Por Jesus Hernández Cuellar.
CONTACTO Magazine. Diciembre 7,
2000
Elián González, el famoso y atribulado niño cubano que
hace poco más de un año fue restacado con vida del Estrecho de la
Florida y seis meses después devuelto a Cuba, acaba de cumplir siete años
de edad.
De acuerdo con el propio Fidel Castro, que asistió a la fiesta de
cumpleaños de Elián en Cárdenas, el niño vive en la
misma casa humilde de su familia, sin privilegios de ninguna índole y se
ha adaptado a la vida cubana.
Elián es, sin duda alguna, no sólo el niño cubano más
conocido en el mundo sino también el niño de todo el mundo más
conocido. Durante poco más de seis meses, su rostro inundó las
pantallas de televisión y las primeras planas de los periódicos de
una punta a otra del planeta.
Ahora, como Castro y su padre Juan Miguel González querían,
está de vuelta y adaptado. Eso dicen. Parece que fue ayer que las imágenes
de las grandes cadenas de la televisión de Estados Unidos mostraban su frágil
cuerpo, envuelto en una manta, sobre una camilla que lo conducía desde
una embarcación hacia un hospital de la ciudad de Miami. Pero ha pasado
poco más de un año desde entonces.
Su triste mundo, su incredulidad respecto a la muerte de su madre, Elizabeth
Brotons, que lo traía a Estados Unidos en busca de un futuro mejor,
pasaron día a día ante los ojos de millones de televidentes.
También se recuerda muy cercana la imagen del agente federal apuntado
con su arma automática al niño y al pescador que lo sostenía,
el pasado 22 de abril, durante una operación militar a la casa de sus
familiares de Miami. Era, de manera violenta, el principio del fin de su
estancia en Estados Unidos. Pero han pasado más de siete meses.
Seguramente, así pasarán los años y en alrededor de una
década -menos tiempo del transcurrido desde el derrumbe del Muro de Berlín-
Elián será un adolescente con inquietudes. Nadie puede predecir su
comportamiento, ni sus ideas desde ahora. Cuando ese momento llegue,
posiblemente Fidel Castro ya no sea el hombre fuerte de Cuba, y tal vez el
actual sistema político que vive la isla haya desaparecido como sus
gemelos de Europa oriental.
Pero si así no fuese, Elián podría hacerse las mismas
preguntas que se hacen muchos adolescentes cubanos de hoy: ¿por qué
debo tener miedo de ir a la cárcel por decir lo que pienso? ¿Por qué
no puedo viajar al extranjero como lo hacen los turistas que vienen a Cuba? ¿Por
qué debo tener dólares y no pesos cubanos para entrar en un simple
restaurante? ¿Por qué me dicen que la educación es gratuita
si debo trabajar obligatoriamente en el campo? ¿Por qué me dicen que
la educación aquí es buena si, después de todo, tengo que
fingir que simpatizo con el gobierno para estudiar una carrera? ¿Por qué
me dicen que Cuba es un país libre si no puedo hacer estas preguntas en
voz alta?
Quizás la pregunta más dolorosa tenga que ver con su padre. ¿Por
qué me hizo volver si mis primos de Miami viven sin miedo a decir lo que
piensan, con la posiblidad de viajar el mundo entero y de recibir becas para
estudiar en las mejores universidades sin tener que fingir que simpatizan con el
gobierno y sin tener que trabajar obligatoriamente en el campo? ¿Por qué
me hizo volver si para él también había un mundo de
oportunidades fuera de aquí?
Su padre, con mucho trabajo, encontrará una respuesta. Y será
Elián quien juzgue con mayor o menor rigor esa respuesta.
Entre los más de 30 mil "balseros" cubanos que se lanzaron
al mar en 1994 y entre otros miles que lo han hecho antes y después de
aquel éxodo, hubo muchos adolescentes que decidieron emprender esa
peligrosa travesía rumbo a Estados Unidos, por una zona invadida de
tiburones y tormentas, a riesgo de perder la vida.
Por lo general, la gente -jóvenes, mujeres, ancianos- no se lanza al
mar como quien juega un boleto de lotería, por el entusiasmo que le
inoculó la "propaganda imperialista", ni por vestir mejor, ni
por comer mejor.
Ojalá que Elián González, cuando llegue a los 17 años,
no tenga la necesidad de lanzarse al mar. Pero si así fuese, ojalá
no corra la triste suerte de su madre, que hoy es sólo una de miles de
cubanos cuyos cadáveres en el fondo del Estrecho de la Florida son el
mudo testimonio de una tragedia de 42 años, que por razones
incomprensibles el mundo se empeña en ignorar.
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