LA HABANA, Cuba.- Gracias a las redes sociales, luego de 39 años sin noticias suyas, he vuelto a dar con mi amigo Tulio Arias Quiñones. Vive en Hialeah, ya cumplió los 71 años y ha logrado al fin publicar un libro de poemas.
A Tulio lo conocí a mediados de 1979. Un amigo, Jesús Hernández, lo trajo un día a mi casa. Tenía nombre de romano, pero le apodaban El Argelino, por su barba, su pelo muy negro y su nariz aguileña.
Pronto se sintió a gusto entre nosotros. Solía venir a mi casa a charlar, cantar y tocar la guitarra, y a escuchar mis discos, particularmente los de Led Zeppelin y Wish you were here, de Pink Floyd.
Tulio había pasado siete años en la cárcel. Cayó preso en 1963, con solo quince años, por pertenecer a un grupo anticastrista. Lo sancionaron a prisión hasta que cumpliera la mayoría de edad. Fue puesto en libertad en marzo de 1970, pero un año después fue encarcelado nuevamente por “tenencia de armas”. Cuando nos conocimos, hacía solo unos días que había salido de prisión, gracias a un indulto que concedió el régimen a cerca de 3 000 presos políticos.
A Tulio no le gustaba hablar de la prisión. Quería recuperar el tiempo perdido, leer los libros que no le dejaban pasar a la cárcel, escuchar música, amar a su novia.
Nos contaba que además de leer vorazmente cuanto libro caía en sus manos, escribir poemas y canciones fue su principal ocupación en la cárcel. Era su antídoto contra la soledad y la desesperanza.
Tras las rejas, con un diccionario a mano, aprendió francés. Citaba de corrido a Baudelaire, se sabía varias canciones de Aznavour y Ne me quittes pas, de Jacques Brell. Aspiraba, cuando fuera libre, a tener un diploma de la Alianza Francesa.
Cuando Tulio dejó de venir por nuestra casa no nos asombró: como corrían los días del Mariel lo creímos en Miami. Pero cuando mi esposa en aquel entonces, Leyda Urbay, Jesús Hernández y yo, fuimos llevados a Villa Marista, la sede de la Seguridad del Estado, nos dijeron que Tulio estaba preso otra vez. Lo acusaban de terrorismo y podía ser condenado a 30 años de cárcel.
Nos interrogaron por separado. Querían que dijéramos todo lo que sabíamos sobre Tulio. Preguntaban si nos había invitado a unirnos a alguna organización contrarrevolucionaria. Hablaban de armas, explosivos y de “planes tenebrosos del enemigo para atentar contra dirigentes de la revolución”.
No querían creer que sólo sabíamos de Tulio que vivía en Párraga, tocaba la guitarra, fumaba como un condenado y le gustaba el rock. No teníamos más para confesar.
Trataban de hacernos sentir culpables. Nos incriminaban por “relacionarnos con elementos contrarrevolucionarios”, vestirnos como hippies, escuchar música yanqui y ser “apáticos ante las tareas de la revolución”. Nos soltaron y dejaron de citarnos cuando se convencieron de que nada les quedaba por indagar. Al menos de momento. Porque cuando Jesús Hernández, que se fue del país en 1982, 15 años después viajó a Cuba para visitar a su hermana, lo citó la Seguridad del Estado para volver a interrogarlo acerca de Tulio.
Nunca volví a saber de Tulio; si estaba preso o en el exilio, si vivo o muerto. Solo me quedó de él una amarillenta foto suya de carnet, fechada en diciembre de 1979 y que firmó “L´Algeriene”.
Ahora volvemos a estar en contacto. Me cuenta Tulio que vive en Estados Unidos desde hace 32 años. Lo liberaron en septiembre de 1988, gracias a una gestión del Papa Juan Pablo II y el cardenal John O´Connor.
Acabo de leer su libro Entre barrotes, con 36 de los poemas que escribió en el Combinado del Este, dedicado a sus compañeros del Presidio Político, y que publicó el pasado año en Miami.
Como conocí hace muchos años los poemas de Tulio no me sorprende la calidad de sus versos, los que dedicó a Elena, a sus hijas, la patria, la libertad. No necesito las explicaciones que dedicó al capitán Ulises, de la Seguridad del Estado, cuando un día, fue a su celda, con cara de feroz can, para recriminarle su afán de redactar poesía: “…Yo sé bien que no soy poeta/ porque mi obra está incompleta/solamente he hecho sonetos/alejandrinos y duetos/ y alguna que otra cuarteta./ Yo, décimas nunca he hecho/ aun no sé por qué razón/ quizás, en el corazón/que vive y late en mi pecho/ duerman, como en un lecho/ en espera de alboradas/ con elegancia rimadas/ pero si se me despiertan/ cuando en un papel se viertan/ a usted serán dedicadas…
Con su poemario, Tulio prueba lo que aseguró a aquel esbirro: “Tengo libro, árbol e hijo, y aunque le duela, soy poeta”.
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