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Enero 19, 2000



Cuba: inconsciente colectivo

Belkis Cuza Male. Publicado el miércoles, 19 de enero de 2000 en El Nuevo Herald

Hablaba Jung del inconsciente colectivo. De esa fuerza que ata con hilos mentales. Somos de donde somos, y sólo ahí reconocemos los olores y los sabores, la vida y la muerte. Una cornucopia más hermosa que todas las delicias conocidas. Los aguaceros recuerdan al piano fuerte. Las olas se quiebran junto a las ventanas. El aire del verano es una piedra de fuego que hace crecer las ansias de andar, de abanicarnos con las hojas enormes y pesadas de las palmas del caminante. Los jardines nacen de la luz. Y hay seres invisibles alrededor de las ceibas. Si alguien quiere algo va y lo toma de la frondosidad de las nubes. Leo a los otros y me leo a mí misma. Pero cuando alguien quiere ser distinto puede serlo del modo más oscuro que desee. Como cuando esta mañana he abierto mi ventana y sólo he encontrado señales. Yo soy, dice el espejo. Y el espejo soy yo también. El espejo es ese inconsciente colectivo de Jung.

Hablando con un amigo cubano que vive cerca, pero no tanto como para obviar la distancia, me asomo a algún tramo de memoria. Esa que ya se ha hecho también vida, sólo que no vivida en pasado sino en eternidad. No importa en qué dimensión del tiempo. Que no existe. Cuba, por ejemplo, es una isla expulsada del tiempo, exilada entre amaneceres por llegar. A Cuba la inventamos cada día, porque es una Cuba dibujada en un tiempo secreto. Como esos dibujos infantiles donde los colores tienen huellas de trazos juguetones, trazos que hieren la razón. ¿Existe ese gran sol central --en el sentido en que lo llama Saint German a través de Conny Méndez-- alumbrando a Cuba, esa isla recuperada de la Atlántida? El equilibrio, la fuerza del Ser en todo, en cada partícula de viento, agua o fuego. A toda hora. Unos y otros. Así es Cuba. ¡Qué extraño! Ahora pienso en un grumo de tierra de la isla, lo saboreo, y reconozco que no sabe, que no se parece a un grumo de tierra de acá o de otra parte del planeta. Quizás de eso se trataba cuando Jung perfiló el inconsciente colectivo. Tomo un trozo de sol, y nada. Bebo en el mar. Pero tampoco.

Sé lo que digo cuando invito a comer a los amigos extranjeros. No sienten lo que yo. Por tanto, el paladeo es turístico. Prueban, comen, dicen que sí, por cortesía, pero la esencia de la comida no les alimenta el alma. Nosotros, en cambio, nos comemos el arroz, los frijoles, el lechón asado, los ajiacos, los plátanos maduros fritos, los fricasés, el arroz con pollo, el arroz con leche, las natillas, los mangos, las conservas de guayaba y queso como se alimentase a un bebé con la leche materna. Nos comemos nuestro inconsciente colectivo. Saboreamos el café como el que se bebe todos los ríos de la isla.

Pero de pronto, inmersa en un largo sueño, descubro a esa otra parte de mí misma caminando por las calles de La Habana. Me veo entre gente conocida, entre caras que no lo son. Hay gritos, cantos, consignas, vocerío insufrible. Hay aburrimiento y hay asco. ¿A dónde vamos? ¿Hacia qué parte del destino? Esas mujeres y yo, esa gente y yo. Un solo pueblo, ¿una sola conciencia? ¿Puras masas? ¿Masas manipuladas, arrastradas, miedosas? ¿Masas culpables? ¿Inocentes? ¿Masas qué? Díganme.

Para los que no lo han vivido se lo recuerdo: las tiranías son parte también del inconsciente colectivo. No lo podemos negar. Parodia de protesta. Pero allá vamos, haciéndole el juego al viejo tiranuelo, bordeando el Malecón habanero. Pidiendo a gritos que devuelvan a Elián, un niño que ya es la patria. El hijo de cada una de nosotras. El hijo que parimos y que dejamos atado, flotando, cuando nos tragó el mar de la Florida. ¿O estoy en la Plaza de la Revolución? ¿Estoy en medio de la pesadilla de todos los días? Me veo diciendo que sí, que iré a gritar, quizás a pedir paredón para mí misma, para esa otra que se pierde en esta multitud del inconsciente colectivo. Agitando banderas. Cartelones. Gritando consignas de la parte fea, oscura, eso sí, del inconsciente colectivo. Mujeres que han muerto en el camino, que han perdido la paz, que han dejado de ser ellas, para ser zombies. ¿Acaso no recuerdan cómo fueron fusilados sus hijos, cómo se los arrebataron sin regreso de las guerras africanas, cómo se los encarcelaron, y las ultrajaron a ellas en la vigilancia eterna, en esa mentira más grande que la isla? ¿La utopía? La utopía también. La que se agita como bandera inmunda. Porque los ojillos turbios del tirano son parte de ese sol, de esa luna y ese grumo de tierra, aunque nos pese. Dios y el diablo en la tierra del sol. Cuando despierto de la pesadilla, voy a la cocina y me hago un café. Fuerte, oloroso a tierra oriental. Y lloro por Cuba y por cada uno de nosotros. Y por esas mujeres y esos hombres que habitan mi inconsciente colectivo.

belkisbell@aol.com

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