Raúl Rivero. Publicado el viernes, 15 de diciembre
de 2000 en El Nuevo Herald
La Habana -- Parecía que el fin de año y el fin de siglo
transcurrirían en Cuba bajo la densidad ya natural de la campaña
propagandística del gobierno. Pero no, tendremos de invitada especial
para la Navidad la amenaza del corte de las llamadas telefónicas con
Estados Unidos.
Ese es el tema de hoy. Esa es la fuente de especulaciones, la preocupación,
la ansiedad y el temor de miles de hombres y mujeres que tienen su familia en el
vecino país del norte.
Por encima de los juegos políticos que pusieron las cosas en ese
punto, la gente lo que experimenta es el miedo de un regreso inmediato a la zona
de silencio que, por muchos años, dejó casi en la nada los lazos
familiares y provocó que, durante décadas, no se pudiera ni
siquiera escuchar las voces de los parientes y amigos.
En las bolas de cristal, los caracoles y los cocos, las güijas y las
barajas, sólo aparecen escenas catastróficas, porque los
visionarios de barrio, sin información y con 41 años de estadía
en el paraíso del proletariado, siempre vaticinan lo peor.
Ya se habla también de restricción de las visitas, de
clausuras y cierres. Es como un temblor de pesimismo y oscuridad que empieza en
Guantánamo y retoma fuerzas en San Simón de los Cuchillos, Pinar
del Río.
Se ve el asunto aquí serio y complejo y con un sentimiento de
indefensión. La gente murmura y maldice por las esquinas, aunque algunos,
muchos, en público aplauden la capacidad de resistencia, la elegancia y
la eticidad con que el gobierno encara los retos de sus enemigos.
Esa es la verdad. Se sufre el eventual corte de las llamadas. La idea misma
produce indignación y enojo, pero la ira no pasa del sofá
familiar, ni trasciende las lámparas del techo, porque ése es el
molde en que se vive. La amenaza trajo un elemento nuevo al entorno de fin de año,
un componente inesperado para el coctel triunfalista que prepara cada día
la prensa oficial, como dieta obligatoria del cubano.
En Cuba, sectores de la población perciben estos fenómenos
como puestas en escena de los ideólogos, convertidos de repente en
empresas productoras de sobresaltos, odios, resabios, que mantienen en vilo a la
población y distraen la armonía.
La carga vehemente que suponen los programas televisivos de adoctrinamiento
llamados mesas redondas instructivas o informativas, los cursos de literatura y
apreciación literaria como desayuno y cena en la pantalla y las toneladas
de tinta elegíaca de los diminutos periódicos locales son
escenario ideal para la prosperidad de la angustia.
La altura y las argucias de los políticos de este país ciego
por la ideología tienen cada vez menos presencia en una sociedad que,
pase lo que pase, siempre sale de perdedora. Las consignas y los discursos
supuestamente patrióticos, los resonantes éxitos gubernamentales
en el universo gaseoso de la diplomacia, en la controversia por momentos erótica
con Estados Unidos, suelen caer en un páramo o en un desfiladero.
Vivir. Cuba quiere vivir sin el escándalo diario de la politización,
sino en un ámbito decente y cordial, en familia, civilizadamente, sin la
agonía ni la incertidumbre de que la misma mano que sacó a tu hijo
o a tu hermano del país, cuelga el teléfono por el que les estás
pidiendo noticias de la vida. |