LA HABANA, Cuba.- No existe hoy en día cubanos que residan en la Isla para los que recibir un paquete (ya sea de alimentos, ropa, medicinas o artículos varios) de sus familiares y amigos en el exterior —por vía postal o a través de personas que visiten Cuba— no constituya todo un acontecimiento.
Hace poco pude contemplar el arribo de un paquete y les puedo asegurar que la euforia producida en los que lo recibieron es muy difícil de narrar.
Primero hubo una tensión que empezó cuando la persona que está en el exterior anunció que pronto enviaría un paquete. A partir de entonces comienza un conteo regresivo de los días que faltan para su llegada.
Antes del anuncio del envío, alguien, por teléfono y consultando una lista, había sugerido a la persona en el exterior lo que es necesario. La consabida frase “si te es posible” no falta, pero a veces pone en apuro al que manda el paquete, por la cantidad solicitada y el costo que tiene todo el proceso de enviar un paquete a Cuba.
El remitente debe aclarar muy bien a quién está destinada cada cosa y, de ser posible, empaquetarla en envoltorios separados, con el nombre del receptor. Aun así, esto no impide que puedan surgir desavenencias por malas interpretaciones del lado de acá. Miembros del núcleo familiar pueden quedar insatisfechos o estimar que no los tuvieron en cuenta porque obtuvieron poco o nada. A la hora de la repartición, el disgusto producido se nota en el rostro de estas personas y las expresiones en contra de quien expidió el anhelado paquete, son bochornosas, sin quitar que se produzcan también rupturas de relaciones y hasta peleas físicas entre los parientes.
Cuando llega el bulto, los parientes se reúnen alrededor de quien abre el paquete, para ver el total de las mercancías recibidas. Aquí comienza la expectativa de “lo que es para mí”.
Según se extraen los regalos, empiezan las exclamaciones: “¡Qué cosa tan linda!”, “¡Que bueno está eso!”, “Mira qué maravilla!” y otras similares.
Los intereses se dividen en dos grandes grupos: aquellos que aprecian más los alimentos y medicinas, y los que desean ropa, zapatos o bisuterías. Según el criterio de cada cual, es bastante peliagudo poner de acuerdo al total de receptores.
Si sumamos que al conjunto del paquete se completó el envío con dólares o euros, el gozo colma las expectativas de los implicados, y escuchamos la expresión: “Ahora sí estamos hechos”.
Una segunda etapa empieza al mostrar a parientes, vecinos y amigos aquello que llegó y explicar: “Esto me lo mandaron de afuera”. Aquí surgen las loas hacia la actitud caritativa de quien consignó cada artículo a los destinatarios; eso, si la totalidad está satisfecha.
El orgullo que sienten los beneficiados por esta ayuda es tan inmenso que nunca les alcanzan las palabras para contar el suceso.
Lo más curioso de todo es que, generalmente, la mayoría de la mercancía enviada son baratijas, pacotilla comprada en los pulgueros (flee markets) o en rebajas de los almacenes, donde sale muy barato. Pero aquí en Cuba toda esa pacotilla cuesta una fortuna: los cuentapropistas que las importan de otros países y zonas francas a través de las llamadas “mulas”, las venden como si fueran traídas de la más exclusiva boutique de París.
Esta cuestión de los paquetes me recuerda las actitudes de los niños que cada 6 de enero al despertar iban a contemplar los juguetes que les habían traído los Reyes Magos y luego los mostraban a sus amiguitos con una alegría indescriptible, unida al regocijo familiar.
En cualquier lugar del mundo, si un ser humano recibe algún regalo o una ayuda, reconoce la acción y la agradece. Lo significativo es que los cubanos de acá hemos magnificado eso, hemos convertido los regalos y las ayudas en algo muy especial, lo cual, más que abochornar, da un indicio de la precariedad y la indigencia en que vive la mayoría de los cubanos.
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