Daniel Morcate. Publicado el jueves, 3 de febrero de 2000 en El Nuevo Herald
En materia de información, la esencial superioridad de la democracia sobre los régimenes totalitarios es la verdad. Por eso la verdad se convierte en blanco de los ataques de esos regímenes cada vez que sostienen una polémica con sectores democráticos. En la
disputa sobre el niño náufrago cubano, Elián González, el régimen castrista está movilizando su formidable aparato propagandístico para desvirtuar irremisiblemente la verdad.
Su implacable ofensiva de desinformación se manifiesta en la estridencia con que martillea los criterios oficiales en todos los medios que controla en la isla, que son todos, e incluso en las crónicas repletas de cautelosa discreción y medias verdades de los escasos
corresponsales extranjeros acreditados en La Habana. Estos últimos se han limitado a reproducir con distintos grados de pasividad las noticias que fabrica el régimen para enviar el mensaje al exterior de que todos los cubanos se han unido en la exigencia de que el niño balsero
sea devuelto. Reportaje tras reportaje, comentario tras comentario presentan el espectáculo de multitudes de estudiantes, trabajadores, madres, abuelos, deportistas, intelectuales, polícias y militares que parecen reclamar a Elián a viva voz. Es el milagro de las unanimidades
aparentes que sólo es capaz de engendrar el totalitarismo. Y sin embargo cualquier periodista que no esté sometido a las coacciones que padecen sus colegas en Cuba sabe que las verdaderas noticias se hallan ocultas precisamente detrás de ese gran circo oficial.
Para procurarlas, el gobierno tendría que darles a los corresponsales libertad para averiguar cómo se organiza una manifestación de millares de personas en un país donde es ilegal que un solo opositor salga a la calle con un cartel que diga ``la patria es de todos'';
por qué la burocracia castrista prohíbe a miles de cubanos reunirse con sus padres e hijos en el extranjero; qué valor práctico tiene en la isla el concepto jurídico de patria potestad que de repente esgrime el régimen para reclamar a Elián; cómo
en realidad se alimenta, viste, recibe cuidado médico, estudia y juega el niño cubano promedio; cómo era la vida familiar de Elián en la isla; quiénes son esos peculiares reverendos evangélicos que acompañaron a sus abuelas durante su periplo
norteamericano y cómo se las arreglan para servir a Dios y al César como diputados de dedo del parlamento cubano; qué papel desempeñó el gobierno, súbitamente henchido de amor filial, en la muerte de una veintena de niños durante el hundimiento del
remolcador 13 de Marzo frente al Malecón; qué suerte han corrido otros cuyos padres fueron capturados o asesinados en el intento de escapar de Cuba; de qué medios disponen los residentes de la isla para informarse de lo que piensan sus compatriotas exiliados sobre el caso de Elián.
A juzgar por las declaraciones simplistas que han hecho opositores normalmente lúcidos y valientes, es obvio que ni siquiera ellos tienen una idea clara de qué principios defienden los exiliados.
La manipulación que sufren los corresponsales extranjeros ha provocado situaciones que inspiran vergüenza ajena. A mediados de la semana pasada, dos reporteros de CNN enviaron sendas crónicas en inglés y español en las que resaltaban la famosa ``unanimidad'' de
los cubanos en el reclamo del niño. Pero al mismo tiempo que sus crónicas salían al aire, en otros canales se escuchaban las voces discordantes de una madre y un padre cubanos, evidentemente hastiados de sentir miedo, que denunciaban la hipocresía del régimen que
les impide reunirse con sus hijos en Estados Unidos; y las voces de otros ciudadanos demasiado aterrorizados para opinar en cámara. Estos sound bites naturalmente abandonaron la isla de manera anónima. Si los periodistas que los obtuvieron les hubieran puesto sus rostros y sus voces,
el régimen les habría cancelado de inmediato la visa de trabajo.
Fuera de la isla, La Habana se está valiendo para su propaganda de sus agentes a sueldo al estilo del espía confeso Alejandro Alonso. Este patético personaje acaba de ser condenado a siete años de cárcel en Miami por actividades que incluían la
deliberada desinformación de la opinión pública norteamericana. Varios cómplices aguardan sentencia o juicio. En estos momentos de animada polémica sobre Elián, previsiblemente están apareciendo, más que de costumbre, cartas al editor y
llamadas a programas de micrófono abierto que reflejan fielmente la postura castrista. Es la típica ``forma invisible'' que usan los regímenes totalitarios para intervenir en el debate interno de las democracias, con el propósito de influir sobre sus decisiones.
De cualquier modo, La Habana no necesita agentes para su propaganda. ``Occidente se desinforma solo'', solía decir Stalin cuando en sus soliloquios ante el Comité Central de la URSS se reprochaba los gastos que él mismo consagraba a encubrir sus crímenes con
desinformación. El matarife de Georgia aludía al inagotable hábito que tienen periodistas e intelectuales occidentales de justificar los desmanes y poses de dictadores como él y de desvirtuar las ideas y acciones de quienes los combaten. Para otra ocasión dejaré
el comentario sobre la ingenuidad, la vanidad y el resentimiento que suelen animar a estos propagandistas voluntarios del castrismo. El lector los reconocerá entre los cubanólogos favoritos de medios que, cuando examinan la problemática de Cuba, como por arte de magia abdican de
su responsabilidad de ser auténticos medios de información.
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