CUBANET... INTERNACIONAL

Enero 6, 2000



La agotadora odisea de los que lograron huir

La salida masiva de cubanos a Estados Unidos, y su antológico cruce de "las 90 millas marinas" a través del estrecho de la Florida en busca de otro estilo de vida registra tres grandes oleadas. La primera tuvo lugar poco después de que Fidel Castro desembarcara en Cuba, en 1960, cuando miles de personas de nivel económico medio y alto se fueron a Miami.

En la segunda, miles de cubanos liberados de las cárceles de la isla obtuvieron el permiso del gobierno de dejar el país en el ferry Mariel. La tercera ola consiste en la salida ilegal de ciudadanos cubanos descontentos con el régimen castrista, los "balseros", así llamados por el método utilizado para escapar: precarias balsas construidas por ellos mismos, con un alto porcentaje de naufragios y muertes.

Los cubanos que intentan esta vía de escape son cientos, ya que se ven alentados por la ley de ajuste norteamericana, que ofrece la residencia automática a los cubanos que emigran.

La práctica de este tipo de huida dio lugar a la creación de grupos de exiliados anticastristas, como Hermanos al Rescate, que socorren a los balseros al sur de la península de Florida.

Sin embargo, las cosas no son tan fáciles para los inmigrantes debido a la política de "pies secos, pies mojados" norteamericana, que consiste en amparar sólo a quienes logran poner pie en el territorio, mientras que los interceptados en alta mar son repatriados.

Tardó 36 años

José Antonio Galeano (41 años) tuvo suerte porque llegó a Estados Unidos y se amparó en esas leyes, antes de mudarse a Venezuela, donde hoy reside.

Amaba su Habana natal y no quería irse. De hecho, por 36 años jamás lo pensó y menos que un día tendría que hacerlo de noche, como un ladrón, dejando detrás todas sus posesiones, por disentir abiertamente con el régimen castrista.

Fue encarcelado varias veces y sabía que le esperaban un juicio por disidencia y ocho años seguros de cárcel, por lo que decidió escapar. Guardó el secreto y los materiales -cuatro ruedas de tractor, chapas y maderos- en un sótano lejos de su casa, que era allanada con frecuencia.

El 10 de septiembre de 1994, tras calcular las mareas, las horas en que los guardias pasaban por la playa, el tiempo que tardaba la prefectura en vigilar la costa y los segundos que tenía para atar sus cuatro cámaras de tractor, José se lanzó al mar. Evitó a media docena de personas - "hay gente que espera en la playa para montarse con los que se van", explicó- y zarpó. Atrás quedaban su casa, sus padres, sus hermanos.

"Tardé toda la noche en cruzar el estrecho. Iba diciendo chistes en voz alta para no gritar", recordó a La Nación. Cuando le faltaban 30 millas, fue arrastrado por una fuerte corriente, pero pudo enderezar la balsa. "También tuve que desviarme varias millas para evitar a guardacostas norteamericanos", dijo.

Cuando llegó a tierra, estaba exhausto. La policía de Miami lo encontró caminando rumbo al centro de la ciudad, y lo entregó a las autoridades. Tras un período de "cuarentena" en un hospital local, y de interminables interrogatorios, José se vio beneficiado con la ley de inmigración y obtuvo el permiso para quedarse.

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