Martha Padilla. Publicado el viernes, 22 de diciembre de
2000 en El Nuevo Herald
Los jóvenes intelectuales cubanos que viven y escriben fuera de Cuba
deben aprovechar una reseña histórica como ésta. Me refiero
a los que con menos años como emigrantes y sin buscar o detenerse a
razonar quiénes acomodaron este espacio o preservaron el lenguaje, en
cambio se dedican a sofocar, descalificar o ignorar la magnitud del tiempo de
dolores de la diáspora.
La tenacidad y el coraje de esos primeros días, durante los cuales
fuimos vistos como extranjeros y extraños en una ciudad no tan mágica
entonces y frente a un mundo no tan abierto como el de hoy, inauguró en
nosotros un espíritu de sacrificio, revaluación y lucha. Originó
una conciencia de hermandad y reconquista que iría dando lugar a otras
propuestas y otros bríos.
En el ámbito libre que todo destierro proporciona, comprendimos y
sostuvimos que si la tierra a donde habíamos llegado era otra tierra, y sólo
eso, la fecundaríamos, la haríamos florecer y dar fruto. Con
sangre, sudor y muertos lo hemos hecho. Después de más de cuatro décadas
hemos vivido, crecido y multiplicado en español. El idioma con el que
hemos librado todas las batallas, protegiéndolo como a la madre que no
queremos ver morir.
El idioma que es el espíritu y el rostro de nuestra identidad. Con
este escrito de hoy, respaldo una memoria y otros nombres que persiguen
desdoblar un tiempo cumbre para las letras mundiales y acentuar el
reconocimiento que escenificamos cuatro voces de la cultura cubana del
destierro. Me refiero al homenaje que se ofrecía al poeta sevillano
Gustavo Adolfo Bécquer en el centenario de su muerte.
España y toda Hispanoamérica rendía su tributo
conmemorativo al poeta romántico más celosamente guardado y leído
en todo el acontecer lírico de la lengua española. Sus famosas
Rimas, que sedujeron y atrajeron a la juventud de su época por su fresca
y pulcra transparencia, se atrevieron a combinar el misticismo con el fuego
amoroso, la voluntad divina con el ocio aplastante de su admirable entrega lírica.
Fue el más romántico de los románticos, precursor de una
forma estilística aún por nacer, iniciador de una afluencia de
otras vertientes y con otros vestigios. Aunque sin llegar a lograr la innovación,
fue al menos un rico y ostentoso amador de la belleza poética hacia cuya
liberación absoluta condujo la palabra, el motivo, la celebración
dentro de su idioma.
Nació en Sevilla en 1836, pero murió en Madrid el 22 de
diciembre de 1870. Sólo dos obras suyas van alcanzando la inmortalidad:
Desde mi celda, compendio de un epistolario que resume una vida, fechadas en el
Monasterio de Veruela, y sus famosas Rimas.
En 1970, Ana Rosa Núñez, una de nuestras más activas y
mejor dotadas intelectuales y una de las que más acceso tenía a
los archivos y documentos que nos interesaban, descubrió algo
sencillamente fabuloso: la genealogía del poeta sevillano contenía
un hilillo de sangre cubana. Entre el alborozo y el desconcierto continuamos la
búsqueda. Ana Rosa Núñez, en su capacidad de bibliotecaria
de la Universidad de Miami, dio con la fuente informativa: Rafael Nieto
Cortadelles, durante el III Congreso Internacional de Genealogía y Heráldica
en Madrid, presentó un ensayo titulado: El poeta Bécquer, su
ascendencia flamenca y sus parientes cubanos.
El erudito presentaba con datos y fichas, escrutinios y archivos
parroquiales, la ronda de nombres, nuestros nombres, pertenecientes al poeta
que, desde allí, llamaríamos para siempre nuestro. Nuestro Gustavo
Adolfo Bécquer titulamos el cuaderno que organizó nuestra compañera.
Con paciencia y amor reseñó cuanto de intéres histórico
podía retener aquel descubrimiento. Encontró el grabado de Maura
que era el retrato del joven Bécquer. Luego nos visitó, nos
contagió, nos prestó su entusiasmo y orgullo, para que fuera el
Grupo Coaybay, de Ediciones Universal, el que imprimiera y estrenara los datos
en el centenario.
Las integrantes del trabajo fuimos Josefina Inclán, Pura del Prado,
Ana Rosa Núñez y yo. Esas tres insustituibles amigas y
colaboradoras, tres de las más productivas y dinámicas voces de la
literatura cubana libre, han desaparecido ya. En el aniversario número
treinta de Nuestro Gustavo Adolfo Bécquer, el orgullo y la hermandad me
llevan a devolver al tiempo sus indestruibles valores, si no a insistir en
perpetuar el linaje de nombres y acciones que nos colocan en un lugar de
privilegio.
Los trabajos en prosa Pavesas de papel, de Pura del Prado, y Bécquer
y los amantes de Verona, de Josefina Inclán, muestran el estilo
apasionado y concreto de ambas, con la generosa musicalidad que vibraba en Pura
y el concepto universal que animó la estudiosa vocación de
Josefina. La poesía la instalamos Ana Rosa Núñez y yo. La
Leyenda de GAB, que cierra con Ana Rosa el homenaje, comunica sus limpios datos
poéticos y su fervor por la palabra que admite ser puente de alabanza. A
mí --por ella-- me tocó la primera palabra, abrir la puerta del
halago. Canción del saludo profundo fue mi tributo al sevillano inmortal.
Un saludo que es hoy para el recuerdo. El doble aniversario que me honro al
honrar.
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