Ciudad de México, México.- El caballero de París se paseaba con traje, capa y hasta sombrero por las calles de La Habana, saludando a todos y disertando sobre los más disímiles temas. Era común verlo en los ómnibus hablando sobre filosofía, religión o historia. Contaba relatos pasados como si el mismo las hubiese vivido, y es que en su cabeza así era.
José María López Lledín no era de París, ni mucho menos caballero pero se presentaba con tan exquisitos modales que no pocos llegaron a creer que ese señor, desaliñado y culto, que recorría la capital cubana descendía de la nobleza europea. Por su parte, él corroboraba esa hipótesis, asegurando que familia descendía de un gladiador, otras veces de corsarios, y hasta de un rey. También aseguraba que había compartido con el mismísimo Papa.
Quienes lo conocieron coinciden en que era muy locuaz y excelente orador; y pese a sus delirios mostraba profundos conocimientos. Probablemente la fuente era su sed inagotable de lectura. José María andaba siempre cargando un bulto de recortes y papales que atesoraba como su principal fortuna. Esos modales de hombre instruido contrataban con su descuidada apariencia: su cabello era largo y desaliñado, al igual que su barba. Sus uñas parecían no haberse cortado en años y estaban retorcidas por la longitud. Pero probablemente lo que más llamaba la atención era su clásica vestimenta negra con capa, incluso en verano.
Ni caballero, ni de París: La verdadera historia de Juan María
José María Lledin nació en Fonsagrada, provincia de Lugo, en Galicia, España, el 30 de diciembre de 1899. De una numerosa familia, con 11 hermanos, fue el único que aprendió a leer y escribir. Por esfuerzo propio le dedicaba mucho tiempo a superarse.
Buscando mejores oportunidades viajó hasta Cuba en plena adolescencia y se asentó en la capital. Allí tomó diversos trabajos, sobre todo vinculados a la hostelería y la servidumbre. Poco a poco comenzó a mejorar sus ingresos y le iba bien hasta que fue apresado por un supuesto robo de unas joyas. Él nunca asumió la culpa, pero igualmente fue condenado.
Luego de pasar seis años en la cárcel, la dama de alta sociedad que lo había acusado confesó en su lecho de muerte que que ella misma había entregado las joyas a un chantajista y que Lledin era inocente.
En 1934 el español salió de la prisión del Castillo del Príncipe, pero su salud mental se había deteriorado de modo irreversible. José María comenzó a deambular convirtiéndose en una leyenda habanera con múltiples personalidades.
Ya con avanzada edad, se le internó en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. Allí fue tratado por el psiquiatra el Dr. Luis Calzadilla Fierro, último acompañante de sus días a quien llamo su “fiel mosquetero”. El médico dictaminó que “padecía de parafrenia, delirio imaginativo con confabulaciones y un deterioro no significativo de la personalidad”.
El 11 de julio de 1985, el caballero de París murió a los 86 años, y según su médico días antes de morir recobró un poco de lucidez y le confesó que él no era ningún caballero y que el doctor en realidad no era un mosquetero sino su psiquiatra.
En la Habana Vieja, frente al convento de San Francisco, inmortalizaron a esta leyenda con una estatua de bronce a la que acuden muchos a tomarse fotos. Cuentan que si frotas su dedo tendrás buena fortuna, la que no tuvo en vida José María.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.