LA HABANA, Cuba.- Naturalmente que los millones de cubanos que decidieron vivir en Estados Unidos a lo largo de los siglos XX y XXI, pueden ser los continuadores de aquellas ideas surgidas a partir de 1840, cuando muchos de nuestros prestigiosos criollos vieron que con la anexión a Norteamérica, Cuba obtendría mayores libertades y mejores condiciones económicas.
Esa comunidad cubana, quizá la más próspera de todas, nos hace reflexionar. No sólo porque escapó de una dictadura comunista, sino porque se ha anexado de corazón al pueblo estadounidense, en juramento solemne.
Ante esta realidad, no sería un desacierto hacer un plebiscito para saber si los cubanos que quedan en la patria, preferirían también anexarse al país que les brinda refugio y superar así el fracaso económico que ha sufrido la mayoría durante más de medio siglo.
Es obvio que los cubanos lo aceptarían. Los beneficios son muchos. Cuba recuperaría el rumbo, la senda perdida del progreso, de la civilización y la prosperidad; senda por la que íbamos hasta que llegó el Comandante y mandó a parar.
Los resultados de ese plebiscito no causarían sorpresa a la gobernanza castrista. Incluso los jóvenes y muchos de “los agradecidos”, darían un paso al frente en concordancia con la idea, al ver que la tan cacareada independencia ha pisoteado los derechos ciudadanos, ha impuesto guerras, fusilamientos, éxodos mortales, cárcel y miseria.
No creo que se trate de falta de amor por el suelo que nos vio nacer, pero sobre ese suelo nos oprimen, hasta transformarse en un pedazo de terreno sin libertad.
El concepto de patria, tan manoseado y manipulado, se olvida cuando se encuentra mejor porvenir en otra tierra. José Martí lo dijo mejor: “La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes”.
Son sobre todo los dictadores quienes se sirven de la patria y la utilizan como pedestal para sus intereses. Ejemplos tenemos de sobra. En los textos del sistema de enseñanza elaborados por el régimen castrista, al referirse a las principales manifestaciones anexionistas del pasado, las califican de antipatrióticas y anticubanas.
Precisamente uno de aquellos anexionistas, Narciso López, acusado de “mercenario de la libertad”, fue el primero que desembarcó en Cuba para luchar contra España un 19 de mayo de 1850 y quien enarboló la bandera cubana por primera vez en la isla, idea suya su diseño, durante su estancia en Nueva York. Un año después fue ejecutado en garrote vil por los españoles. Antes de morir, dijo: “Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba”.
Preguntaría hoy Narciso López: ¿Se cumplirá ese destino, antes que la isla se hunda en el mar?
Vale destacar que poco tiempo después de que Fidel Castro destruyera el libre desarrollo industrial cubano y el libre comercio que existían gracias a sesenta años de democracia, se percató del daño que le había hecho a la nación.
Fue entonces que en la temprana fecha de1964, expresó a periodistas extranjeros la necesidad de normalizar las relaciones con EE.UU. Destacó la importancia de la cercanía de un mercado que poco antes él mismo había calificado como perjudicial para Cuba y el beneficio de una industria cubana con tecnología norteamericana, que destruyó, lamentándose de que los repuestos necesarios había que traerlos desde muy lejos.
El tiempo le demostró al Invicto su gran error al preferir la anexión a la URSS, faltándole apenas unos años para su desmerengamiento. ¿Acaso aquellos próceres que querían la anexión con Estados Unidos, sabían más de política que Fidel Castro, puesto que daban prioridad a la prosperidad económica, y no a una independencia con hambre?
Tantos discursos durante años llenos de odio hacia Estados Unidos son prueba de que Fidel sabía que la idea de la anexión continuaba viva en el alma de los cubanos, como un síntoma revelador. Aquellas últimas palabras de Narciso López: “Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba”, fueron la predicción de un hecho, fueron espejo de nuestra triste realidad.