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Marzo 1, 2000



Libros en el calabozo

Andrés Hernández Alende.Publicado el miércoles, 1 de marzo de 2000 en El Nuevo Herald

La feria del libro recién celebrada en La Habana tuvo un escenario lúgubre: la fortaleza de la Cabaña, antiguo bastión colonial construido originalmente para defender la capital de los ataques de los piratas y que después sirvió de prisión en distintas épocas. Durante la dictadura actual, por las mazmorras de la Cabaña pasaron miles de presos políticos; muchos fueron fusilados en sus patios. El tristemente célebre guerrillero argentino Ernesto Che Guevara fue director de la fortaleza en los primeros tiempos de la revolución cubana; supervisó y ordenó un gran número de fusilamientos. Las historias de horror y los relatos de valentía ante la muerte saltaron las viejas murallas del baluarte y se difundieron, de boca en boca, en voz baja, por La Habana, por el resto de la isla, cruzaron el mar y todavía su eco se oye en Miami, la capital del exilio, la segunda ciudad cubana.

La elección de la Cabaña como sede de la feria del libro no pudo ser fortuita. Las ferias se celebran en lugares abiertos, en plazas de fácil acceso, llenas de luz, de color y de gente. La de Miami, por ejemplo, se organiza en el downtown, alrededor de la universidad; es difícil encontrar un sitio más adecuado. En La Habana, ciudad de trazado europeo, donde muchos rincones son idénticos a zonas de Madrid o de Barcelona, sobran los parques, las plazas, los parajes abiertos para montar quioscos de libros. Pienso en la Plaza de la Catedral, por ejemplo, o en el Parque Central, o en la propia universidad, erigida en una colina que poco envidia a las siete de Roma. La Cabaña, en cambio, es un sitio lóbrego, que se alza en la otra orilla de la bahía. No es fácil llegar. Los habaneros casi nunca van; no tienen nada que hacer allí. Cuando se anda por el Malecón, por el muelle de Caballería o cerca de la explanada donde las autoridades españolas fusilaron a los inocentes estudiantes de medicina en 1871, la Cabaña se divisa al otro lado de la boca del puerto como un bastión misterioso, una fortaleza antigua que se ha convertido en símbolo de las tiranías que ha sufrido la isla y a donde nadie quiere asomarse.

Hay un simbolismo macabro en la elección del lugar. La Cabaña es un emblema de la represión; al organizar allí un muestrario cultural, se percibe un mensaje inconfundible: la creación artística también está reprimida. Por fuerza uno se remonta a las palabras a los intelectuales pronunciadas por Fidel Castro hace tres décadas: ``Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada''. Esa consigna opresiva y angustiosa ha marcado la pauta del quehacer literario en Cuba.

La mejor literatura cubana de hoy se hace en el extranjero, o se escribe en la isla para la gaveta. Desafortunadamente, los escritores cubanos exiliados no han contado con el mejor respaldo y han hecho una obra de peso sufriendo muchas veces calamidades económicas. En cambio, el estado cubano ha sabido apoyar, proteger, costear y exhibir internacionalmente a los autores que han puesto su pluma a disposición de la ideología oficial. Pero esos autores no han logrado crear nada de verdadero valor intelectual, porque la obra artística genuina está en función de la libertad del espíritu. Alejo Carpentier, uno de los mayores escritores cubanos de todos los tiempos, no es una excepción: no rompió con el castrismo, pero ya tenía una obra copiosa antes de 1959 y además siguió escribiendo y aplaudiendo a la revolución desde una distancia confortable, desde la comodidad de su puesto de agregado cultural en París.

``Escribir (crear) es un acto de irreverencia, tanto en lo ético como en lo estilístico'', escribió Reinaldo Arenas en un libro poderoso publicado en 1986, Necesidad de libertad. Pero las dictaduras odian y prohíben la irreverencia porque exigen la ovación unánime: es una de las formas de conservar el poder. Tampoco toleran la crítica: los déspotas saben muy bien que la aceptación de una voz disidente abre una grieta en la estructura ideológica monolítica que puede acabar pulverizándola. Sucedió en la Unión Soviética, en Europa oriental. Podría suceder en Cuba. Por eso las autoridades cubanas, a la vez que le dan un espacio muy limitado a la disidencia obligadas por una serie de coyunturas y presiones internacionales, persiguen al mismo tiempo a esa disidencia. Por eso organizaron la feria del libro --una feria censurada-- en la tétrica prisión de la Cabaña: para indicar que la represión sigue vigente y que la cultura puede terminar en el calabozo.

© El Nuevo Herald

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