Eduardo Boza Masvidal. Publicado el martes, 19 de diciembre
de 2000 en El Nuevo Herald
Ante la prolongación del régimen marxista en Cuba, que va a
entrar el 1 de enero en su aniversario 42o., y ante la aceptación por
parte de todos los países de la existencia de un gobernante vitalicio en
Cuba, que es invitado y recibido con todos los honores en todas las reuniones
internacionales a pesar de la permanente violación de todos los derechos
humanos, podemos caer en la tentación de pensar que no hay nada que hacer
y caer en el conformismo y la pasividad.
Pero esa tentación hay que vencerla. El conformismo ante el mal no es
cristiano. Jesucristo no fue conformista, sino que empezó a construir un
mundo nuevo, predicó una doctrina distinta, se opuso a una religiosidad
fariseísta sin temor a las consecuencias, exigió esfuerzo y muchas
cosas empezaron a cambiar en el mundo a partir de esa verdadera revolución
pacífica del Evangelio.
Hemos de comprender a nuestros hermanos que están en Cuba. Ellos
sufren una represión muy fuerte. Además el régimen, como
todos los regímenes marxistas, trata de meter en la mentalidad de la
gente la idea de que aquello es irreversible; pero no lo es, como lo demuestra
la caída del imperio soviético, que se desmoronó como un
castillo de naipes.
Por otra parte, la imagen que las generaciones nuevas que nacieron y fueron
educadas en el marxismo tienen de la patria no es la misma que la que tenemos
los que vivimos una etapa anterior. La imagen que nosotros tenemos de Cuba es la
de algo muy querido que es necesario recobrar. En ella vivimos tiempos muy
felices, a pesar de todas las cosas negativas que pudo haber y que era necesario
cambiar. Estamos orgullosos de nuestra historia y de nuestra rica herencia
cultural de hondas raíces cristianas. Tenemos el ejemplo de nuestros
grandes hombres, Félix Varela, José Martí y tantos otros, y
de nuestra gloriosa epopeya libertadora. La patria para nosotros es algo muy
querido que llevamos en el corazón.
En cambio, para esta juventud nueva la patria, Cuba, es sinónimo de
muerte, dolor, frustración, represión, falta de horizontes.
Socialismo o muerte, que vienen a ser palabras equivalentes, y la única
salida es escapar. Por eso es comprensible que los símbolos patrios no
signifiquen nada para ellos y miren todo aquello como una pesadilla que es
preferible olvidar.
A nosotros nos toca cambiar todo eso, hacerles comprender el verdadero
sentido de la patria, darles a conocer nuestra historia, que no se les ha enseñado,
y lo que puede y debe volver a ser. Y sobre todo, no caer también
nosotros en el exilio en la tentación del cansancio y la despreocupación
y dedicarnos a vivir bien. No queremos la violencia, que es destrucción y
muerte, pero tampoco podemos resignarnos a vivir sin libertad y sin justicia,
sin horizontes y sin esperanza. Por eso hay que apoyar a los grupos disidentes,
que dentro de Cuba, en forma muchas veces heroica, reclaman el cambio necesario.
Es verdad que no todas las personas tienen vocación de héroes y de
mártires, pero sí todos hemos de dejar oír nuestra voz y
reclamar nuestros derechos. Recordemos lo que nos repitió el Papa varias
veces en Cuba: No tengan miedo, abran las puertas a Jesucristo. Sean
protagonistas de su propia historia.
Nuestra Iglesia en Cuba está tratando de cumplir esas palabras del
Papa. En todas las parroquias hay comunidades muy vivas, y mucha gente, sobre
todo jóvenes, se están acercando a ella buscando una luz y una
esperanza, y casi sin medios publican varias revistas para difundir el mensaje
de Cristo. A pesar de todas las restricciones y dificultades, celebraron en
estos días, del 8 al 10 de diciembre, el Congreso Eucarístico en
La Habana, como colofón del Año Jubilar. Mantengamos también
nosotros en el exilio este espíritu positivo y unamos nuestra oración
pidiendo la intercesión de nuestra Madre y Patrona, la Santísima
Virgen María de la Caridad, para que Cuba sea la nación libre,
justa y cristiana que anhelamos.
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