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Enero 28, 2000



¿Es Elián un ángel?

Belkis Cuza Male. Publicado el viernes, 28 de enero de 2000 en El Nuevo Herald

Mucho se ha hablado y escrito en los últimos tiempos acerca de los ángeles. Hay libros que recogen de modo muy vívido el encuentro de algunos con estos seres luminosos, y en más de una ocasión hemos leído historias de personas salvadas por ángeles. Pero, ¿podríamos tener entre nosotros un niño-ángel y no percibirlo como tal?

Quizás lo que voy a decir les haga creer que he perdido la capacidad de razonar; pero cada vez que miro en la televisión o en fotos al niño Elián González creo ver un ángel. La mirada, la sonrisa suave, el modo en que se comporta, recuerdan en todo a los ángeles. Y está, además, la forma extraña y milagrosa en que llegó a nosotros. Nada menos que un Día de Acción de Gracias.

Su salvación, tras la tragedia en que perdieron la vida su madre y su padrastro, tiene visos de irrealidad, de gran ficción. Luego, todo ese movimiento gigantesco que ha producido su caso, la batalla para que no sea inútil el esfuerzo de su madre muerta, un enfrentamiento que ya se ha convertido en un movimiento no sólo de opinión, sino de batalla espiritual. Quizás no ha existido un niño alrededor del cual se haya tejido una madeja tan grande de solidaridad humana; quizás nadie de entre nosotros los cubanos haya tenido la oportunidad de hacerse tantas preguntas dolorosas mirando el rostro apacible y angelical de Elián.

Un ángel no tiene necesariamente alas, ni se comporta como tal. Elián es un niño. Tierno como su edad, travieso quizás como lo son las criaturas a los seis años. Pero en Elián todo es símbolo. Símbolo de tantas cosas. Para empezar, nació un 6 de diciembre, el día de San Nicolás, prelado cristiano del siglo cuarto, patrón de los niños, el mismo en que está basada la leyenda de Santa Claus. Y el hecho de que fuese rescatado del mar el Día de Acción de Gracias ha devenido símbolo mayor. Su misión es clara.

Elián representa la salvación de un pueblo, el exilio calumniado y mal visto, la patria en cadenas, lo más puro de nuestra condición de seres humanos reencontrados en tierra ajena. Y también, frente a él, están esas fuerzas extrañas, las demoníacas, las manipuladas hordas de un tirano que apela a los sentimientos humanos para devorar ahora la razón. Pienso en Goya, en sus aguafuertes, y me imagino así el mapa de horror mental que cada día se traza Fidel Castro para manejar a las masas. Creo que nadie está en contra de que Elián viva con su padre ni con su familia. Pero todos sabemos que rescatarlo de las garras de Fidel Castro es continuar la labor de salvación personal que comenzó su madre. Y no dependerá ya de si se queda o lo mandan de regreso a la isla, sino de lo que ha significado su presencia entre nosotros. Un regalo del cielo. Incluso, por supuesto, para los cubanos prisioneros de la isla.

Elián mueve conciencias, produce amor, compasión, nos hace mirar las cosas desde todos los ángulos. Podemos verlo a través de los ojos ahora muertos de su madre, a través de los ojos de ese padre victimario y víctima que ha demostrado dejarse manipular por los demonios, y especialmente, lo vemos ahora de cerca, muy de cerca, a través de los ojos de esas abuelas vergonzosas, que no han sabido comportarse a la altura de su nieto, ni de las circunstancias. Que ponen por encima de todo no su condición natural de madres por partida doble, sino sus propios intereses políticos.

Oyéndolas, tenemos la impresión de que las conocemos de toda la vida. De que las hemos visto en la cola del pan, esperando la carne que no llega, vociferando en la farmacia, visitando a los vecinos para recordarles que no pueden faltar a la reunión del comité o de la federación de mujeres. Pobres señoras, especialmente la abuela materna del niño, pidiéndonos que respetemos la memoria de su hija muerta. ¡Ella, que se ha sentado a la mesa con el tirano! ¡Pobrecito Elián! Me consuela saber que su misión en este plano terrenal está clara, a pesar de los pesares.

Elián ha movilizado al universo. Ya no hay sitio en este mundo que no haya oído hablar de él. Un niño flotando en el mar como un regalo espiritual, llegado no para dividirnos, sino para fortalecernos, para esclarecer el mundo en que nos ha tocado vivir y luchar. Quizás, para que los indiferentes, los que no quieren ver, pongan ahora atención al problema de Cuba, y se pregunten con inquietud nueva cómo pueden suceder estas cosas.

Hace días que le doy vuelta en la cabeza a ese nombre: Elián. Debe ser bíblico, me digo. Debe ser el nombre de un ángel, de un profeta, de un ser de luz. Está Eliab, por ejemplo, hijo de Helon, y está la propia historia de Moisés, a quien su madre salvó colocándolo en una cesta en el río Nilo para que lo arrastrara la corriente. Está el profeta Elías. Y, a ratos, se me parece tanto al Santo Niño de Atocha. Y cómo no recordar la propia leyenda de la Virgen de la Caridad del Cobre, cuya imagen apareció flotando en el mar y salvó de la tormenta a aquellos tres náufragos. De modo que su presencia entre nosotros los cubanos fue desde el comienzo --sin saberlo nosotros-- un símbolo por así decirlo de ese destino de náufragos que nos tenía reservado el futuro; de gente que también debe, para alcanzar la salvación, enfrentar los peligros del mar, en botes tan endebles como el esos tres náufragos.

Pase lo que pase, Elián estará siempre con nosotros, revoloteando, moviendo sus alas invisibles, saltando y corriendo detrás de su perrito. ¡Bendito Dios que nos ha premiado con un ángel!

© El Nuevo Herald

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