VILLA CLARA, Cuba. — En la etapa republicana, específicamente durante el gobierno de Mario García Menocal, se proclamó en el país una ley para aprobar la creación de las llamadas Escuelas Normales para Maestros y Maestras, que funcionarían en las capitales provinciales.
Santa Clara pasaría a albergar la cuarta institución de este tipo en Cuba, inaugurada el 21 de octubre de 1916, cuyo edificio estaba situado en la calle del Paradero, frente al parque de los Mártires y a pocos metros de la Estación de Ferrocarril de la región central.
El centro educativo fue enclavado en el mismo sitio donde antes existía una fortificación española erigida a finales del siglo XIX. Aún hoy pueden notarse varios rasgos arquitectónicos que recuerdan elementos militares, como las propias garitas de vigilancia o el patio interior.
A pesar de la relevancia educativa que tuvo para la ciudad la fundación de la Escuela Normal, un hecho específico la hizo trascender entre las demás existentes en Cuba. Hacia la década del treinta, el pintor y profesor Domingo Ravenet, quien dirigía una cátedra de Dibujo y Modelado en dicho instituto, se le ocurrió convocar a un grupo de artistas para realizar unas pinturas al fresco hacia el interior de la escuela.
Destaca en un artículo el investigador villaclareño Roberto Ávalos Machado que, en aquel entonces, la técnica del fresco favorecía la experimentación por su escaso uso en el ámbito nacional, ya que se reservaba casi exclusivamente para los académicos a través de encargos puntuales. De ahí que Ravenet viajara a La Habana y le propuso a Eduardo Abela la ejecución del extraordinario proyecto.
Según puntualiza este autor y curador en su texto Una galería abierta y popular, en torno a Abela se nucleaba el círculo vanguardista en su Estudio Libre, donde confluían las promociones de 1927 y una de recién aparición encabezada por Mariano Rodríguez y René Portocarrero.
El grupo de importantes artistas fueron albergados en Santa Clara en una casa de huéspedes durante el tiempo que duró la ejecución de los murales, aproximadamente diez días. También se contrató un albañil llamado Jacobo Martí, al que llamaron “el fresquista” y cuya firma figuró al pie de los murales como especie de reconocimiento.
Alrededor de nueve estudiantes participaron igualmente en la faena para ejecutar los 15 frescos, situados en los corredores de la escuela, alrededor del patio central, junto a los importantes vanguardistas Amelia Peláez, René Portocarrero, Eduardo Abela, Ernesto González Puig, Mariano Rodríguez, Jorge Arche y el propio Ravenet. Quedarían finalmente expuestos al público el 5 de diciembre de 1937, en un acto oficial al que asistió el entonces secretario de educación en el país.
Entre puertas, arcos y ventanales, la creme de la creme de la vanguardia cubana plasmó en la pared temáticas transgresoras para la época como lo fueron los roles de familia, la incorporación de la mujer al estudio, el impacto de desastres naturales en la zona rural, la colonización, o la necesidad de la educación sexual en los jóvenes.
Cada artista eligió la trama que pintaría y el sitio donde ejecutarlo. Según el especialista citado, las obras llegarían a conformar lo que fue considerada como “la primera galería naif de Cuba”. Se dice que el propio Abela incorporó el popular rostro de El Bobo en el mural de “La conquista”.
Inicialmente, también existió una escultura titulada “Los sentidos” realizada por Alfredo Lozano y emplazada en el centro de la plaza. Sin embargo, tanto esta escultura como otros murales, incluyendo el fresco de Mariano llamado “Educación sexual” fueron destruidos por mandato de uno de los directores que tuvo la escuela en la década del 40.
No han sido pocos los investigadores y arquitectos que han afirmado que en Santa Clara siempre ha existido una tendencia a la demolición. Y es que algunas de las obras fueron consideradas como un escándalo para la época y los propios profesores determinaron que varios de los frescos atentaban contra la moralidad y las buenas costumbres, por lo que se decidió taparlos.
Con el paso del tiempo, los murales se deterioraron debido a varias capas de lechada de cal, les grabaron nombres e incidió sobre ellos la lluvia y la humedad. Al decir de Ávalos, durante muchos años “no se tomaron las medidas pertinentes para su conservación”, ya que el mismo uso del inmueble convertido en escuela primaria “Vietnam Heroico”, incidió en su deterioro progresivo.
Tampoco se ejecutaron cuidados básicos como pudiera haber sido la disposición de un toldo para prevenir el efecto del sol o una barrera que limitara el acceso directo a los mismos.
Este importante conjunto de frescos representativos de la vanguardia artística cubana se encuentra prácticamente oculto para los turistas y visitantes. En la actualidad, los trabajadores que cuidan el lugar en este período no lectivo alegan que no está permitido ingresar a hacer fotos a no ser con autorizo expedido por el centro de patrimonio.
Hace tres años fue sometido a una restauración después de cuatro décadas de que peligrara su resistencia: entonces presentaba decoloración de pigmentos, suciedad y desprendimientos. Aun así, algunos de los daños causados por la desidia y el intemperismo fueron totalmente irreversibles.