LA HABANA. Enrique Serbeto enviado especial.
ABC. España, 13 de diciembre de 2000.
Paseando por las calles de La Habana nadie diría que anoche se
esperaba al presidente del país que hace sólo una década
tenía más de 20.000 soldados con base en Cuba y proporcionaba un
ilimitado flujo de asistencia militar y económica. El presidente ruso,
Vladimir Putin, llega a Cuba en busca de las raíces perdidas de la
antigua superpotencia soviética, en un intento de reavivar sus posiciones
en Iberoamérica, empezando por el país con el que Moscú
mantuvo la alianza estratégica más estrecha y probablemente única
en el mundo.
Los que recuerdan la visita de Mijail Gorbachov en 1989 y más aún
los que asistieron a la apoteosis de recibimiento que se le dispensó a
Leonid Breznev en 1974, con más de 40 kilómetros de calles
engalanadas con banderas y ciudadanos vitoreando a la «indestructible
amistad soviético-cubana», apenas podrían reconocer ahora un
acontecimiento parecido en esta visita de Putin a La Habana, el primer viaje a
Iberoamérica del sucesor de aquellos dirigentes soviéticos.
Comparado con los tiempos de mayor esplendor, los trescientos millones de dólares
que Putin lleva en su portafolios para invertir en una vieja planta de
tratamiento de cromo, parecen una cantidad ridícula comparada con los
miles de millones que circulaban entre la superpotencia comunista y su satélite,
que le proveía de una posición inmejorable a menos de 160 kilómetros
de la costa norteamericana. De aquella época de esplendor no quedan más
rastros que esa factoría inacabada, una central nuclear y una refinería
también a medio hacer, además de un impresionante edificio que
alberga la Embajada en la mejor zona de la ciudad.
En una entrevista emitida el martes en la televisión cubana, Putin
afirmaba que Cuba «es nuestro tradicional y antiguo socio y el primero en
Iberoamérica», y además «gran parte de las fábricas
y de la economía cubana fueron formadas gracias a la cooperación
soviética. ¿Quién mejor que nosotros para participar en su
reconstrucción y pensar en forma conjunta en su futuro?».
LA DEUDA PENDIENTE
Sin embargo, en medio de todas estas negociaciones queda una deuda cubana
que proviene de aquella misma época y que aunque sea muy difícil
de cuantificar, debido a los inescrutables sistemas contables del socialismo, en
todo caso superaría en mucho a los mil millones de dólares de
intercambio comercial que, según Putin, alcanzaron los dos países
en 1999. Cuba tiene para pagarla el servicio que presta todavía a Rusia
al albergar a la base de escuchas de Lurdes, en las afueras de la capital, donde
el Ejército ruso sigue teniendo su base de espionaje y observación
más importante fuera de su territorio. Con esa base, Moscú sigue
controlando a los sistemas de misiles estratégicos norteamericanos y el
cumplimiento de los acuerdos de desarme. Esta base, como reconocía Putin
en la entrevista, le resulta «bastante cara», pero no está
dispuesto a aceptar que Estados Unidos despliegue, como ha anunciado, un sistema
espacial antimisiles que acabe con el tratado ABM de 1972. En este sentido, no
es de extrañar que a Vladimir Putin le acompañe en la delegación
el ministro de Defensa y que haya anunciado que uno de los objetivos del viaje
es «restablecer nuestras posiciones» en la escena internacional.
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