Manuel Díaz Martínez. Publicado el viernes, 18 de febrero de 2000 en El Nuevo Herald
Las ferias son para eso, para crear ilusiones. Para disfrutar de esos espacios encantados usted debe dejar la realidad en la puerta, como al perro a la entrada del supermercado cuando va de compras. Pero no olvide que la realidad, como el perro, rascándose las pulgas y bostezando, lo
espera fielmente y se le unirá de nuevo en cuanto usted salga a la calle.
Ahora hubo feria del libro en La Habana y las noticias que de ella se recibieron confirman la regla. Los imaginativos shamanes que la diseñaron y animaron se emplearon a fondo para que ésta fuera especialmente fructífera en ilusiones. Lo más llamativo fue el debut del
premio literario Alejo Carpentier, creado para la ocasión y dotado con 5,000 dólares, el más suculento de todos los premios literarios de Cuba. En una feria puesta bajo la tutela de esas dos generosas deidades que son la ``tolerancia y la paz'' vapuleadas en un país donde
no existe la libertad de imprenta, donde está vigente una draconiana ley-mordaza y en cuyas cárceles hay ciudadanos purgando el delito de haber expresado opiniones adversas al gobierno, dicho premio había que entregárselo, si se quería crear la ilusión de
apertura hacia la tolerancia y la paz, a un escritor no marxista y que en algún momento hubiese sido víctima del dogmatismo burocrático del mismo gobierno que otorga el reconocimiento.
El seleccionado para esta suerte de prestidigitación ha sido Anton Arrufat, uno de los intelectuales cubanos que durante años fueron marginados a consecuencia del ``caso Padilla''. Condición insoslayable para que una jugada como ésta surta el efecto deseado --el de
ilusionar-- es que el escritor galardonado sea un verdadero escritor, y Arrufat lo es. (Por los valores de su obra merece éste y cualquiera de los muchos premios que han dejado de darle y los que ojalá le den.) Pero la otra condición inexcusable es que el escritor elegido sea
disidente, opositor, y Arrufat no lo es.
Hay que saber esto para no dejarse confundir. Algunos de los diarios españoles más importantes (El País, ABC y El Mundo) han destacado el premio otorgado a Arrufat en la reciente Feria del Libro de La Habana como síntoma de una probable apertura del régimen en
el campo cultural. Me temo que esos periódicos pecan de excesivo optimismo. Los medios españoles, en lo que respecta a Cuba, son proclives a ilusionarse. Para mí, estamos ante una finta diversionista, un golpe de efecto bien calculado por el régimen con la finalidad de
crear falsas expectativas que sirvan para mejorar la imagen del castrato de cara al exterior y atraer a Cuba la inversión de editores y libreros.
Tengo razones para ser pesimista. En primer lugar, como ya he dicho, Arrufat no es un intelectual disidente (los intelectuales disidentes están presos, exiliados, retraídos o vinculados a organizaciones opositoras y a la prensa independiente, y, desde luego, no pertenecen al círculo
de amigos íntimos del ministro de Cultura); en segundo lugar, numerosos escritores cubanos de valía que residen en la isla (entre ellos, el poeta Raúl Rivero, que sí es disidente) no fueron invitados a esta feria; en tercer lugar, los que estamos en el exilio y somos
opositores continuamos siendo subcubanos para las autoridades castristas.
Otra cosa sería si la Feria del Libro de La Habana hubiera invitado, por ejemplo, a Jesús Díaz, a José Triana, a Antonio Benítez-Rojo, a Cabrera Infante o a Eliseo Alberto a dar conferencias, y a María Elena Cruz Varela, a Raúl Rivero, a Belkis
Cuza Malé, a Zoe Valdés o a Armando Alvarez Bravo a leer sus poemas. Si esto hubiese ocurrido, entonces sí podríamos empezar a hablar en serio de tolerancia, de paz y, por supuesto, de apertura.
Poeta cubano residente en Gran Canaria, España. Fue miembro del jurado que entregó el premio nacional de poesía a Heberto Padilla en 1968.
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