Luis Manuel García. Publicado el martes, 19 de
diciembre de 2000 en El Nuevo Herald
Ni con la más desbocada Imagine habrá imaginado John Lennon
que descansaría de sus andares sobre la tierra en un parque de 15 y 6, en
el Vedado, en La Habana. Menos aún que el comandante en jefe Fidel Castro
develaría la estatua --de mala gana, se le adivina el gesto en los
noticiarios, como quien despacha rápido su purgante--, y que el
presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón de
Quesada, pronunciaría el discurso inaugural, prólogo al concierto
masivo donde miles de cubanos, sí, en La Habana, corearían
Imagine. Imagine todo eso alguien que tenga hoy la edad de John Lennon aquel día
fatal, alguien que haya caminado este mismo parque durante los 60 o los 70,
alguien que se hubiera sentado quizás en este mismo banco, a descansar
sus huesos, no mansamente, como ahora Lennon en su bronce, sino a la
expectativa, no fuera a aparecer la policía y lo arrastrara por los pelos
hasta la estación más cercana en un coche jaula, donde sería
escarnecido y rapado --todas las inquisiciones insisten en la perversidad de la
pelambre-- y, con suerte, echado a la calle con pinta de loco tras la última
sesión de electroshocks.
Imagine que don Ricardo Alarcón nos acaba de develar en su discurso
un Lennon cuyas "canciones conforman el más completo inventario de
la porfía colectiva de los jóvenes por la paz, la revolución,
el poder popular, la emancipación de la clase obrera y de la mujer, los
derechos de los indígenas y la igualdad racial''. (Y eso lo dice el
presidente del Poder Popular, que algo sabrá del asunto.) De modo que
este Lennon en el imaginario de Alarcón era revolucionario, miembro del
poder popular y partidario de la emancipación de la clase obrera. ¿Quienes
éramos entonces nosotros, jóvenes que trasegábamos sus
canciones en placas rudimentarias y grabaciones caseras, o le escuchábamos
de madrugada en la WQAM? Siempre con nocturnidad y ensañamiento. ¿Quiénes
éramos los seguidores de su estética y de su poética, o los
que susurramos alguna vez un Peace & Love herético?
Pero, sobre todo, ¿quiénes eran los que prohibieron sus
canciones, los que tapiaron su imagen, los que derrocharon miles de palabras
para convencernos de la perversidad ideológica de este Lennon que, según
palabras de Ricardo Alarcón, "expresa abiertamente su identificación
con el ideal socialista''? Eran entonces enemigos del "ideal socialista''
los que persiguieron nuestra juventud, los que sumieron en las catacumbas
nuestro fervor por este Lennon, artífice de una época en que se
produjo la caída de "dogmas y fetiches, se quebraron los moldes del
fariseísmo y la banalidad, se replegó la torpe mediocridad de una
sociedad injusta y embustera'' (Alarcón dixit)? ¿Eran entonces
aquellos funcionarios y policías de mi juventud fariseos y banales,
torpes mediocres fabricantes de una sociedad injusta y embustera?
Pero, un momento. ¿No eran ellos los defensores de la pureza ideológica
de la revolución? ¿No eran ellos el baluarte contra tipejos como
Lennon, que ahora resulta un revolucionario, socialista incluso, y campeón
de la clase obrera? ¿Y quiénes éramos entonces nosotros? ¿Resulta
que cuando mutilaban nuestro espíritu revolucionario en nombre de la
revolución no hacían sino defender su derecho de propiedad sobre
una sociedad injusta y embustera que nos vendían como nuestra?
Y habla Alarcón de un "Lennon como paradigma del intelectual
enteramente libre y creador, cabalmente comprometido con su tiempo''. De modo
que nuestros represores pretendían que fuésemos todo lo contrario:
sumisas cajas de resonancia de espaldas a nuestro tiempo. Y Alarcón llega
a ponerse picúo cuando le dice "Querido John: allí, en
Liverpool, entonaban baladas de amor con verbo proletario y nosotros acá
desafiábamos al monstruo''.
Ahora comprendo: el monstruo éramos nosotros, que entonábamos
las mismas canciones, pero con verbo burgués. ¿En qué bando
estaría entonces don Ricardo Alarcón, el de los perseguidos o el
de los perseguidores? ¿Escucharía a escondidas, entre reuniones del
partido, al Lennon que hoy tanto ama? ¿Levantaría alguna vez la voz
contra las persecuciones y la caza de brujas? ¿Habrá propuesto, sin
que nosotros lo supiéramos, no ya levantarle una estatua, sino lo más
elemental: que pudiéramos escuchar a este cantor de "verbo
proletario'' en las emisoras radiales del proletariado, y no en las del "monstruo
imperialista'', que según él nos cuenta, lo perseguía con
saña (y lo publicaba con fervor)?
O quizás responda como Fidel Castro, cuando la prensa (extranjera, of
course), ante el Lennon inmutable de la estatua, le preguntó por aquellas
persecuciones: "No tengo la culpa'', dijo. "Lamento mucho no haberlo
conocido antes'' --le faltó dar la mano a la estatua: "Mucho gusto.
No, el gusto es mío''--. "En aquellos tiempos teníamos tanto
trabajo''. Y más tarde se consideró ante la prensa "un soñador''
como Lennon y afirmó que el ex beatle tenía razón, quedaban
unos cuantos soñadores más. "Yo soy un soñador que ha
visto convertidos más de una vez mis sueños en realidades''.
Adiferencia de Lennon, sus sueños cumplidos son las cumplidas
pesadillas de muchos. Tampoco tendría la culpa Alarcón, porque
cita textualmente a Lennon: "Los sesenta vieron una revolución entre
la juventud... Una revolución completa en el modo de pensar. La juventud
lo asumió primero y la siguiente generación después. Los
Beatles fueron parte de la revolución. Estábamos todos en este
barco en los sesenta. Nuestra generación --un barco que iba a descubrir
el nuevo mundo. Y los Beatles éramos los vigías de ese barco.
Eramos parte de él''.
Pero a nosotros nos repitieron que el barco era el Granma, y que el vigía
era otro. No. Tampoco don Rodrigo de Triana. Otro. La amnesia de los políticos
siempre me maravilla. Pero en este caso me escandaliza. Más que amnesia,
parece demencia senil, y de las más avanzadas. Confiemos que en los próximos
días ninguno de los nuevos policías venidos de Oriente, y que quizás
no haya oído hablar de la "inspiración comunista'' que, según
Alarcón, animaba a John Lennon, le arrastre por los pelos de bronce a la
comisaría más cercana, le propine al titanio una paliza con una
barra de acero y lo eche de nuevo a la calle, rapado a soplete, con pinta de
loco tras la última sesión de electroshocks en el manicomio político
de la isla.
Periodista y escritor cubano radicado en Sevilla, España.
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