LA HABANA, Cuba. – En buena medida la ofensiva contra las mipymes, anunciada subliminalmente bajo la pantalla de la bancarización, es consecuencia de la envidia. Quizás quienes más saben de economía e incluso quienes ignoran la materia tachen mi comentario de locura, pero coincidirán conmigo quienes han sufrido en carne propia los sucesivos procesos de expropiación y criminalización contra las empresas privadas que, desde 1959, han marcado el modus operandi de un régimen temeroso de las iniciativas individuales y de la prosperidad que puedan generar estas, así como tramposo al cambiar las reglas del juego cuando va quedando atrás en la carrera.
La envidia, sí, puesto que en un país donde se han entronizado la mediocridad y el oportunismo es obligatorio tenerla en cuenta en los análisis por el peso que lleva en las relaciones entre las personas, sobre todo entre aquellas que, muy a conveniencia (y muy a pesar de la realidad), continúan creyendo en ese “tarugo” de que “todos somos iguales”, y que nuestra pobreza es causa del vecino que creemos “rico” solo porque ha encontrado astutamente el modo de escurrírsele a esa maquinaria del Partido Comunista que vela por la “estabilidad” de nuestra miseria, como su más eficaz método de control.
En ese sentido, la envidia ha servido para esa guerrilla entre ciegos, donde muy pocos logran palpar las verdaderas causas de nuestros problemas, y donde nos desgastamos en mezquinas rivalidades con esos falsos enemigos nuestros, creados muy a propósito de mantenernos entretenidos en la búsqueda eterna del verdadero culpable.
En estos debates que se han desatado a raíz de la “bancarización-trampa” ha pesado la envidia, sin duda alguna, y se hizo evidente hasta en los debates de la Asamblea Nacional donde, quizás por vez primera, los diputados han formado bandos opuestos, entre los que están a favor de ir con todo contra las mipymes (la posición favorita del régimen) y los que tratan de impedir esa cacería de brujas que está por llegar y que, aunque agravará más la situación de los precios altos, le ofrecerá dos grandes ventajas a los más camajanes del Gobierno: por un lado el control absoluto del dinero que se mueve (y sobre todo de quienes lo mueven), y por otro, como he dicho en otras ocasiones, dejar el camino limpio para aquellas mipymes “buenas” (dirigidas por personas de algún modo ligadas al régimen) que funcionarían, digamos, como un monopolio del mercado informal (sobre todo el de divisas) manejado, en última instancia, por el propio Gobierno.
No importa si la tasa de cambio del dólar en la calle llega a 300 pesos o si los sobrepasa las veces que sea; tampoco importa si el litro de aceite vuelve a subir sobre los 1.500 pesos (cuando había logrado bajar a la mitad de eso precisamente por la competencia), porque lo más importante para el régimen cubano, además de vigilar todo, es crear una falsa “empresa privada” que le sea leal —tanto aquí como al otro lado del mar— y que tribute económica y diplomáticamente a su fortalecimiento político, una empresa privada presta a lavarle la cara, por supuesto, pero también el dinero que hoy entra por todos lados, en cantidades que no sabemos porque más del 90 por ciento lo hace por las “vías no formales”.
De modo que hasta se pudiera pensar que la bancarización siempre fue la carta que se guardaron bajo la manga cuando dieron luz verde a las mipymes, muy conscientes de que la inmensa mayoría estaba en el ramo de las importaciones y que en muy poco tiempo agotarían la moneda nacional en circulación (necesaria para adquirir dólares en el mercado informal), creando las condiciones que justificaran el corralito, y por ende, el extremo control de las transacciones. Este es el punto al que querían llegar costara lo que costara. A fin de cuentas todo se trata del “control”.
Alguien decía por ahí, en uno de tantos debates en redes sociales que he leído por estos días, que para creer en la posibilidad de prosperar en Cuba con un negocio privado había que tener buena dosis de ingenuidad y desmemoria, porque cuando se hace sin ningún tipo de conexión (y complicidad) con el régimen el fracaso es total. Y mucho peor cuando se ignora la dosis de envidia que desatará cualquier indicio de prosperidad.
Es bajo la envidia que han perecido no solo grandes y pequeños emprendimientos, de cubanos y de extranjeros, sino que hemos aprendido a llamar “revendedor” y “mula” (así, peyorativamente) a pequeños comerciantes imprescindibles en la extensa cadena que intermedia entre el productor y el cliente final. Bajo esa envidia hemos dejado que el policía “acaballe” al carretillero y se lleve preso al anciano vendedor de jabitas, que multen al bicitaxista y decomisen las mercancías al vendedor ambulante o al del portal.
En todas las economías existen los grandes y pequeños comerciantes, cumplen su función y dinamizan el mercado y los precios la mayoría de las veces de manera saludable (sobre todo cuando el sistema de leyes y regulaciones lo es también); sin embargo, solo en Cuba, por esa envidia que nos inculcaron bajo la forma de “principios revolucionarios”, se nos lleva a llamarlos así y a verlos como culpables de algo que no les corresponde.
Pero más allá de envidias, servilismos, oportunismos, tonterías y mediocridades, la guerra contra las mipymes “malas” ha sido declarada y se llevará por delante a unos cuantos ingenuos y envidiosos. Los primeros reaccionarán y quizás aprendan la lección que no quisieron aprender sobre la imposibilidad de ser un empresario en Cuba si antes no se pacta un acuerdo con el régimen. Los segundos, los envidiosos, olvidarán muy rápido que fueron arrastrados a la perdición por sus bajas pasiones, y en breve estarán listos para emprenderla contra el enemigo de turno.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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