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Diciembre 29, 2000



Matar la palabra

Raúl Rivero. Publicado el viernes, 29 de diciembre de 2000 en El Nuevo Herald

La Habana -- Con el ataúd del siglo XX los cubanos estamos enterrando, culpables y amargos, una legión de palabras que perdieron la vida, los contenidos, el vigor en los últimos 40 años.

Los esplendorosos y mágicos fonemas que forman el vocablo libertad encabezan el cortejo. Allá va, vacía, hueca y estrujada, la palabra que los grupos de poder han exprimido aquí hasta convertirla en su antónimo.

Allí está descendiendo en el alfiler de la corbata del milenio el vocablo democracia, con todos sus ecos griegos, sucio y gastado, hacia el fondo de la sepultura.

Dígale alguien a un jubilado de Alacranes o a un joven desempleado de Centro Habana la noción exacta de dignidad.

Que se le explique el poderío de resistencia a un ama de casa, madre de tres hijos, sin familia en el extranjero y sin contactos con una empresa mixta.

Los ampulosos profesores de español que dediquen un turno de clase a la palabra cultura, a ver cómo apagan los fantasmas de los artistas censurados, los rehenes, los marginados, los excluidos y los expulsados.

Sí, con el siglo que muere y sepultamos se van esos sonidos y, lo que es peor, perdemos sus verdaderos significados.

Se marcha la palabra prensa en su única y aseada acepción, porque en Cuba lo que se publica es propaganda latosa y desconcertante.

El delicioso murmullo de armonía baja también con el cadáver yerto de la palabra tolerancia y el de la palabra amor, porque es el odio, intacto y áspero, el que, desde el borde, dirige la faena de los sepultureros.

Hasta el gentilicio cubano aparece a estas alturas mutilado si no aplaudes y gritas, con una bandera en la mano, las consignas que diseña el partido.

En el cortejo van palabras que, para quedarse, necesitan adjetivos, prótesis y andadores. Allá van, exangües y extenuadas, fraternidad, familia, derechos, apertura, evolución, justicia, patriotismo, verdad, fervor, elecciones, parlamento y sociedad.

Es una masacre de nociones, mediante el sacrificio cotidiano de decenas de palabras que caen de los periódicos, las declaraciones y los discursos, como dicen que debe caer la nieve en el trópico. Palabras en plena viudez de mensajes, desoladas, sin rumbo, que se disuelven en la conciencia de la gente y la única reacción que provocan es un poco de ironía y desdén.

Es la labor irresponsable de un comando de exterminio del vocabulario cívico de un país al que la última mitad del siglo que agoniza convirtió en un profesional de las amputaciones.

Hay que confiar a ciertos santuarios de la república y del exilio la pureza de estos términos para entendernos después. Hay que devolverles, en su momento, el valor a esas voces, restaurarlas con precisión, para que en alguna estación del siglo XXI recuperemos por lo menos para todos los cubanos la autenticidad del idioma en el que tendremos que aprender a convivir y a respetarnos.

© El Nuevo Herald

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