Francisco Arias Cárdenas. El Universal.
EUD.com. Caracas, sábado 02 de
diciembre, 2000
HAY posturas y discursos en política exterior que se suman en una
misma errada dirección a la mala conducción de la política
militar doméstica. Mucho más grave es el caso de que expresiones
inconsecuentes parecen orientarnos hacia una confrontación con los
Estados Unidos. El invitado costoso que es Fidel Castro habló
repetidamente de resistencia, uno se pregunta a ¿quiénes y por qué?
Frente a todas estas circunstancias, yo me pregunto si habrán pensado
y analizado los generales y almirantes del Alto Mando, que la tarea deducida
luego de la guía de planteamiento dada por el señor Fidel Castro
con la anuencia del Presidente venezolano, equivale a plantear el desarrollo de
una nueva hipótesis de guerra, esta vez con los Estados Unidos.
¿Se lo habrá planteado el robusto general Rosendo, aplaudidor de
la revolución y jefe del Cufan, tan aprendido en los cursos de guerra
norteamericanos? ¿Se lo habrá planteado el otro pelotero militar,
presidente de Fondur, que expresaba en una entrevista querer más revolución
como quien quiere otra porción de postre?
La lógica obliga a que hagamos un requerimiento de coherencia al régimen
en relación con sus propios objetivos y la forma de garantizarlos. Es un
poco requerirle la manera de sostener por lo menos la integridad de la nación
luego de sus retos y sus imposturas, (digo definiciones y no el inmediato
negocio del armamentismo).
Vemos cómo el curso de la madeja de palabras del Ejecutivo parece
orientar hacia el empleo de la Fuerza Armada en un papel político-partidista
permanente. Las metas del cadete no son la profesión militar sino la
universidad para presidir Pdvsa, CVG o ser canciller.
La salida hacia la cordura para la preservación del país, la
garantía del futuro con nuestros actuales límites territoriales,
la restitución del sistema de libertades, el principio de autodeterminación,
inclusive frente al señor Fidel Castro y la preservación del buen
nombre de la institución, tiene que ver con análisis y
recomendaciones que deben hacer sin temores ni silencios cargados de
complicidad, al Gobierno y al pueblo de Venezuela, el Alto Mando y el Consejo
Nacional de Seguridad.
El delirio va a terminar y los jefes militares tienen la obligación
de hablar. En algunas ocasiones el silencio puede llegar a ser traición a
la patria, que no puede excusarse con leyes ni disciplina cuando se viola la
Constitución y se arriesga el porvenir.
Tiene el generalato la obligación constitucional de señalar
las verdades al régimen para que rectifique hacia el civilismo y el
empleo para los fines constitucionales de la Fuerza Armada.
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