La plaza en la que el principado dice que gastó 15 millones a
través de una cuenta abierta a nombre de Cofiño sólo tiene
ocho bancos y unos oxidados juegos infantiles
La Nueva España.
Gijón, E. Lagar. Diciembre 10, 2000
Han pasado casi diez años y los millones de pesetas que el
Gobierno del Principado espolvoreó sobre la plaza de Asturias de La
Habana se diluyen entre el óxido de los columpios que hay en este
parquecito y el desconchado de los edificios que rodean el lugar. Su forma
triangular, como una pera, le ha valido el único nombre que sus
habitantes retienen, antes y después de la visita del entonces presidente
regional, Juan Luis Rodríguez-Vigil: la plaza de la Pera.
La rehabilitación fue un regalo de Asturias a Cuba, para cuyo
improvisado pago hubo que abrir una cuenta en la Caja a nombre de los entonces
miembros del gabinete de Presidencia, Juan Cofiño y José Antonio
García Casal. A esa cuenta se cargaron 15 millones que ahora investiga la
Junta.
Una placa de bronce recuerda que el 15 de noviembre de 1991, «en
honor al pueblo de Asturias» se rebautizó el lugar como plaza de
Asturias. Recibir este honor costó varios millones de pesetas que, según
las cuentas sin comprobantes presentadas en la Junta, se pueden desglosar en:
2.350.000 pesetas invertidos en tareas de jardinería y en repintar los
edificios que rodean el lugar; otros 5 millones en la elaboración del
proyecto y la ejecución de la obra civil y, finalmente, las últimas
1.708.730 pesetas desembolsadas para el mobiliario de la plaza. A simple vista,
y sin necesidad de tener el ojo de un perito, ese supuesto dinero invertido no
se ve por ningún lado. Al menos por lo que este periódico pudo
comprobar in situ hace un mes, durante una visita de la alcaldesa de Gijón
a La Habana.
Los lugareños recuerdan que poca obra más se vio además
de repintar los edificios que conforman el perímetro de la plaza de la
Pera. Son unos ocho inmuebles por cada lado de este triángulo «periforme»
tintado en colores pastel. Son casas de dos plantas, de aire colonial, viviendas
unifamiliares de profesionales acomodados de los tiempos previos a la revolución
castrista.
En cuanto a las labores de jardinería, salta a la vista que hay
unos robustos árboles de generosa sombra y que debían de estar
plantados antes de la llegada de la sonada expedición a Cuba de Rodríguez-Vigil
y los suyos.
El mobiliario, en el que se invirtieron casi dos millones de pesetas,
se compone de ocho bancos pintados de verde y un parquecillo de juegos
infantiles, donde hay un par de castigados columpios, un tobogán y un
balancín. También está, sobre un monolito para la
eternidad, una placa que pretende dejar huella indeleble del paso de la delegación
asturiana. El resto, además de alguna farola no más de seis,
es hierba amarilleada por el sol cubano. Para completar la polémica
factura restan otros cinco millones empleados en el desarrollo del proyecto con
decidido diseño minimalista y en pagar la ejecución de la
obra civil. Miguel Muñoz, un profesor universitario jubilado, es la
memoria viva de la plaza. De la llegada de los expedicionarios del Principado
recuerda que un día alguien llegó y le dio una mano de pintura al
lugar. Comenzaron por las fachadas, «por donde comienza la propaganda».
En la Comisión de Investigación de la Junta se dijo que
fue el régimen castrista el que realizó las obras y justificó
estos gastos que ahora resultan injustificables. Sin embargo, en medios próximos
al Gobierno de la ciudad de La Habana no se tiene conocimiento exacto de cómo
se efectuó la obra ni cómo se pagó. Estas fuentes indican
que los «programas de solidaridad» que hoy en día abundan
no estaban tan asentados como ahora.
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