CUBANET... INTERNACIONAL

Julio 18, 2000



Epitafio para una ordenanza

Ariel Hidalgo. Publicado el martes, 18 de julio de 2000 en El Nuevo Herald

Cuba es el único país del mundo donde sus artistas, deportistas y académicos no son en realidad ni artistas, ni deportistas, ni académicos, sino, según preclaros líderes del destierro, agentes gubernamentales merecedores del repudio público. Para apuntalar esta tesis, se escarba en el pasado de alguno de ellos para luego denunciar que alguna vez en los años 60 vestía de miliciano, aunque en la diáspora, agentes confesos de la inteligencia cubana hasta hace sólo cinco o seis años, sean ahora aceptados y aplaudidos por posar de anticastristas verticales, ya ungidos y santificados. La consagración del exilio coloca la liberación personal como meta en lugar de la colectiva. El derecho --muy legítimo-- a emigrar, suplanta todos los demás y por tanto, se glorifica el asilo --esto es, la huida-- como acto heroico. Por eso no se entiende cuando algún visitante de la isla quiere regresar.

El tan manido argumento de lo inaceptable de académicos nazis llevando su discurso a una comunidad judía, no se ajusta a quienes no pueden ser tachados de comunistas por el solo hecho de vivir en la isla. Pero aun con estas etiquetas, el rechazo a discutir con nazis o comunistas en el plano de las ideas revela más bien debilidad argumentativa, inferioridad ideológica, una fe anémica. Los principios democráticos no se fomentan mediante el aislamiento, sino a través del intercambio libre de las ideas.

Y es que de forma inconsciente se ha exteriorizado la patria proyectándola hacia el exterior. Quedarse en Miami es, por tanto, permanecer en Cuba y en ella se concibe la nueva república. Bananera o no, se actúa como gobierno y se dicta, por tanto, política exterior. Si frente a la China comunista demócratas de ese país crean su república en tierra china, coreanos en suelo coreano, vietnamitas en Vietnam y alemanes en Alemania, ¿por qué no los cubanos?

Sólo que siendo tan originales, la nuestra no está en tierra cubana, sino que decidimos fundarla en el país más poderoso del mundo. Sólo así se comprende la ordenanza del condado que discriminaba, en el reparto de subvenciones, a aquellas actividades donde participen personas que viven en Cuba, o negaban tratos con empresas que hicieran negocios con la isla, aun cuando se perdía la sede de eventos de ganancias millonarias como los Grammys y los Juegos Panamericanos, y a pesar de que el embargo comercial estadounidense a la isla permitía hace largo tiempo actividades de índole cultural. El interés prioritario no era, por tanto, el bienestar de la comunidad, a pesar de la presencia en el condado de cientos de miles de residentes anglos, negros y latinoamericanos no cubanos.

Los exilios nunca fueron motivo de orgullo, sino una desgracia e incluso una vergüenza por considerarse una evasión del deber de enfrentar los conflictos del país. Ningún exilio se consideró nunca heroico, pues semejante galardón se reservaba sólo a los que permanecían en suelo patrio luchando contra la dictadura o para los que volvían bajo riesgo de prisión o muerte. Es quizás, bajo ese complejo de culpa, el supuesto intento de combatir ferozmente, a larga distancia y desde cómodas posiciones, al régimen del cual huyeron. ¿Pero les preocupaba tanto a los políticos la situación cubana? No. Lo importante es el discurso de línea dura que les proporciona votos y contribuciones de campaña.

Esta paradoja de políticas exteriores paralelas y de un estado dentro de otro fue abolida el pasado 19 de junio por la Corte Suprema con un dictamen general: sólo el gobierno federal puede dictar política exterior. El tiro de gracia lo da ahora un juez federal firmando una orden que impedirá aplicar la ordenanza sobre Cuba. ``No se lucha contra la represión en Cuba imponiendo la censura en Miami'', comentó el director ejecutivo para la Florida de la Unión Americana de Derechos Civiles, Howard Simon. Porque no se trata sólo del derecho de los cubanos de la isla a comunicar públicamente en Miami sus ideas y sus artes, sino el de un público, incluso cubano, de esta misma comunidad, a escuchar y a disfrutar el mensaje y las expresiones artísticas de su preferencia.

José Martí, que nunca se jactó de su condición de exiliado, jamás buscó, ni desde el ayuntamiento de un país extranjero, ni desde un Congreso foráneo, interferir de algún modo en la política de su país de origen, que nunca fue, para él, país de origen, sino, su país; ni aspiró a un cargo de comisionado en ninguna ciudad norteamericana para luego querer dirigir, por control remoto y mediante decretos de aldeano, los destinos de su lejana patria.

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