LA HABANA, Cuba.- “Hubiese querido hacer esto toda mi vida”, dice el ingeniero pecuario Norberto Bencomo, de 61 años, mientras mira las manos de madera en venta dispuestas sobre una mesa.
Norberto comenzó un día a tallar la madera sin pretensiones artísticas, su idea de encontrar una forma de sustento económico lo llevó a explorar un mundo de habilidades manuales que desconocía.
Al menos una vez a la semana el escultor recorre los derrumbes de edificaciones para arrancar de las paredes los últimos troncos de madera, que desgasta y pule hasta convertirlas en manos.
De su comienzo en las artes manuales narró a CubaNet.
“Después que me dieron las isquemias cerebrales estaba arreglando el carro de un escultor y este me dice que tenía trabajo para mí. Lo rechacé porque no podía trabajar con el mármol, ya estaba pasado de los 50 años y con muchos problemas de salud”.
Cuando rehusó la oferta Bencomo explicó al escultor lo que quería hacer con sus manos, y este le encargó la primera talla en madera.
“Me pasé la noche completa tallando la mano de 60 centímetros, cuando la terminé en la mañana la puse encima del carro que estaba reparando para que el escultor la viera antes de encontrarse conmigo, pero no dio tiempo, pasó un español y la compró en 60 euros”.
La venta fue el inicio de lo que Norberto considera debió ser la labor de toda su vida. Desde la ruptura de su vínculo laboral con el estado transcurrieron muchos años en la búsqueda de un trabajo lucrativo, “algo que me permitiera vivir sin susto”, expresa.
Prefiero tallar manos
Dentro de un local apuntalado de la calle Inquisidor, en la Habana Vieja, el ingeniero pecuario se dedica a transformar lo inservible en esculturas irrepetibles, que vende al mejor postor.
“Ninguna tiene un precio fijo, eso se establece durante la venta”, manifiesta el escultor, cuyas piezas también atraen al comprador porque llevan implícito la mística del reinvento de los cubanos para salir adelante.
El actual oficio manual, nacido de la necesidad, fue precedido por un trabajo como especialista en la finca “Los Naranjos”, en Artemisa: la principal empresa ganadera del país que desde 1962 pretendió convertirse en la mayor productora de sementales para el desarrollo genético.
La depresión económica que transcendió en el llamado periodo especial de la década de los 90 hizo que Bencomo abandonara su profesión en la búsqueda de la supervivencia. Sobre aquel periodo recuerda…
“Cuando me fui de la empresa y vine para La Habana nadie lo creía; aquí (Cuba) los profesionales no pueden abandonar un empleo de un día para otro (…) Yo me presenté en el Ministerio del Trabajo para ocupar nuevas plazas, pero con los años terminé decepcionado”.
Atado a las esperanzas en el sector estatal trabajó en varios mercados agropecuarios habaneros, hasta que la realidad lo obligó a tomar su propio camino laboral como mecánico automotriz.
“Nunca he dejado de trabajar”, asegura, y “siempre estoy dispuesto a hacer todo lo que este a mi alcance, pero el trabajo tiene que garantizar el sustento”.
Desde que comenzó a crear, Norberto siente la necesidad de esculpir manos. Algunas las considera un logro, otras no tanto, sin embargo, todas significan algo para él.
“Las hago para venderlas, pero en ocasiones me cuesta despedirme de ellas (…) Yo no uso moldes, todas son hechas a mano limpia (…) No tengo recuerdos fotográficos, ellas se llevan el recuerdo de mí, porque en todas permanece representado mi dedo pulgar como sello de que las hizo Bencomo”.
Descubrirse como escultor cuando se acercaba a la tercera edad fue lo que definió a Norberto. La pérdida de la visión y el oído, agudizada por los accidentes cerebrovasculares sufridos, lo llevó a exaltar el tacto.
“Aunque no recupere el tiempo que perdí, haré esto hasta que me muera. Gracias al tacto puedo continuar, porque las manos dicen quien tu eres, lo que has hecho para salir adelante, y al final de la vida te ayudan a sostener la mano de quien está a tu lado”. señala.