Moscú busca reactivar relaciones con la isla,
donde no se percibe la menor presencia rusa
El frío recibimiento tributado anoche a Putin en
La Habana muestra que Castro no acaba de fiarse del pragmatismo mostrado por un
huésped que pregona el libre mercado. Son recelos mutuos: el presidente
ruso es muy consciente de que su carismático anfitrión puede dar
el giro más inesperado a las conversaciones programadas.
José Goitia / Ap. Joaquim Ibarz. Enviado Especial.
La Vanguardia Digital - 04:30 horas -
14/12/2000
LA HABANA. - Cuando Vladimir Putin recorrió anoche las semidesérticas
calles habaneras debió preguntarse si valió la pena el enorme
derroche de recursos que destinó la URSS a sostener al régimen
castrista sin que ahora perciba la menor presencia rusa. Tan sólo una
gigantesca embajada -un monumento al mal gusto- y unos renqueantes coches Ladas
y Moskovich quedan como testimonio de los miles de millones de dólares
-equivalentes a varios planes Marshall que levantaron a la Europa de la
posguerra- que llegaron a la isla para subsidiar a fondo perdido una economía
que nunca funcionó.
Los cubanos recibieron con indiferencia a Putin. Si la bienvenida oficial se
presumía fría y hasta descortés, la popular ha sido de
general apatía. La gente no siente la menor nostalgia de los rusos.
Durante los 30 años de influencia política de Moscú en la
isla no se llegó a establecer empatía entre los dos pueblos. De
hecho, los rusos vivían en una especie de guetos y sólo se
mezclaban con la población para sus prácticas de mercado negro. En
cuanto a costumbres, el cubano siempre ha mirado más hacia la forma de
vida del "enemigo" norteamericano que hacia los representantes de un
lejano imperio a los que, por su tosquedad, popularmente eran conocidos como "bolos".
Luis Márquez, médico de un céntrico hospital, comenta
sobre los rusos: "No tenemos nada que ver con ellos. No somos
desagradecidos, ya que en su momento la URSS se cobró lo que nos daba. ¿Cómo?
Sacó muchas ventajas políticas, militares y estratégicas de
su presencia en Cuba; para Moscú fue muy importante tener una cabeza de
playa a pocos kilómetros de la Florida".
Un empresario ruso con trece años de residencia en la isla afirma que
"cubanos y rusos son pueblos con una cultura y una idiosincracia tan
diferentes que la fusión era imposible y la influencia mínima".
Este empresario es uno de los 1.500 rusos que decidieron quedarse en la isla
(muchos por matrimonio) cuando en 1993 se retiraron las últimas tropas.
Una cifra mínima comparada con las decenas de miles de soldados y técnicos
(llegaron a ser 100.000) que residían en Cuba.
Tras la caída del muro de Berlín, quedaron en la isla unas 600
obras con participación rusa a medio construir, que están a la
espera de recibir cuantiosas inversiones para poder echarlas a andar. Putin ha
declarado que "no puede perderse este potencial acumulado en Cuba".
Pero su misión es harto difícil. Otros capitales, más
eficientes y abiertos, en poco tiempo ocuparon el lugar dejado por los soviéticos.
La embajada rusa refleja el rápido repliegue ruso de la isla. La
mayoría de los pisos están desocupados. Y cuando entre en el
edificio, Putin se encontrará en el salón de mármol con un
gran retrato suyo colgado de una especie de cajón forrado de terciopelo
verde. Nadie le advertirá que ese mueble de madera oculta un gigantesco
busto de mármol de Lenin, tan gigantesco que cuando cayó la URSS
no pudieron sacarlo por la puerta.
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