecimientos menos histéricos pero reveladores -dice Díaz-, como el show de los Van-Van, en 1999. La Fundación Nacional Cubano Americana
armó un escándalo, los llamó castristas, pero hubo concierto en paz." Parece justo, entonces, que Miami haya perdido estrepitosamente la pulseada. La soledad es el castigo de quien se queda hablando en una lengua muerta.
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