LA HABANA, Cuba. – Cuando un gobierno criminaliza el arte y a los artistas entonces no pueden quedar dudas de que se trata de un régimen criminal. El caso de Luis Manuel Otero Alcántara es el ejemplo más reciente de que el torpe dinosaurio que pariera el Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971 no está dormido y que la oscuridad de aquellos tiempos aún nos invade.
En el abuso de la policía política contra Luis Manuel está la prueba más irrefutable de que el “Quinquenio gris” jamás terminó y que la furia desatada contra el artista no es un retorno a la escena del arte de los “comisarios culturales” sino una fórmula a la que la dictadura comunista echa mano cada vez que alguien o algo le remueve el piso.
Conozco a Luisma y sé que debe estar riéndose de sus verdugos aún preso, incomunicado, pelado a rape y bajo constante humillación por parte de quienes nada entienden de creación artística ni libertad de expresión como un derecho humano. No hay un segundo de su vida, incluso mientras duerme, que no sea un performance, una obra de arte, y esos ridículos policías y ese régimen temeroso y pacato ni siquiera puede darse cuenta de ese detalle.
Si tuvieran al menos un poco de cerebro, lo soltarían de inmediato pero la ridiculez unida a la soberbia —porque casi siempre marchan juntas—, no los deja ver la tormenta que se aviene, porque encerrando a Luis Manuel solo estarán lanzando el disparo de arranque de una maratón de protestas en todo el mundo con la que no podrán lidiar.
Son otros tiempos y tales crímenes contra el arte y la cultura ya nadie los perdona, ni a los criminales ni a sus cómplices. Mucho menos cuando son practicados de manera sistemática hasta el punto de un verdadero holocausto cultural si tenemos en cuenta cómo ha sido dañado el patrimonio de Cuba con tales excesos.
Por sólo citar el ejemplo más escandaloso de todos, pensemos en la censura de la obra musical de Celia Cruz por la cual a varias generaciones de cubanos y cubanas les fue negado el disfrute y conocimiento de una figura indispensable de nuestro legado cultural.
Pero menos conocidos que Celia, o que Bebo Valdés, Paquito D´Rivera, en la música; o que Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, en la literatura, pueden contarse por miles los músicos, escritores y artistas plásticos que han sido borrados de esa historia de la cultura cubana “oficial” contada por el régimen en sus escuelas, academias y universidades.
Han estado cometiendo el peor de los crímenes durante décadas y han dañado, quizás de manera permanente, el sustrato histórico donde debiera crecer y fortalecerse la nacionalidad más allá de ideologías políticas y límites geográficos.
Si alguien debiera ser juzgado por crímenes contra Cuba y su patrimonio cultural e histórico, contra los símbolos que nos representan como cubanos ante el mundo, ha de ser ese mismo régimen que hoy intenta condenar a un artista íntegro por su irreverencia.
La autenticidad de Luis Manuel Otero Alcántara, la consistencia de su obra, su constancia pero además su derecho como ser humano y artista a expresarse libremente y exigir que se le escuche, son avales suficientes para asegurarle un lugar destacado en el arte cubano, más cuando no ha hecho concesiones oportunistas ante la censura y las amenazas más despreciables.
Deberían darse cuenta que en el caso de Luis Manuel Otero Alcántara, a diferencia de otros encierros, injusticias y abusos, coincidimos todos, más allá de diferencias políticas e ideológicas, en que debe cesar de inmediato el atropello.
El artista debe ser liberado de inmediato y, junto con él, todo aquél que hoy sea reprimido, encarcelado o amenazado por ejercer el derecho que tiene todo ser humano de expresarse libremente.
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