LA HABANA, Cuba. – En el Manifiesto de Montecristi, redactado por Martí y firmado por él y Máximo Gómez, el Apóstol plasma los principios básicos que habrían de regir la lucha independentista, esa que él denimonó “la guerra fatalmente necesaria”. Constituye además la Declaración de Independencia de Cuba y el esquema de la futura constitución de la República de Cuba; para muchos es el mayor y verdadero testamento político del Apóstol.
En él declara, entre otros, la unidad “de todos los elementos de la sociedad cubana en conmovedora y prudente democracia”, para llevar adelante la revolución independentista. Asimismo, sentencia que “la guerra no se hará con el insano triunfo de un partido sobre otro o la humillación siquiera de un grupo equivocado, sino con la congregación cordial de todos los cubanos”; así como que se confía en “la capacidad de los cubanos para salvar la patria de los tanteos, los desacomodos, las luchas fratricidas y las tiranías en que cayeron las repúblicas feudales y teóricas de Hispanoamérica; y se promete “el más estricto respeto a la libertad y la propiedad de los españoles y de todos los ciudadanos”.
Evidentemente, el accionar y pensamiento de José Martí tenía una fuerte tendencia y base en la Masonería, solo que, en el período de preparación de guerra, ya no se operaba desde su seno, sino desde el Partido Revolucionario Cubano (PRC), el cual unió a las fuerzas dispersas de Cuba Libre en la preparación de la nueva gesta libertadora.
Pero no solo fueron los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, en los Estados Unidos, los grandes colaboradores de José Martí en la preparación de la Guerra Necesaria, sino que también recibió el apoyo de masones de varias naciones, así como de masones cubanos exiliados; estos últimos constituían núcleos fraternales importantes dentro de la emigración cubana en el estado norteamericano, que mucho aportaron a la causa independentista.
En Cayo Hueso trabajaba la Logia Félix Varela No. 64 –fundada en 1871 por la diáspora cubana, entre ellos Bernardo Antonio Figueredo Téllez y José Dolores Poyo– y la Francisco Vicente Aguilera, fundada y presidida por Fernando Figueredo Socarrás, quien gozaba de un enorme prestigio en esa ciudad; es por ello que Martí lo nombra Sub-Delegado del PRC en la Florida; ambos eran además grandes amigos, Fernando tenía un cuarto en su casa siempre disponible para El Maestro.
Del mismo modo, la Logia Sol de Cuba, formada por cubanos exiliados casi en su totalidad, auxilió la gesta libertadora. La misma fue visitada por varios masones cubanos durante su tránsito por los Estados Unidos como Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, quien fue nombrado Miembro de Honor. Al iniciar la guerra en Cuba, la mayoría de sus miembros se unieron a las filas insurrectas.
El Delegado –como también sería conocido Martí– designaría como Secretario del PRC a su hermano masón Tomás Estrada Palma, a quien también escoge para sustituirlo en sus funciones dentro del Partido al marchar a la guerra y quien fuera su sucesor al morir en los campos insurrectos.
De la emigración en Cayo Hueso, el Apóstol recibió apoyo además de La Convención Cubana, sociedad secreta afín con la Masonería que pretendía preparar un nuevo proceso insurreccional; esta junta agrupaba a los clubs revolucionarios de la ciudad y, por tanto, a las principales figuras del 68´, entre ellos: Máximo Gómez, Antonio Maceo, Serafín Sánchez y Calixto García. Era Fernando Figueredo Socarrás el Secretario de este gremio. Algunos investigadores certifican que José Martí tuvo muy en cuenta la estructura y organización de La Convención Cubana en sus planes de creación del PRC.
A su vez, a la Logia La Fraternidad No. 387, de New York, conocida como la logia cubana, pertenecieron Benjamín J. Guerra y Gonzalo de Quesada y Aróstegui, Tesorero y Secretario, respectivamente, del PRC. De la misma manera, fue al periodista y masón Juan Gualberto Gómez, Delegado en Cuba del PRC, a quien habilitó Martí para iniciar el alzamiento, el 24 de febrero de 1895. También se levantan en armas los masones Pedro A. Pérez, en Guantánamo, y Bartolomé Masó, en Manzanillo.
Otro aspecto a destacar es el hecho de que Martí, pese a mantener conexiones cercanas con la Masonería, no se afiliara a ninguna logia, sobre todo en los Estados Unidos, en donde pasó gran parte de su vida. Algunos autores sostienen que ello se deba posiblemente a su procedencia irregular; otra potencial explicación es la consagración total del Apóstol a la lucha por la independencia de Cuba, por lo que su bregar por otras tierras la consideraba como una situación provisional. Por otra parte, en estos años tuvo carencias económicas, lo cual le dificultaba igualmente la militancia activa.
Fue la amplia red masónica la que posibilitó la llegada a la Isla de la expedición Gómez-Martí. Hallándose los seis expedicionarios varados en la isla Gran Inagua (perteneciente a Bahamas), Martí explica a Heinrich J. Th. Löwe, capitán del vapor alemán Nordstrand que se hallaba en aquel puerto, que ellos eran jefes insurgentes cubanos y que iban camino a librar a su patria; identificándose como masón, el Apóstol solicita la ayuda del capitán para llegar a las costas cubanas. Löwe los transporta cerca de la costa sur de Cuba y, finalmente, logran desembarcar en la playita de Cajobabo (Guantánamo), el 11 de abril de 1895.
Poco tiempo después, el 19 de mayo de 1895, caía en combate, en Dos Ríos, el Delegado, el Maestro, el Apóstol, aquel que en apenas cuarenta y dos años de vida legaba una obra patriótica, poética, política, literaria, periodística y masónica, que lo inmortalizaron. No en vano se continúa considerando como el más universal de los cubanos.
Indudablemente, su fallecimiento influyó en el futuro inmediato de la ofensiva y en el devenir histórico de Cuba. Penoso es hoy relatar que, a la muerte de Martí y de Maceo, el Obispo Santander hizo que se cantasen Te Deums en acción de gracias.
Uno de los aspectos más relevantes en torno a la defunción de Martí es la posible vinculación masónica del General José Ximénez de Sandoval y Bellange, jefe de la columna española que le dio muerte, debido a una supuesta nota enviada a los mambises por Sandoval –la que negó haber escrito más tarde– y firmada con signos masónicos: “Llevo a vuestro Presidente herido; si muere, le hare un buen entierro; si vive os lo devolveré”.
Otra versión de los hechos apunta que fue el sanitario militar español, Dr. Juan Gómez Valdés quien, por temor a un ataque insurrecto para rescatar el cuerpo de Martí, envió el mensaje a nombre de Ximénez de Sandoval: “Llevamos a Martí herido; si somos atacados, le daremos muerte”; y enlaza los nombres de Sandoval y Martí con una rosa y una cruz, símbolo del grado 18 de la Masonería Escocesa. Dicho comunicado fue entregado por el doctor a un asistente con la orden de clavarlo en un árbol, en la dirección por donde deberían pasar los cubanos. En Santiago de Cuba el cadáver embalsamado de Martí estuvo expuesto en el suelo, quizás exprofeso o por casualidad, pero según la costumbre masónica.
Es probable que Sandoval negara toda vinculación masónica debido a que la Orden era perseguida tanto en Cuba como en la Península. Pese a que en las filas españolas se hallaban también masones españoles, la militancia masónica de las tres grandes figuras de la Guerra Necesaria (1895-1898): José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez, sirvió para tachar a la Masonería de conspiradora y culparla de la gesta independentista.
La patria es ara y no pedestal
“Martí es la gran excepción de todas las tendencias”, asegura el historiador Eduardo Torres-Cuevas, “porque en última instancia, la tendencia de pensamiento de Martí, es la plena libertad para aprender y desarrollarse. (…) Y esa idea de superación constante, que forma parte también de la visión masónica, es esencial en José Martí. Por eso nos da un pensamiento que es el más libre y más creativo, que nosotros podemos asumir”.
Pese a ello, el Maestro fue referente escaso en los programas de las primeras organizaciones políticas posteriores a la guerra. Por otro lado, progresivamente su nombre fue ‒y es todavía‒ utilizado como medio de legitimación política, muchas veces con fines ajenos a su obra.
Con el tiempo, el Apóstol se convirtió en el símbolo de revolucionario y patriota cubano, así como del verdadero ideal de masón: aquel que interioriza las enseñanzas de la Orden y las pone en práctica tanto en las logias como en la vida profana. No se es masón solo por estar iniciado, sino que ello conlleva un proceso de asimilación y praxis.
En el Museo Nacional Masónico de La Habana –que lleva su nombre– ubicado en el tercer piso del edificio de la Gran Logia de Cuba, en sitial de honor, se muestran los atributos masónicos que empleara Martí en vida y que sostienen además su asociación a la Institución: un mandil (18°), una joya (30°) y un collarín (30°). Los ornamentos estuvieron custodiados por José Francisco Solano Ramos, entregados por él a Fermín Valdés Domínguez y, a la muerte de este, donados por su viuda Asunción del Castillo, en 1924, a la Gran Logia de Cuba.
Asimismo, cada 28 se enero los masones realizan una peregrinación y ofrenda floral a la estatua de Martí en el Parque Central de La Habana, tradición iniciada hace más de noventa años, y que ha sido interrumpida en determinados períodos, fundamentalmente posteriores a 1959, debido al cerco gubernamental al que fue sometida la Masonería.
La Alta Cámara Masónica, en Sesión Oficial del 27 de septiembre de 2015, mediante el acuerdo No. 41 y a propuesta de la Logia Habana, convino declarar a José Julián Martí Pérez, “Ilustre y Meritísimo Miembro de la Orden Masónica en Cuba”, como muestra de respeto y orgullo por “la contribución de nuestro Apóstol al mundo moral al que todos aspiramos, y una vez comprobada su filiación masónica”.
En momentos en que el Apóstol es objeto de confrontaciones políticas, más que nunca se hace necesario reivindicar su ideario.
(Segunda parte del reportaje investigativo, puede ver la primera aquí)
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