LA HABANA, Cuba.- Este domingo de mayo, por segundo año consecutivo, muchas madres estarán separadas de sus hijos, agobiadas por restricciones que se han prolongado en demasía y no precisamente para contener la propagación de la COVID-19. A la angustia provocada por el empeoramiento de la situación epidemiológica, la elevada cifra de fallecidos y la precariedad material que no da tregua, se suman otros miedos enunciados hace pocos días en el Noticiero por Humberto López, albacea del odio castrista hacia el pueblo cubano.
La crueldad del régimen ha llegado al extremo de utilizar el Día de las Madres para llamar la atención sobre una supuesta oposición violenta que desde Miami pretendía movilizar a centenares de personas ayer sábado en la calle Galiano, nada menos que para protestar contra la dictadura y con prensa extranjera convocada. Así de fácil.
De la hipotética multitud que tomaría las calles, Humberto López retrocedió al incendio de la tienda “El Encanto” (1961), acto terrorista que utilizó a modo de pie forzado para referirse a manifestaciones como la ocurrida el pasado 30 de abril, cuando un grupo de jóvenes se pronunció pacíficamente en el bulevar de Obispo para exigir respeto a los derechos humanos y solidaridad con el artivista Luis Manuel Otero Alcántara, quien cumplía seis días en huelga de hambre y sed. En la diatriba de Humberto López, aquellos muchachos que no agredieron a nadie son idénticos al grupo de facinerosos dirigidos por un tal Kiki Naranjo, supuesto artífice de la protesta masiva en Galiano.
Humberto López no presentó más pruebas que un monólogo del presunto cabecilla y un video donde figuraban varios sujetos de aspecto prefabricado portando armas de fuego. Ya no se trata del famoso “golpe blando” que una y otra vez mencionaron a raíz de los sucesos del 27 de noviembre de 2020. Hacía falta algo más contundente para sembrar miedo y desconfianza. Un grupo de bandidos armados y ceñidos a los estereotipos de siempre -lenguaje, imagen, proyección delincuencial- reviviría en el imaginario colectivo la idea de que el exilio cubano está plagado de criminales violentos dispuesto a anexar la Isla a Estados Unidos a golpe de cañón.
Humberto López se agarró de otra historia mal contada para advertir que las protestas pacíficas pueden conducir a revueltas de mayor envergadura, las que a su vez provocarían enfrentamientos con la policía. Aseguró que habría heridos, y quizás muertos, para enseguida deslizar que el saldo de víctimas causaría sufrimientos indescriptibles a muchas madres.
Ese era el nervio que Humberto López buscaba presionar con la aludida protesta vísperas del Día de las Madres. Kiki Naranjo y sus matones, el sabotaje a la tienda “El Encanto” y la muerte de Fe del Valle, fueron si acaso el ornato de su intervención, una de las más desalmadas y sensacionalistas de cuantas ha vomitado desde el Noticiero Estelar, lo cual no es decir poco.
Humberto López solo quería dejar claro, entre torpes fabulaciones, que la revolución humanista no entenderá de acciones pacíficas. Para la revolución el incendio de una tienda por departamentos que dejó una víctima mortal, y una decena de activistas inofensivos reclamando sus derechos, son exactamente lo mismo: un sabotaje.
El mensaje estaba destinado a las madres de jóvenes que se oponen a la dictadura sin apelar a otros métodos que no sean la protesta pacífica y el diálogo. Jóvenes como Mary Carla Ares, Thais Mailen Franco, Leonardo Romero y otros participantes del 30 de abril que el régimen busca encarcelar mediante procesos judiciales amañados. El mensaje de Humberto López era para la madre de Karla Pérez, la joven periodista expulsada de la Universidad Central de Las Villas a causa de sus ideas políticas, y a quien el régimen negó el derecho de volver a Cuba tras haber concluido sus estudios en Costa Rica. Era para Inés Casal, madre del artista Julio César Llópiz, una mujer digna que teme por su hijo, pero entiende la razón de su rebeldía y se sobrepone a cualquier premonición, por amarga que sea.
La amenaza de Humberto López iba dirigida a cada mujer que tenga un hijo o hija inconforme con esta no-vida que ha reducido el futuro de los cubanos a dos opciones terribles: emigrar o joderse. No había compasión ni empatía en sus palabras cuando se refirió al dolor materno por la pérdida de un hijo. Su discurso destilaba todo el desprecio hacia los cubanos que generales y burócratas han procurado disimular durante décadas.
“Apacigüen a sus hijos, porque a la revolución no le temblará la mano para golpear, encarcelar y matar”, parecía decirles. Llegado el momento, el régimen no tendrá reparos en dejar su cuota de heridos y muertos en las calles, pero primero recurre a todos los mecanismos posibles de contención para no tener que mostrarse como lo que es. Cuenta con que en cada madre cubana anide una Leonor Pérez, dispuesta a ver a su hijo errante antes que expuesto. Ese vil chantaje ha servido de sostén a la dictadura; pero los tiempos han cambiado y es muy probable que en lugar de Leonores se alcen Marianas prestas a apoyar a sus hijos, aunque lo hagan con el corazón estrujado.
También las madres se cansan, ponen a un lado la prudencia y abrazan el coraje por amor a sus hijos, por amor a Cuba. Pobre de quien lastime a sus retoños. Pobre de quien se atreva a jugar con el dolor de muchas madres que hoy amanecen temerosas, pero convencidas de que cercenar el ímpetu de los jóvenes equivale a condenarlos -condenarnos a todos- a la más miserable de las muertes.
Para todas las madres cubanas, en especial las que hoy se levantan junto a sus hijos: ¡Muchas Felicidades!
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