LA HABANA, Cuba –- Con la policía política nunca se sabe qué nuevo histrionismo van a aplicar. Por eso no me extrañé mucho cuando este domingo, 27 de abril de 2014, se presentó en mi edificio, en la avenida Carlos III, Centro Habana, un sujeto de la policía política. Portaba en una mano un pequeño telémetro láser, en la otra, dos cascos de esos que se ponen para conducir sus motos. Quería, según dijo, que se le facilitara acceso a la azotea.
Como esta misma semana ya en mi familia había ocurrido un “encuentro cercano” con la policía política, resultaba una extrema coincidencia que se presentara otro de los suyos y abordara precisamente a mi hijo, el bloguero Víctor Ariel, para preguntarle si desde este edificio se podía ver “la raspadura”. Más aún, cuando muy cerca del nuestro está el edificio que ocupa el Ministerio de Energía y Minas, de mayor altura que el nuestro y desde el cual se domina incluso nuestra azotea. Pero Víctor Ariel le respondió al agente que, en efecto, desde nuestra azotea se podía ver la Plaza (de la Revolución), y que nosotros tenemos una llave de acceso.
Así, subimos los tres, que no despierta mucha confianza dejar al hijo propio solo, o peor, en compañía de un seguroso, sobre el techo de un edificio de seis plantas. Allí el sujeto en cuestión comprobó lo que ya sabía: efectivamente, desde nuestra azotea se podía observar no solo la Plaza, sino también la tribuna, que –según su sofisticado aparatico– queda a unos 1325 metros de distancia. El espacio es franco y abierto desde allí hasta la Plaza.
“Es raro que nunca, en todos los años que llevo viviendo en este edificio, haya venido nadie a hacer estas mediciones”, le dije. No le quise comentar que más extraño resultaba que tuvieran un telémetro láser y no una vulgar llave de acceso a la azotea, por lo que su visita me resultaba bastante sospechosa, en especial porque había topado justamente con mi hijo a la entrada de un edificio de 28 apartamentos donde, por lo general, siempre hay algún vecino sentado en el portal de los bajos. No me creo que este individuo sea un “despistado”.
El agente me respondió que era importante comprobar la azotea porque a esa distancia un francotirador podía perfectamente disparar contra la tribuna. Viendo que Víctor Ariel –quien es ingeniero civil– se mostraba muy interesado en el dispositivo que él había utilizado, se lo entregó para que él comprobara por sí mismo su funcionamiento.
Por mi parte, quise dejarle claro al seguroso que no me convencía su inocente gestión. “Mire, yo soy opositora, y bajo ningún concepto aprobaría que desde mi azotea se perpetrara un acto terrorismo o un asesinato”. La tranquilidad con que el sujeto tomó esta declaración me demostró que sabía exactamente quiénes éramos mi hijo y yo. Así que bajamos, “amigablemente”, mientras una vecina que limpiaba la escalera miraba recelosa al agente, y llamando aparte a Víctor Ariel le susurró que debía haber exigido al hombre que se identificara.
No tengo la menor idea de lo que pretendía aquel agente. Tampoco qué perseguía al poner en manos de mi hijo el telémetro. Por tanto hago pública esta extraordinaria “visita” a mi edificio, justo un día después que Víctor Ariel faltara a una citación de la policía política. Si le están preparando algún “expediente”, de esos en los que ellos fabrican situaciones, más vale que sepan que no nos han engañado. Por demás, si vuelven a “necesitar” la llave de mi azotea, quizás se las ofrezca amablemente. Eso sí, excúsennos de volver a acompañarlos.