LA HABANA, Cuba. – El 2 de noviembre los estudiantes de La Habana regresarán a las aulas. Ese día finalizan los meses de suspensión de las actividades docentes en las escuelas, debido a la pandemia de coronavirus.
En respuesta a las demandas de los cubanos en las redes sociales, el Gobierno cerró las escuelas y optó por la educación a distancia. En un país donde apenas 125.000 hogares cuentan con Internet, la televisión fue la alternativa para llevar el contenido académico hasta las casas.
Las teleclases, una estrategia para evitar las afectaciones en el proceso de aprendizaje de los estudiantes, fueron bien acogidas por los padres y profesores; hasta que la urgencia, la desvinculación entre profesores y alumnos y los defectos propios del sistema educativo cubano sumaron notables desaciertos, señalados por padres y profesores ante CubaNet.
“Como respuesta a una situación de emergencia la idea es buena, pero no siempre los resultados tienen que ver con las buenas intenciones”, apunta Pedro A. Sánchez, profesor preuniversitario de Física y Matemática.
“Debe mejorarse la dinámica porque muchas de las clases son organizadas de forma rápida, y eso atenta contra el tipo de clases dirigidas al alumno medio (…). En cuanto al seguimiento de los alumnos a las teleclases, estamos en cero, o muy cerca de cero”, agregó.
Una maestra de primaria ―a quien llamaremos Regina para protegerla de las represalias― se enfrenta al mayor reto en sus 20 años de trabajo como educadora.
En cinco semanas Regina debe diagnosticar el efecto de las teleclases en su grupo de alumnos, consolidar el contenido del curso 2019-20 y evaluar a los estudiantes. Tres metas que debe cumplir antes de iniciar el curso 2020-21, el próximo 4 de diciembre.
“Hay quien no ha cogido un lápiz en todos estos meses, mucho menos se ha sentado para ver las teleclases”, explica la maestra, y añade su opinión sobre las clases televisadas:
“Las pocas frecuencias de las teleclases no ayudaron en el avance de la mayoría de mis estudiantes (…). Yo paso trabajo para encontrar las clases que quiero ver; los cambios en la parrilla televisiva también atentaron contra la atención de los estudiantes, sobre todo, contra quienes viven en barrios donde la realidad no les permite estudiar en casa (…). Tengo alumnos que ayudo con las tareas porque sus padres dicen que no tienen tiempo; otros lo tienen, pero no les alcanza la paciencia”.
Como resultado del déficit de vivienda en la Isla en más de la mitad de los hogares habaneros cohabitan varias generaciones, a lo que se adiciona el deterioro de los inmuebles.
Belkis Ponce convive con su esposo y sus dos hijos menores en la casa de sus padres, donde también reside su hermano con la pareja.
“Los espacios de la casa son pequeños y los niños necesitan concentración; no puedo evitar las constantes interrupciones que interfieren en el aprendizaje (…). Al principio de las teleclases intenté seguirlas, pero los niños se distraen con facilidad; y si le sumas que ahora las frecuencias son una vez a las semana…”, lamenta, y deja la frase suspendida.
Diferencias educacionales
En 1961 el Gobierno revolucionario nacionalizó todas las instituciones educacionales del país con la promesa de establecer un sistema educativo público sin diferencias sociales. La misma Ley de Nacionalización de la Enseñanza eliminó las opciones privadas, bajo la acusación de contradecir “las ideas cardinales de la Revolución” y favorecer la división de clases.
A contrapelo de la arenga oficial, las clases a distancia acaban de mostrar las deudas de la “Revolución” con la igualdad educativa, sobre todo, en las escuelas ubicadas en la geografía marginal habanera.
En las localidades pobres, el desequilibrio de la calidad en la enseñanza básica está marcado por la falta de cobertura docente, la carencia de recursos, y las malas condiciones de las instalaciones escolares.
“No es lo mismo una escuela en Miramar que en San Miguel del Padrón, donde no están cubiertas las plantillas de maestros”, dijo Juliette Fernández, madre de dos niños. “La interacción con los profesores es clave para complementar las teleclases”, añade la entrevistada, residente en el Vedado.
Eurídice Martí, madre de una estudiante de preuniversitario de Centro Habana, opina que a las clases televisadas le falta el apoyo de los pedagogos.
“En ocasiones me agobio al ver que mi hija no entiende el contenido que le dan en la televisión, y no tiene a quien acudir con la duda (…). Muchos de los profesores se fueron para sus provincias cuando cerraron las escuelas, eso también dejó a los estudiantes a merced de las teleclases”.
A la cañona
“Vamos a retomar el curso 2019 y comenzar el de 2020 con la perspectiva de que los estudiantes tengan los contenidos actualizados”, explica Regina, quien espera la incorporación de niños con grandes retrasos en el plan de aprendizaje.
El profesor Pedro Sánchez, por su parte, considera que los malos resultados de las clases televisadas provienen del sistema de enseñanza cubano.
“Las causas de la catástrofe están en la esencia del sistema de educación que le pone las cosas en la boca al estudiante, y lo obliga a que mastique y se trague el contenido. Nuestros alumnos no están motivados porque los profesores estamos bajo presión. Somos nosotros los que corremos detrás de ellos; eso lo saben todos los maestros en Cuba”.
Para esconder los desaciertos, la prensa oficial ensalza los “buenos resultados” de las clases televisadas. En ese sentido, la primera señal del fracaso la ofreció la propia ministra de Educación al recomendar a los maestros que tengan “consideración con los padres”.
“La ministra plantea: si el estudiante está evaluado en el primer y segundo periodo del curso, en el tercero no se puede caer, tienes que evaluarlo”, dice la maestra Regina.
“¿Y el que no ha cogido un lápiz en todo este tiempo?”, cuestiona.
En medio de una crisis de salud mundial que pone en dudas el reinicio de las clases presenciales por el alto riesgo de contagio, las teleclases han sido la alternativa ofrecida a los estudiantes cubanos. Aceptar los desaciertos de las clases a distancia y rectificarlos es la única forma de preparase para un curso escolar sin asistencia a las aulas. Pero la política del sistema educativo en Cuba es otra.
“Al final los alumnos van a pasar de grado a la cañona”, advierte Regina. “En el próximo año los profesores tendrán que trabajar con las dificultades arrastradas por los alumnos”, concluye.
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