Vicente Echerri.Publicado el jueves, 6 de enero de 2000 en El Nuevo Herald
La señora opulenta --quiero decir rolliza-- vestida de rosado, que vimos brevemente en los noticieros esta semana al tiempo de salir de la casa del padre de Elián González en Cárdenas (Cuba), es la Rvda. Joan Brown Campbell, Secretaria General del Consejo de Iglesias
de Cristo en Estados Unidos, una organización que agrupa a las principales organizaciones protestantes de este país y reducto del más trasnochado izquierdismo y, en consecuencia, del no menos trasnochado procastrismo. Para algunos religiosos ingenuos, la señora Campbell
es una suerte de liberal piadosa que aboga por causas marginales o perdidas frente a un establishment todopoderoso, cuando en verdad se trata de una inescrupulosa militante que sirve a una agenda donde suelen mezclarse la idiotez y el crimen; obvio este último al apoyar --como el Consejo de
Iglesias ha apoyado-- a ``movimientos de liberación'' comunistas o a tiranías sangrientas, siendo la de Castro --por cercana y prolongada tal vez-- una de las defendidas con mayor entusiasmo.
En mi opinión, la presencia de la señora Brown Campbell a la puerta de la familia González en Cárdenas, diciéndole a la prensa que el niño Elián debe regresar --y, posteriormente, al tiempo de su salida de Cuba, declarando como si fuese todo un
acontecimiento, que el padre y los abuelos del niño están invitados a comer con Fidel Castro-- aporta una razón de peso a los abogados de la familia del niño Elián en Miami para objetar ese regreso. Si una persona con las credenciales de complicidad con el mal,
como es la doctora Joan Brown Campbell, aboga por que devuelvan el niño a Cuba y apoya su opinión en el padrinazgo de Castro, es razón para argüir que la salud mental y espiritual de esta criatura de seis años corre peligro. Si esta magna bruja del protestantismo
americano --algo así como la prefiguración del anticristo en traje de mujer-- dice que Elián González debe volver a Cuba, las autoridades deberían cuestionar seriamente los resultados de esa repatriación, mientras a los buenos cristianos les bastaría
decir, vade retro.
En puridad, un padre tiene derecho a reclamar a un hijo huérfano a quien su madre, al parecer, se llevó sin su consentimiento --el del padre-- a otro país. Puesto así de sencillo, nadie dudaría de la razón del padre, siempre que la madre, al llevárselo,
no quisiera sustraerlo a una tutela avasalladora que amenazara su desarrollo pleno como ser humano, al cual el niño, no importa cuán menor sea, tiene también un derecho inalienable, al que los estados civilizados de la tierra protegen desde hace tiempo con un código
internacional, la Convención de los Derechos del Niño, que pone cortapisas a la patria potestad, es decir a la autoridad paterna sobre un menor, si la integridad física, intelectual, moral, etc. de ese menor estuviera en riesgo.
Si alguien tuviera duda de ese riesgo, podrían mostrarle las nutridas manifestaciones organizadas por el régimen cubano y las declaraciones de Castro y otros funcionarios de ese régimen, exigiendo el regreso del niño a Cuba, y la foto de Elián convertida en el último
icono de un sistema decrépito, presidido por un anciano, mezcla de ogro y barbazul, en permanente olor a decrepitud, responsable de la ruina completa de un país y del envilecimiento masivo de sus ciudadanos, amén de la fuga de un porcentaje significativo de esos ciudadanos,
muchos de los cuales se han lanzado al mar en cualquier cosa que flote y muchos, en el orden de las docenas de miles, han perecido en el intento, incluida la madre y el padrastro del niño cuya repatriación el régimen castrista hoy reclama.
Es decir, la notoriedad que Castro decidió darle a este caso --no por amor a esta criatura huérfana, que de amor nada creo que sepa esa alimaña mal nacida-- hasta límites que bordean el más absoluto ridículo, como el de obsequiar 50,000 camisetas con la
efigie del niño (en un país donde la gente no tiene qué ponerse) e imprimir miles y miles de pancartas con su foto (cuando no hay papel ni para que circule el periódico del Partido Comunista con un número de folios más o menos decente) es, debe ser, una
seria objeción a la repatriación de Elián; porque este niño, una vez de regreso, dejaría de ser Elián González de un barrio anónimo de Cárdenas, para convertirse, para siempre, en hijo de la Revolución, icono de la Revolución,
es decir, de Castro, y de sus proyectos megalomaníacos; y estaría obligado, a partir de ahí, a comportarse de una cierta manera, a la altura de ese destino glorioso que el líder patriarcal le ha asignado, y a ser --con la niñez definitivamente hecha polvo-- pionero
ejemplar, estudiante ejemplar, comunista ejemplar, estandarte vivo de la quijotesca y ridícula cruzada que su nuevo padre o abuelo adoptivo, Fidel Castro, dice librar (en tanto opera la jefatura de una mafia crapulosa y vulgar) contra los molinos de viento del imperialismo. Ese papel, ese
destino de mascarón de proa de la patria, que Castro ha diseñado para este niñito dulce e inocente, que acaba de perder a su madre y cuya notoriedad en Estados Unidos se extinguiría, felizmente para él, en cuestión de semanas, debe bastarle a un juez
norteamericano para --arguyendo el derecho que tiene el niño a su felicidad individual por encima de cualquier derecho natural de su padre-- fallar en contra de esa repatriación, sobre todo si cómplices de la tiranía de Cuba, tan despreciables como la Rvda. Joan Brown
Campbell, son los que la piden.
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