LA HABANA, Cuba. – Durante el recibimiento brindado al canciller de la República de Singapur, el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez afirmó que “el modelo de desarrollo de Singapur está entre los referentes que tuvo Cuba para la actualización de su modelo económico y social, por la eficiencia en la gestión empresarial y en programas para el mejoramiento de la calidad de vida y la sociedad”.
Imaginamos que, a pesar de lo que declaró, el señor Díaz-Canel, representante de un país de partido único por decreto constitucional, sienta más entusiasmo por el modelo político de Singapur, que por su estrategia económica. El país asiático, no obstante clasificar como una república parlamentaria, multipartidista, y con elecciones libres y directas para elegir a su presidente, desde hace 60 años cuenta con un partido político, el Partido Acción Popular, que ha dirigido ininterrumpidamente la nación.
En el plano económico, en cambio, los desempeños entre ambos países asumen diferencias sustanciales. Singapur, uno de los cuatro tigres asiáticos, posee una economía de mercado, que clasifica como una de las más libres del mundo, y la tercera menos corrupta del planeta. La economía de Cuba, por su parte, reconoce muy tímidamente al mercado, siempre bajo la tutela de la planificación centralizada, y los actos de corrupción y delitos que en ella tienen lugar, según datos aportados por la Contraloría General de la República, son muy frecuentes.
Singapur posee zonas francas con exenciones impositivas para los inversores, mientras que en Cuba ya pagan impuestos todos los actores que no lo hacían.
En la nación asiática los trabajadores perciben altos salarios, y se ven estimulados para acrecentar la productividad del trabajo. Todo lo contrario sucede en Cuba, donde ni los trabajadores que laboran para firmas extranjeras pueden disfrutar cabalmente de los resultados del trabajo. No pueden relacionarse directamente con sus empleadores, y cobran en una moneda de escaso poder adquisitivo.
Con desempeños económicos tan dispares, los resultados que se obtienen son igualmente muy disímiles. Este tigre asiático ha mantenido por largos períodos altas tasas de crecimiento de su producto interno bruto (PIB), a veces un 7% anual. En un lapso no muy extenso, Singapur se convirtió en una nación desarrollada, lo que se aprecia en los elementos que conforman su comercio exterior. Dejó de exportar productos primarios, y los ha sustituido por maquinarias, componentes electrónicos y productos químicos.
En el año 2015 Singapur exportó bienes por valor de 384.600 millones de dólares, e importó por un monto de 294.200 millones de dólares, lo que reporta un superávit comercial de 90.400 millones de dólares.
El dólar de Singapur clasifica como una de las monedas más preciadas del mundo, y quienes lo portan tienen las puertas abiertas en todos los rincones del planeta.
Bueno, ¿y qué decir de la economía cubana? Basta contemplar sus bajos niveles de crecimiento, a veces con decrecimientos; con el patrón típico de comercio exterior de una nación subdesarrollada, exportadora de productos primarios; con un abultado déficit comercial de 8.553 millones de dólares, y para colmo sin un producto de exportación que se abra paso satisfactoriamente en los mercados internacionales.
Y los pobres cubanos de la Isla, sin poder viajar con su moneda a ningún país, porque más allá de las fronteras nacionales no sirve para nada.
Entonces podemos convenir en que las declaraciones del heredero de los Castro buscaban, en lo fundamental, agradar al visitante. Porque eso de que “el modelo de desarrollo de Singapur fue un referente para la actualización del modelo económico cubano”, en realidad nadie se lo cree.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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